Capítulo 8

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Los pocos clientes que a primera hora de la mañana se encontraban en “La Taberna de los Mil Puercos” escuchaban sin poder detener sus carcajadas, las horribles arcadas que provenían del alojamiento de Sigmundo, duque de Tolondra, quien habiendo sido obligado a ingerir un plato colmado de coliflores hervidas, arrojaba incesantemente el contenido de su estómago por la ventana del hostal. Sentado aún en la mesa donde había desayunado, Ickwick sonreía como el resto, preguntándose en qué criterios se basa Nuestro Señor a la hora de adjudicar jóvenes aprendices en caso de tener que presentar batalla, como ahora era el caso. Cientos de años perteneciendo a la Orden de Margueritte y enfrentándose a aquella horrible raza de dragones no le habían dado ni siquiera una pista sobre la elección de los jóvenes compañeros con los que le había tocado luchar.
Recordó a Cinardo, Conde de Bartolín, cuya afición principal era planchar camisas, o a Mangurrón, un joven agricultor que pasaba las noches recitando poemas de amor a los cerdos de su padre, quien harto de no poder dormir debido a los espantosos recitales de su hijo, le había abandonado desnudo, atado y amordazado junto a un molino de trigo. Cuántos

recuerdos, todos ellos habían cumplido su misión y hacía ya tiempo que habían pasado a mejor vida.
-Parece que las cosas han cambiado poco en todo este tiempo amigo mío, dijo una voz familiar desde la puerta de entrada a la taberna.
-¡Einar! respondió sin girarse el Señor de Ickwick - sabía que no faltarías a la cita.
Ickwick se levantó de su silla, y con los brazos abiertos se dirigió a recibir a su querido compañero. Ambos se fundieron en un fraternal abrazo.
-Veo que ya vistes tu armadura de cuero. Einar, luces como antaño. Pero disculpadme joven, dijo dirigiéndose a Fray David - embriagado por la alegría que me produce este ansiado reencuentro he faltado a las más básicas reglas de cortesía para con vos, y no os he saludado debidamente.
-Me alegro de volver a veros Señor, replicó Fray David haciendo una reverencia.
-No es necesario que me saludéis de manera tan cortés joven fraile, al fin y al cabo vamos a ser compañeros de fatigas.
Las sonoras risotadas que resonaron en la estancia distrajeron a los participantes en la conversación de su reencuentro, risotadas producidas por el patético y desaliñado aspecto que Sigmundo, duque de Tolondra, presentaba mientras descendía las escaleras procedente del piso superior. Totalmente despeinado, con sus manos cubriendo su estómago y su tez pálida como la muerte, daba claro ejemplo de los estragos que las coles hervidas habían hecho en su estado físico.
-Ahí tienes a mi escudero, dijo Ickwick dirigiéndose a su amigo. Cualquiera diría que en lugar de un ayudante iré a la batalla con un saco de piedras atado a la espalda.
-Por su aspecto no se encuentra muy bien, desde luego, respondió Einar. Pero dejadme hablar con él, quisiera conocerle personalmente.
-Por supuesto que sí, amigo. Es todo tuyo.
Einar se acercó lentamente a aquel joven que por su aspecto tanto difería de su pupilo Fray David. Por una vez parecía que había tenido suerte en la asignación. Sigmundo se había acercado a una de las ventanas de la taberna y dejaba que la fresca brisa de la mañana acariciara su rostro y aliviara su malestar.
-Buenos días caballero, dijo Ickwick dirigiéndose al duque.
Éste se dio la vuelta y miró a los ojos del desconocido, girándose de nuevo sin decir palabra para seguir tomando el aire matutino.
Sorprendido y divertido por la actitud soberbia de aquel muchacho, Einar se giró hacia Ickwick ofreciéndole una media sonrisa. Seguidamente volvió a dirigirse a Sigmundo, que le daba la espalda, y poniendo una mano sobre su hombro le dijo:
-Si sois vos el apodado Picaflor tenemos una cuenta que saldar, aquí y ahora.
Sigmundo se dio rápidamente la vuelta y encarándose con el enorme viejo le dijo furioso:
-¿Acaso todos los viejos tarados del Reino se han puesto de acuerdo para provocarme? Sabed Señor, que si no retiráis inmediatamente vuestras palabras acabaré con vuestra vida en un abrir y cerrar de ojos. Además debo deciros que jamás hubiera tenido ningún tipo de romance con una mujer de vuestra edad, soy un sinvergüenza, no un enfermo, pardiez. Insisto, retirad vuestras palabras o caed muerto.
-Señor PICAFLOR, dijo Icwick enfatizando el apodo. Para vos soy Sir Einar, y si no aseáis vuestro aspecto inmediatamente y bajáis de vuelta en cinco minutos para viajar conmigo y mi amigo Icwick al lugar que nosotros ordenemos, las coles hervidas serán lo último que os va a preocupar en vuestra corta y miserable vida ¿Lo habéis entendido?
Sigmundo, cayendo en la cuenta de que aquel hombre era una especie de camarada del anciano asesino que le había caído en suerte, prefirió callar y obedecer. De tal manera, volvió a subir las escaleras refunfuñando ante las nuevas risotadas generales.
-Ja, ja, ja, Icwick no pudo reprimir la risa mientras Einar volvía hacia él con sonrisa divertida.
-Icwick, convengo contigo en que no te ha tocado en suerte el mejor de los acompañantes, es un tipo soberbio y altivo.
-Le domaré igual que domé a mi mujer, respondió éste. Y ahora hablemos de lo que importa Einar, sentaos los dos junto a mí y os pondré al tanto.
Fray David y Einar así lo hicieron, mientras Fabián, el tabernero, llenaba sus copas con vino de la región.
-Nuestro destino es el Castillo de Brumoise, dijo Icwick. No hace mucho tiempo me alojé en las proximidades del mismo, en un castillo propiedad de la hermana de Genoveva de Brumoise, dueña del lugar al que nos dirigiremos.
-¿Conoces el paradero del dedal? Respondió Einar.

El dragón no ha atacado Brumoise sino Felons, en las tierras de su hermana.
-Eso significa que la bestia lo ha localizado en Felons querido Icwick.
-Dudo en ese punto querido amigo. Creo que el motivo de su ataque a Felons no es el Dedal de Santa Poularda, sino el hecho de que el Señor de Felons, un tal Archibaldo, cuyas estúpidas maneras me hacen sospechar de su capacidad mental, mató a una de sus crías a puntapiés, hecho además del que se jacta y presume allá por donde va.
-¿Mató a la cría a patadas? ¿Qué tipo de hombre haría algo así?
-Archibaldo, como os digo.
-Y bien, ¿en qué te basas para suponer que el dedal se encuentra en Brumoise?
-Localicé al dragón tras el ataque a Felons sobrevolando Brumoise y me hizo sospechar. Además, Doña Genoveva es una mujer con fama de poseer grandes secretos heredados de sus padres, y es conocida en la región por su inteligencia y discreción, además de tener por amante al duque de Tolondra, el mismo estúpido al que habéis enviado a asearse hace unos minutos.
Podría estar en cualquier otra parte, Icwick. No son pruebas suficientes para saber que el dedal se encuentra en Brumoise. Icwick sonrió malévolamente.
-¿Sabéis cuál es el nombre de la dama de compañía de Doña Genoveva?
-No lo sé amigo, dímelo tú.
-Su nombre es doña Bernarda.
Einar se sobresaltó al oír aquel nombre.
-¿Doña Bernarda dices? ¿Y tú crees que podría ser….?
Icwick asintió con la cabeza.
-Entonces no hay tiempo que perder, dijo Einar. Sea o no quien pensamos que pudiera ser, su presencia en la región junto al ataque del dragón inclinan la balanza hacia nuestro lado. Debemos partir inmediatamente.
En ese momento se dieron cuenta de que Fray David no se encontraba a su lado atendiendo a la conversación, sino que, sentado en la mesa contigua ,compartía una amistosa charla con Sigmundo, duque de Tolondra, mientras apuraban sendas copas de vino.
David, dijo alzando la voz Einar. ¿En qué momento te he dado permiso para levantarte?
Fray David se levantó inmediatamente del taburete en el que se hallaba sentado, tirándolo al suelo en su precipitación.
-Lo siento, Sir Einar. Sigmundo me hizo señales para que le acompañara y yo…
-A partir de ahora permanecerás a mi lado hasta que yo te ordene que dejes de hacerlo. Y tú también joven Sigmundo, obedecerás a tu mentor hasta que el te diga que puedes irte.
Sois demasiado jóvenes e inexpertos.
Sir Icwick tomó la palabra.
-No sabéis aún, dijo dirigiéndose a los jóvenes - que probablemente hay fuerzas que se opondrán a nuestra sagrada misión. Si el dragón está aquí, ellos también lo estarán, dad eso por seguro.
-¿Y qué fuerzas son esas? Preguntó Sigmundo con gesto serio.
-La Orden de Lemons.

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