CAPÍTULO 10
En el castillo de Felons se esperaba ansiosamente la visita de Doña Genoveva. Su hermana Doña Cristarda sabía que las huestes salvadoras se hallaban en camino y su temor a nuevos ataques de la bestia habían disminuido, a la vez que sus
esperanzas de volver a ver al pequeño soldado que había escapado vivo de la mesa del pan habían aumentado.
Archibaldo llevaba ya un día entero encerrado con sus más importantes caballeros, Sir Afreo, Sir Canut, Sir Falabón y Sir Vigor. A Doña Cristarda siempre le habían parecido una recua
de retardados mentales, pero le servían por un lado para tener
entretenido a su marido y por otro para coquetear con ellos de
vez en cuando.
Arrepentida por haber caído en las manos de Archibaldo debido fundamentalmente a sus indudables dotes para los juegos malabares y la pintura al desnudo, hacía ya tiempo que sabía que aquel hombre se había casado con ella por su propio interés. No obstante, a ella siempre le había
costado tener una relación fluida con los hombres a causa de su desmedida estatura y el consiguiente complejo que despertaba en ellos su propia pequeñez. En esos momentos
deseó no haber hablado de la manera en que lo hizo de Sir Afreo, ya que pese a no ser un hombre especialmente brillante, en el campo intelectual era un hombre divertido y un gran guerrero. Su marido era perfectamente capaz de haber pagado
con él la ira que le provocaba cualquier comentario sobre la
fidelidad de su esposa.
Inquieta por tales pensamientos, Doña Cristarda decidió acercarse al Salón de Armas, lugar habitual de encuentro para los hombres más ilustres y valientes de Felons. Mientras se acercaba a la puerta atravesando los largos pasillos flanqueados por la tenue luz de decenas de antorchas escuchó sonidos que provenían del habitáculo al que se dirigía. Era una especie de
letanía, un murmullo que conforme se acercaba a la puerta creció en intensidad. Una vez llegó a la misma pegó su oreja a la gran puerta de madera con el fin de descubrir el origen de los extraños cánticos y lo que escuchó le heló la sangre en las
venas. Era la voz de varios hombres que recitaban al unísono
algo así como: «MORSUS DRACONE LEMONS» Doña Cristarda no tenía la más remota idea de lo que aquellas
palabras significaban, pero el terror se apoderó de ella y espantada salió huyendo por los estrechos pasillos, con tan mala suerte que en su huida tropezó con los bajos de su falda
y dio con sus huesos en el suelo, rompiéndose además un diente al chocar contra el pavimento. Horrorizada y tomada por el llanto, se rehízo, se levantó y siguió corriendo por los pasadizos hasta llegar a sus habitaciones.
Los sirvientes que se cruzaron en su camino se espantaron asimismo al ver a una mujer de aquella impresionante estatura corriendo por el castillo, a una velocidad vertiginosa debido a
la longitud de sus bellas piernas y con la boca llena de sangre.
Conociendo el carácter de la duquesa todos temieron por la integridad física del Duque de Felons, así que la noticia corrió por el castillo como la pólvora china.
En la seguridad de su dormitorio y una vez superado el terror inicial, Doña Cristarda comprobó los daños causados por la caída.
Haciendo gala de un valor incalculable se enfrentó al espejo de su tocador para ser testigo de que la bella sonrisa que antaño la había caracterizado estaba arruinada para
siempre. Su paleta izquierda había sufrido un daño irreparable
en la caída, rompiéndose por la mitad,de tal manera que donde había dos dientes perfectamente alineados ahora había una escalera. Si una de las liebres que habitaban sus tierras
hubiese sufrido tal circunstancia, probablemente sus congéneres la hubieran expulsado para siempre del grupo familiar. Pero ella era una mujer valiente, no permitiría que un
solo diente arruinara su decisión y fortaleza de ánimo, así que, armándose de valor, limpió sus heridas de guerra y decidió
esperar a su hermana Genoveva. Ella sabría qué hacer.
