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Chuuya vivía en un pequeño departamento, casi en las afueras de la ciudad de Yokohama. Se mudó ahí apenas hace dos años cuando sus padres lo corrieron de casa, y apenas se mantenía a flote con las cuentas de luz y agua con su propio sueldo que se ganaba con mucho esfuerzo día con día.

A pesar de no poseer mucho tiempo por sus estudios y su trabajo, seguía haciendo lo que más amaba en el mundo, pintar.

Desde muy pequeño, sus padres habían llamado basura a su arte y estaban completamente en contra de que dedicase su vida a subsistir de ello.

—Olvídalo, no dedicarás tu vida a eso a lo que llamas arte —juzgó su padre un día cuando el pequeño Chuuya compartió con ellos sus sueños y esperanzas para el futuro—. Yo no pagaré tus estudios si decides dedicarte a eso.

Chuuya de doce años se cruzó de brazos e hizo un berrinche. Él no sería doctor, ni arquitecto y, mucho menos, por nada del mundo, ingeniero, como su padre.

Pedía auxilio a su madre en este tipo de ocasiones, pensaba que ella lo apoyaría más que el papá, casi siempre era así. Además, su mamá sí parecía apreciar sus obras de arte; Sin embargo, esa vez en que Chuuya hablaba muy en serio sobre su futuro, ella tampoco estuvo de su lado.

—Cariño, no eres malo pintando y dibujando, claro que no. De hecho, me parece bonito lo que haces, —dijo ella tratando de no sonar tan dura y cruel como lo había sido su padre, mientras hacía gestos que demostraban que no sabía cómo debía de expresarse para no lastimar sus sentimientos—, pero, aunque eres bueno y habilidoso, tienes que entender que no eres tan bueno como para convertirte en un pintor reconocido.

—Pero, mamá-

—Tus pinturas no van a generarte ingresos —lo calló su padre mientras leía el periódico, estaba bien claro que no pensaba discutirlo más.

Pero a Chuuya no le importaban los ingresos, no pensaba en ellos, no creía que el dinero fuera la mayor fuente de felicidad, era por eso por lo que no comprendía el pensamiento de los adultos. No entendía por qué sólo hablaban de eso. ¿En dónde estaba la pasión y la alegría por las más pequeñas e insignificantes cosas?

Y, pese a que después de esa ocasión no volvió a mencionar sus planes y sueños para cumplir en el futuro, Chuuya creció pintando y dibujando, haciéndose oídos sordos a las críticas de sus padres y a la presión que ponían sobre él para tomar una decisión que no quería tomar, para elegir algo que no quería elegir.

A la edad de quince años estaba casi convencido de que, de alguna manera, él haría lo que tanta felicidad le traía a su vida, sólo faltaba ese impulso, esas ganas de salir y de vivir a su manera. Para entonces, sabía que no sería fácil.

El impulso que tanto necesitaba llegó a través de una persona con la que coincidió una vez en su vida.

Hubo una ocasión, a sus dieciséis años, en que conoció a alguien. Más bien, fue un encuentro inesperado, algo efímero, porque ni siquiera logró acercarse para mantener una conversación o siquiera preguntarle su nombre.

De alguna forma, a Chuuya le llegó la noticia de que habría una exposición de pinturas de autores desconocidos en uno de los museos de Yokohama, la entrada sería gratis y podría apreciarse el arte moderno de aquellos individuos que dedicaban parte de sus vidas a hacer lo que a él le gustaba tanto, y no pudo resistirse al impulso.

A esa edad, solía escaparse de casa para irse de fiesta o a tomar con sus amigos, así que sus padres ya estarían bien acostumbrados a su rebeldía adolescente. No importaba cuántas veces le regañaran, Chuuya salía una y otra vez; No obstante, en esa ocasión la razón de su escape fue por ir a aquella exposición que se llevaría a cabo en la noche. Y así hizo.

RED GRAPHITE // SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora