4. Aberración

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Corrí hacia el frente. La tabla se inclinó. Salté justo cuando el pedazo de madera giró y cayó hacia el vacío. Grité atemorizado, todo mi cuerpo quedó suspendido en el aire. Sandi clavó sus uñas en mi brazo. Choqué con la pared del edificio y bajo mis pies alcancé a ver la tabla estrellarse contra el piso y hacerse añicos.

‒No me sueltes ‒rogué.

Sandi me jaló hacia arriba, más el sudor de sus brazos me hizo resbalar y quedé agarrado de su mano empapada. La distancia entre el suelo y yo pareció aumentar. Sandi se asomó un poco más y logró impulsarse para agarrarme con ambas manos. Al llegar al techo, me aferré al filo del edificio y escalé hasta dejarme caer de espaldas sobre el techo.

‒Gracias ‒dije con la respiración entre cortada.

‒¡Eres un idiota! ‒respondió Sandi con la misma dificultad para respirar.

­‒Pero un idiota vivo ‒agregué.

El frío del aire traspasó mi ropa. Sandi escondió su rostro bajo su capucha y se levantó sin decir nada más. Permanecí ahí, viendo las estrellas, hasta que los insectos voladores se volvieron molestos y tuve que pararme. Me limpié el sudor y recogí mi violín. Todavía me temblaban las piernas.

Sandi ya había regresado al departamento. Bajé las escaleras con la sensación de culpa acechando mis emociones. Entré a nuestro hogar y tras cerrar la puerta cubrí el espacio en el piso con una toalla mojada.

Estaba oscuro, sólo había un par de velas prendidas, no solíamos prender las luces a menos de que fuera una emergencia, atraen insectos. Sandi estaba dibujando en la mesa del comedor. Tenía su laptop prendida y escuchaba música. La luz azulada de la computadora le daba a la cocina y a su rostro un aspecto melancólico.

Dejé mi violín en el piso y me aventé al sillón. No podía dejar de pensar en la tabla partiéndose en dos ni en el rostro de Sandi al imaginar que moriría. Solamente nos teníamos el uno al otro en este nuevo mundo. Mis ojos ardieron. Prendí la consola y esperé a que entrara a la pantalla de inicio. La televisión iluminó casi todo el departamento a pesar de que bajé el brillo al mínimo. Abrí los ojos de par en par.

­‒¡Wooow! ‒aullé. Me levanté de un salto y me acerqué a la televisión

¡Sandi! ‒exclamé ‒. Jacky se conectó hace diez minutos. ¡Sandi!

Ella despegó la cara del monitor. Se bajó los audífonos y alzó la mirada.

‒¿Dijiste algo? ‒preguntó.

‒¡Jacky se conectó hace diez minutos! ‒repetí.

Me acerqué a ella sin lograr contener mi emoción. Sandi cerró su computadora de un golpe y guardó un papel en su libreta. La felicidad llenó mi cuerpo y la calma viajó por mis músculos y me hizo sonreír.

‒¿Estás seguro? ‒dijo caminando hacia la pantalla.

‒Completamente ‒dije ‒. Estoy seguro. Mira: GreenJack1. Última conexión hace 10 minutos.

‒Jiro, no creo que...

‒¿Sabes lo que significa? ‒interrumpí ‒. Está bien. Está viva. Tal vez Fede también lo esté.

‒No sabemos si sí sea ella ‒dijo Sandi.

‒¿Quién más puede ser? ‒cuestioné ‒ Nadie más que nosotros sabía su contraseña. ¿Por qué pones esa cara?

‒Jiro, vives la mayor parte del tiempo imaginando futuros alternos ‒dijo ella bajando la mirada ‒. Sólo no quiero que te hagas esperanzas.

‒Esto debería hacerte feliz, Sandi ‒dije ‒. ¿Por qué te pones como si algo malo hubiera pasado?

El Jardín de los No MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora