Capítulo 12

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Siento una profunda nostalgia cuando rememoro el día en que partimos. Nadie pudo acompañarnos al puerto, así que nos dimos el "hasta pronto" en la estación de tren. El clima era soleado y más cálido que los días anteriores, pero mi corazón se sentía pesado en mi pecho. Una sensación de desasosiego me inundó. Temí no volver a ver a las personas que entre sonrisas, lágrimas y abrazos nos deseaban lo mejor. Sentí como si una parte de mí se quedara para siempre anclada a ese lugar en el que permanecían las dos personas que más amaba en el mundo.

Quise besar a Minjeong una última vez, tomar su bello rostro en mis manos, susurrarle mi amor y prometerle de nuevo que nos veríamos pronto, pero ambas sabíamos que en aquellas circunstancias no era posible. Ahora yo era una persona casada y eso era lo que nos iba a salvar a todos. Tenía un papel que cumplir, eso lo entendía y lo aceptaba. Conrad había sido muy claro al respecto. Para sorpresa de todos, no se había interpuesto expresamente en mi relación con Minjeong, lo único que pedía es que no fuera pública y en ese momento estábamos frente a mucho público. Así que lo único que pude hacer fue depositar en sus manos una carta escrita la noche anterior y despedirme con un sentido abrazo.

La imagen de mi padre diciendo adiós y Sui abrazando a Minjeong mientras ella se aferraba a la carta surge en mi mente con regularidad, siempre acompañada de un sentimiento de añoranza y pérdida.

El viaje en tren fue silencioso. Todos parecían tener la cabeza en sus propios asuntos, pero eso cambió pronto al llegar al puerto. El lugar era ruidoso, frenético. La gente se apiñaba por todas partes. Esa era la primera vez que veía al mar y me pareció inmenso e imponente. Algunas personas con las que había hablado ocasionalmente lo describían como un lugar relajante y pacífico, pero para mí representó un riesgo, un obstáculo que debía ser superado.

Cerca del embarcadero nos encontramos con decenas de personas que intentaban abordar un barco con dirección, básicamente, a cualquier parte del mundo. Algunas se veían realmente desesperadas, intentando por todos los medios posibles conseguir un boleto, un pasaporte o cualquier cosa que les permitiera alejarse de lo que ellos llamaban "un torrente de muerte y destrucción desenfrenada" Quise ayudarlos, pero no contaba con los recursos para hacerlo, por el contrario, yo misma tuve que ser salvada por alguien más.

Las conversaciones que escuché mientras nos movíamos entre la multitud me indicó que, aunque el itinerario de los viajes no había sido modificado en lo más mínimo, una histeria colectiva se había hecho presente en toda la zona, motivada por el miedo a perder la oportunidad de abandonar el país. Esto ocasionó que, efectivamente, los espacios disponibles en las embarcaciones se saturaran rápidamente y la posibilidad de obtener un boleto fuera cada vez más complicada. Era entendible, claro, al final nosotros estábamos haciendo lo mismo, pero la comprensión no evitó que el frenetismo del lugar me resultara asfixiante.

Afortunadamente, poco se exigió de mí durante aquellas horas. Conrad, que parecía un hombre experimentado en el arte de viajar, se movía con soltura y con gracia de un lugar a otro, encargándose diligentemente de todo el papeleo y los tramites que fueran necesarios. Ning y Aeri, también se adaptaron fácil a la situación y buscaban la manera de ayudarnos en todo cuanto fuera posible.

Gracias a los preparativos hechos por Conrad semanas antes, el abordaje no representó problema alguno. Ni en cuanto a los pasajes ni respecto a los pasaportes. Mientras que había familias enteras que llevaban semanas intentando encontrar un espacio en los barcos, nosotros estuvimos a bordo y cómodamente instalados en menos de un par de horas.

Conrad había conseguido dos camarotes dobles. Uno para Ning y Aeri y otro para él y para mí. Esto me puso nerviosa. No me quedaban claros los límites de nuestra relación. Era su esposa en papel, pero en la realidad él no había pedido nada de mí. No aún. Así que no estaba segura de cómo debía comportarme con él. Su actitud conmigo era, generalmente, cordial. No era afectuoso, pero tampoco agresivo o violento. Parecía justo lo que él había dicho en infinidad de ocasiones, un simple acuerdo de negocios; sin embargo, eso no evitaba que me sintiera insegura.

Love you the mostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora