Capítulo 1

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30 minutos antes
1:00am

Eliana

Noche de discoteca con mis amigas de la secundaria, hace un par de años que no nos vemos y me encantó mucho el plan de un encuentro, hablar de nuestras carreras y de nuestro futuro. La música retumba en todas las paredes y tuvimos que ir a una esquina a charlar.

Abby está pasada de copas y Perla está cuidando de ella, mientras que Tania y Ashley están moviendo caderas en la pista. Dafne, Angela y yo somos más reservadas, sentadas en la mesa más profunda que hay con unos tragos de whisky en mano.

—Cuenten chisme— dice Angela—dime Eliana ¿no tienes pretendientes?

—No y ni quiero aún.

Yo siempre me he enfocado en mis estudios, en gimnasio y tratar de ganar dinero lo suficiente para pagarles a mis padres todo el sacrificio que han hecho por mí.

—Yo sí— dice Dafne— solo es un mangue, tampoco es gran cosa.

Mangue=una pareja que no estén en una relación formal y tienen total libertad de estar con otra.

—¿Cómo que no es gran cosa?

—Tiene un vehículo que a veces me recoge para llevarme a casa y a llevarme a la universidad, estamos en la misma.

—Que afortunada—Angela le da un sorbo al whisky y se ríe en sus adentros.

Perla aparece en nuestra visión con la pobre Abby apoyando su brazo en sus hombros, ya ella anda alucinando.

—Perla amor, no me quiero ir—le dice Abby.

—Chicas, ¿ustedes no tienen a alguien para llevarnos?— nos pregunta Perla.

—Dafne tiene un mangue que tiene un vehículo, si quiere que las lleve—digo.

—Dafne!— Perla se queda boquiabierta— ¿nos podrá llevar ahora?

—Si claro, yo también me voy. Déjame enviarle un mensaje— teclea en su celular mientras que Angela y yo nos miramos preguntándonos: ¿Cómo nos vamos a ir?

—Vete con ellas Angela—de un trago me termino el whisky— ¿Tania y Ashley se fueron?

—Si, se fueron en el carro del papá de Tania—dice Perla.

—Yo no me quiero ir!— se queja Abby— quiero bailar un poco más—de repente, sueno Doja Cat a todo volumen, la canción Get into it— esa es mi mujer!— y comienza a mover caderas con movimientos sin coordinación.

—Cuando termine la canción, vamos a salir—Dafne se vuelve a sentar.

—Si estas en peligro, nos llamas— me dice Angela.

—Claro amor—nos damos un cálido abrazo, al igual que les doy el mismo a todas.

El frío de la noche me pega en la cara, la luna siempre hermosa y los faroles color anaranjados alumbrando las carreteras. Nos dividimos y ya estoy caminando totalmente sola por la acera, con mis manos en los bolsillos de la sudadera y la capucha cubriendo mi cabeza. Hombres de alrededor de 30 a 50 años, me ven como la presa lista para ellos.

—Muñeca— que asco.

Mi cuerpo se ve más sexy, no lo niego, gracias al gimnasio y por la sudadera no se me ve nada, no tengo ni idea del porqué me ven sino muestro nada. Comienzo a acelerar el paso tratando de llegar lo más rápido a mi casa, al igual que escucho a otros dos pasos acelerar.

—Hiciste un maldito curso de defensa personal, si te tocan, ya sabes que hacer— lo repito muchas veces.

Sigo con el mismo paso hasta que escucho la voz de uno de ellos.

—Chiquilla, ven que no te vamos a hacer nada.

¿Qué no que? Una mierda.

Ojalá que no lleven una arma, porque sino estoy jodida. Desde pequeña tengo una fobia a esa mierda, elementos que por halar el gatillo te desmorona la puta vida y no solamente eso, también a las persona que más quieres y aprecias.

Una mano se posa en mi hombro y lo primero que hago es apartar su mano agarrando su brazo y darle una patada en las bolas. Se retuerce de dolor y su compañero agarra mi bícep, se me hace un nudo en la garganta cuando veo una navaja en el bolsillo de su camisa.

Le doy en su mandíbula con mi otro brazo y le doy con mi tacón en el estómago.

—Eres difícil, maldita— el que le golpeé en las bolas se vuelve a levantar.

—¿Ah si?

Me le voy encima y lo uso como saco de boxeo dándole lo que más he practicado en el curso de defensa personal hasta que se desploma en el suelo.

—Uno menos, ahora falta...

Un dolor punzante siento en mi bícep izquierdo. El miedo y el desespero me llegan, el oxígeno me falta. Volteo mi cara y comienzo a sudar frío. Escucho la respiración del hombre que me hizo esto.

Piso tierra y le empalmo el codo derecho en su nariz. Me le voy encima y con cada golpe que le doy con mi puño derecho descargo toda mi ira.

Ya estoy llamando la atención y ya las personas empiezan a acercarse, mis lágrimas no paran de salir con sólo recordar que mi prima está en situación crítica por culpa de estos hombres que sólo piensan con su pito.

—¡Corre!— alguien me grita y me volteo a ver que pasa. Varias sombras empiezan a acercarse y al parecer son compañeros del maldito este.

—¿Quién me salva de esta?

Mi cuerpo comienza a restablecer y a empezar a correr como si no hay un mañana. El viento me golpea en varias ocasiones y estoy pensando seriamente en llamar a Angela.

Mis muslos están adoloridos de tanto correr, la respiración me falta, mi brazo me esta sangrando. Todavía escucho a los hombres corriendo tras de mí y yo rezando para que esto se acabe.

—Vamos, tu puedes, sigue corriendo, todo va a estar bien—digo para mis adentros.

Estoy por desplomarme, estoy agotada, no puedo más. Los pasos no paran, es más, cada vez lo escucho más cerca.

El hospital está muy lejos todavía, mi celular empieza a vibrar en mi abdomen donde lo llevo ajustado por los pantalones, eso son mis padres llamándome, son las 1 de la mañana, claro que deberían de estar preocupados.

Cruzo la carretera sin mirar, no me importa nada, solo quiero llegar al hospital lo más pronto posible, darme un respiro y beber miles de vasos llenos de agua, mis piernas están tan débiles que ni pueden levantarse bien y termino con la acera tatuada en la cara.

Escucho los pasos como si fuera un susurro en mis oídos y lo último que escucho son unas llantas chillar, no son la policía porque no escucho y ni veo las luces que las distingue.

Quiero seguir corriendo por mi seguridad, pero mi cuerpo me lo impide. Mis fuerzas son nulas, trato de levantarme con ayuda del poste del semáforo.

—Diablos.

Al voltear veo al dichoso vehículo que atropelló a los sujetos que me perseguían, el cristal desciende y no logro captar su aspecto hasta que aquel hombre asoma.

—¿No pretendes subir?— dice y yo todavía estoy en shock con lo que esta pasando— te estoy hablando, sube que estas herida.

Su mirada me indica que es de fiarse, indican que no me va a hacer nada, esos ojos grises dicen que no huya y que entre al vehículo. Tampoco que tenga oportunidad de escapar, me alcanza en un abrir y cerrar de ojos, ni me dejaría doblar al callejón que tengo a unos metros de donde estoy.

—Eliana, deja de estar ahí parada y sube— su voz autoritaria y rígida diciendo mi nombre me hace llegar preguntas a la mente.

—¿Cómo sabes mi nombre?— digo mientras que voy acercándome al asiento del copiloto con las manos temblorosas.

—Ven que te lo explico.

ImplicadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora