Capítulo 3

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Por más que lo intenté, no pude hablar con mi padre antes de la hora de la cena. Acudí a su oficina, me dijeron que no se había presentado en todo el día. Fui a la casa, tampoco se encontraba ahí. Visité la tumba de mamá con la esperanza de encontrarlo... en vano. Desencantada me dirigí de nuevo a nuestra hacienda. Aquella situación me pareció extraña, aunque últimamente no pasábamos tanto tiempo juntos no era normal que desapareciera de esa manera, tan de la nada y sin dejar alguna nota. Decidí no pensar demasiado en ello. Mr. Durand había insistido en ser nuestro anfitrión esta noche, así que mi padre, por cortesía, no pudo negarse. Él debería estar en casa a las 7 para irnos juntos y aún faltaba cerca de media hora. La espera, sin embargo, se me hizo eterna. Contaba los segundos pasar uno tras otro. Con cada uno de ellos sentía la ansiedad aumentar en mi pecho.

En algún momento consideré dirigirme yo sola a la casa de Mr. Durand. Sabía por Aeri que estaba viviendo en una propiedad perteneciente, hasta hace poco, a una anciana viuda cuyo único hijo residía en Inglaterra. En un par de ocasiones la visité junto con Min, mi padre, Aeri o Ning. La señora estaba muy sola y a nosotras no nos importaba hacerle compañía. Había muerto hacía poco por complicaciones de la edad y su hijo, después de organizar y presidir el funeral, puso la casa en venta.

Quise ir a encarar a este embaucador de una buena vez, dejarle claro lo que pensaba y zanjar el asunto, pero el respeto a mi padre me lo impidió. Aunque me era imposible comprender sus razones, tenía la certeza de que no había ni un ápice de maldad en ellas y no quería dejarlo en ridículo haciendo un escándalo innecesario. No, primero intentaría arreglar las cosas de forma correcta y después, en caso de fracasar, sería hora de pasar al plan B, C, D o el que fuera necesario.

A las 7 en punto llegó mi padre, agobiado por una prisa que pocas veces había visto en él, se le notaba alterado, preocupado y ausente. Me miró y su expresión fue inesperadamente dura.

- ¿Por qué no estás lista, Jimin? - Tenemos que irnos ya.

-Estoy lista, padre.

Él me miró de pies a cabeza, supongo que esperaba encontrarme con elvestido de gala azul oscuro que había dejado en mi habitación, pero no usaría un vestido como ese para encontrarme con alguien que me interesaba tan poco. En su lugar, simplemente me dejé los vaqueros, las botas para cabalgar, una camisa color azul claro y tomé una chaqueta de cuero color café oscuro, porque estaba empezando a refrescar. Mi padre, en cambio, portaba un elegante traje a medida que le sentaba a la perfección. 

Estaba cerca de cumplir 60 años, pero su porte era igual de regio que el que se podía observar en las fotos de su boda y servicio militar que adornaban la estancia de nuestra casa principal.

-Póntelo, tengo un coche afuera esperando, así que aún tenemos tiempo.

Lo miré sorprendida, más por el tono autoritario en su voz que por el hecho de que hubiera un coche en nuestra propiedad. Él se limitó a añadir:

- Mr. Durand me lo prestó junto a su chofer, quiere lo mejor para ti- reparando en mi expresión confundida intentó suavizar su tono- Te espero afuera, cielo, no tardes.

La rabia empezó a apoderarse de mí, así que era verdad, ese tal Mr. Durand no era más que un embaucador que había encandilado a mi padre con cuentos de riqueza.

Indignada seguí a mi padre sin siquiera hacer el intento de regresar a la habitación a cambiarme. El me miró exasperado, pero no añadió nada más, suspiró resignado y nos encaminamos a la entrada principal donde nos esperaba el chofer.

El auto era bonito, no lo niego, aunque también era un lujo que me parecía innecesario. Los automóviles eran caros y la crisis económica impedía a muchas familias hacerse con alguno de ellos. Yo sólo había visto unos cuantos en mis visitas a la capital, por lo general, la gente aún prefería desplazarse a pie, caballo o carreta.

Love you the mostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora