•❯ CAPÍTULO OCHO

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[ —Chuuya, una adivinanza.

—¿Qué quieres, Dazai?

—¿Qué es rojo y azul y se acerca cada vez más, probablemente en busca de nosotros?

—¿¡Hah!?

—Nope, respuesta incorrecta. Es la policía, así que corre.

—¿¡Qué hiciste esta vez!?

—Qué hicimos, Chuuya; hi-ci-mos ]

—Alguien me puede repetir... —se escuchó un suspiro lastimero y lleno de cansancio— ¿cómo terminamos en la cárcel?

—Creo que no debiste hacer esa pregunta, Jinko. —contestó el chico, apoyado en la pared al frente del muchacho de cabellos blancos. Sentado en el suelo descolorido gris de baldosas de piedra grandes recostaba su cabeza sobre una mano que tenía apoyada en la rodilla levantada. Esa era, al parecer, la posición que encontró cómoda después del tiempo que llevaba tirado en el suelo.

Atsushi iba a preguntar por qué, por qué no debía preguntar cuando fue interrumpido por un gruñido que bien podría haberse tratado de una bestia peligrosa de no saber que dentro de esa estrecha habitación apenas compuesta por una cama dura en el extremo opuesto de los barrotes, un lavamanos que apenas parecía soportarse de un clavo oxidado y un orinal sucio el una esquina solo estaban ellos cuatro.

—Ey, Will, ¿alguien trajo algún perro callejero de fuera? Me pareció escuchar un gruñido —habló un hombre que estaba sentado del otro lado de los barrotes, un poco lejos, en un escritorio de metal totalmente desorganizado y lleno de papeles a medio completar. El policía no recibió respuesta de su compañero.

Chuuya, al escuchar con lo que fue comparado, volvió a gruñir.

—Por eso, Atsushi-kun, no debías preguntar.

Atsushi observó a su amigo lleno de vendas, sentado con las piernas cruzadas y de espalda a los barrotes. Sintió la molestia en su cuerpo y las ganas de ir a ahorcarlo un poco subir por su cuerpo cuando vio que en su cara reinaba una sonrisa radiante. Como si todo aquello solo fuese parte de un muy divertido día entre amigos y no una posible pena de cárcel por actos terroristas.

Pero es que Atsushi sabía que nada que girara en torno a Dazai podía ser normal. Así que solo pudo suspirar con pesar y desgano y aceptar su destino. Sí corría con suerte —no con la misma que lo había acompañado ese día, claro está— el uniforme de la prisión resaltaría el color de sus ojos.

Volvió a suspirar y continuó caminando entre los pocos metros disponibles que tenían. No resistiría sentarse en el suelo por más de 15 minutos seguidos, Dazai tenía todo el espacio de los barrotes acaparado con sus largas piernas y sentarse en la pared cercana al orinal no le parecía una idea muy higiénica.

Podría sentarse junto a Akutagawa, de espaldas a la pared, sino fuera porque el susodicho tenía tan mal humor que fácilmente se le podría confundir con un dragón. Y Atsushi quería conservar todas sus extremidades, muchas gracias.

Aún así quedaba la estrecha cama de sábanas grises y colchón tan duro como piedra. Atsushi le echó un vistazo al pasar en una de sus vueltas con el rabillo del ojo. Desde que los habían metido en la celda, Chuuya se había quedado con la cama, limitándose a gruñir cuando algo le parecía mal o si Dazai se acercaba lo suficiente. Un aura oscura y cortante parecía salir de él. Sus ojos, normalmente azules, podría jurar Atsushi que estaban tan rojos como los del mismísimo demonio come tigres.

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⏰ Última actualización: Aug 13, 2023 ⏰

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