Mientras tanto, en el Salón de Armas, los citados caballeros habían terminado de recitar los salmos rituales. Archibaldo, que al margen de ser el señor de Felons era Iluminado de nivel dos de la Orden de Lemons, se dispuso a hablar a sus súbditos. Caballeros, tras siglos de paz y sosiego ha llegado el momento de responder a los votos que en su día juramos a La Orden. Uno de nuestros sagrados dragones ha despertado de su
letargo, y si bien la bestia con la que tuve la dicha de acabar a puntapiés no era otra cosa que una de las crías deformes del sagrado dragón y hubiera muerto de inanición o devorada por una de las muchas ratas que pueblan el castillo, me vi obligado
a hacerlo para ocultar nuestra verdadera identidad.
Es un hecho que se dirigen hacia aquí varios de nuestros más acérrimos enemigos de la Orden de Margueritte, que desde tiempo inmemorial se interponen en nuestros planes de
dominar el mundo protegidos por los sagrados dragones a los que defendemos. Desde este momento es nuestro deber boicotear las actividades que vayan a desarrollar mientras estén entre nosotros. Y muy importante, no les subestimemos, su
poder es grande.
Sir Afreo se dirigió respetuosamente a su señor:
-¿Sabemos si traen con ellos el Dedal de Santa Poularda?
-Lo sabemos, sí - respondió Archibaldo. -Uno de nuestros
espías sabe que Doña Bernarda, ayudante de cámara de Doña
Genoveva, y un tal Gerardo, soldado raso, son los encargados
de su seguridad. Desgraciadamente no conocemos la ubicación exacta de la reliquia y es nuestro deber recuperarla y entregársela a la sagrada criatura que se oculta en las
montañas.
-¿Y si torturamos a ese Gerardo? Tratándose de un soldado
raso se vendrá abajo rápidamente tras pasar cinco minutos por
el potro de tortura, dijo Sir Vigor.
-Mi informador me dice que se trata de un hombre acostumbrado a las calamidades y que hizo perder su puesto de capitán a uno de sus oficiales recientemente, apoyado por
los favores de Doña Genoveva en persona. Debemos tener especial cuidado con ese hombre, se trata de un joven con influencia e inteligencia poderosas, una verdadera alimaña.
-La ansiedad por acabar con ellos me quema las entrañas mi señor, dijo Sir Canut. Deseo enfrentarme con ese hombre y sacarle la información que tanto necesitamos.
Interrumpiendo la conversación que allí se desarrollaba, Sir
Falabón, hombre de carácter más templado que el resto, se decidió a poner su grano de arena.
-Creo que tengo la respuesta a nuestra preocupación señores.
Organizaremos un torneo para celebrar la llegada de la corte
de Doña Genoveva. En él participarán hasta cuatro caballeros. Nuestro objetivo es vencer a ese tal Gerardo. Si sobrevive le sacaremos la información por cualquier medio, y si muere nos libraremos de él. Aún quedará Doña Bernarda, quien estoy
seguro de que a cambio de una botella de licor de castañas y unas pocas carantoñas nos desvelará la localización del dedal.
-Grandísima idea Sir Falabón, celebró Archibaldo. Desde este mismo momento os dejo a cargo de la organización del evento. Todos los demás ayudarán a este genio del mal en lo que precise. Nuestros planes quedan bien claros. Pasado
mañana se celebrará la justa que marcará el comienzo de nuestra victoria.
Lo que los caballeros de la Orden de Lemons no hubieran sospechado jamás era que tras las puertas de la sala alguien había escuchado toda la conversación. Alguien que en ese
momento estaba al tanto de su condición de defensores del dragón y de sus planes diabólicos.
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El dedal de Santa Poularda
HumorDoña Genoveva de Brumoise debe salir de su castillo para poner a salvo el Dedal de Santa Poularda, objeto mágico que corre peligro de ser robado, pues otros andan tras él. Junto a su fiel sirvienta, Doña Bernarda, su hermana, la ligera Doña Cristard...