𝕋𝕣𝕖𝕤

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―¿Están seguros de que no prefieren que los llevemos?―dudó Sokka―. De verdad, no es molestia. Podemos dejarlos a ambos en sus casas.

El grupo de amigos aún se encontraba en la estación de servicio cuando el cielo nocturno y estrellado comenzó a cernirse sobre ellos.

Luego de una larga búsqueda exhaustiva pero terriblemente infructífera del collar perteneciente a la madre de los Mizu, los cuatro amigos se hallaron a sí mismos desanimados y cansados, por lo que acordaron dar por finalizada la aventura de ese día.

―Ya que insistes... Ugh―Toph empezó a hablar pero un disimulado codazo en las costillas de parte de Aang la interrumpió.

―No, gracias, Sokka―se negó con amabilidad el chico de ojos grises ―. Toph acaba de llamar a su mayordomo, y yo pude comunicarme con Gyatso. Pronto llegarán por nosotros.

Y, mientras Aang dirigía su atención a la muchacha que tanto amaba, quién permanecía a unos pasos tras del mayor, su ceño se torció en preocupación.

Él se percató rápidamente de las traicioneras gotas saladas que se acumulaban en los ojos cristalinos de la morena. Se mantenía cabizbaja, con una mano sosteniendo la otra, y a él no le fue difícil adivinar que la chica estaba esforzándose enormemente para no echarse a llorar.

Odiaba verla así.

El corazón se le volvia chiquito y la impotencia se expandía con velocidad por sus adentros cada vez que veía a la chica entristecida como en aquel momento.

Haría lo que fuera por hacerla sentir mejor, por provocarle una sonrisa, causarle alegría.

Pero lo que ella anhelaba, él no pudo conseguirlo.

Encontrar el collar.

―Mejor lleva a Katara a casa―pidió él en voz baja, volviendo la vista al moreno.

Sokka asintió quedamente. Parecía igual de desanimado, y en gran parte frustrado por la situación.

―Si... creo que debería hacer eso―concordó, apoyando una mano en el hombro de Aang―. Gracias, amigo. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo?

Aang no respondió. Simplemente alzó las comisuras de sus labios.

Y es que el chico de ojos grises fue incapaz de decir nada, pues no podía prometerle eso a Sokka, debido a que aquellas eran sus últimas horas en la ciudad.

Mañana, él sería enviado al Este.

Mientras Sokka se adentraba en el auto, Katara se aproximó a Aang para despedirse.

―Lamento esto―murmuró ella, débilmente―, arruiné por completo nuestra huída.

―Katara, no arruinaste nada―le aseguró, enredando su mano cálidamente con la de morena, ignorando enteramente su propio nerviosismo por el contacto. Aún se emocionaba demasiado al poder tener tal cercanía con la chica de la que estaba enamorado desde hacía más de tres años―. Todo está bien, me divertí mucho hoy, en serio― sentenció, levantándole suavemente el mentón para que lo mirara, y le dedicó una sonrisa sincera―. En particular el rodar montaña abajo contigo―se encogió de hombros, divertido―, tan solo unos detalles más y supera por completo el deslizarse en trineo.

Una pequeña risita salió corriendo de la garganta de la muchacha y el corazón de Aang revoloteó de orgullo por haber logrado lo que tanto había deseado: hacer sentir mejor a Katara.

Inconscientemente, guardó con inmensa finura y cuidado un mechón tras la oreja de la muchacha.

―Gracias por hacer este día tan especial para mi―pronunció él.

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