𝔻𝕠𝕤

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Era casi medianoche cuando Aang se dejó caer sobre la cama de Gyatso. La lluvia torrencial hacia eco contra el vidrio de las ventanas, y había empezado a levantarse cierto viento afuera.

Suspiró. Su mirada se clavó en el techo, mientras sus pensamientos tomaban rienda suelta hacia cierta muchacha.

Katara.

La chica que tanto amaba se encontraba en la habitación de enfrente, y una vez que cayó en el hecho de que ambos dormirían bajo el mismo techo, el corazón se le comenzó a acelerar.

Pero había un detalle: Katara parecía estar enfadada con él, y él no tenia ni la más mínima idea del por qué.

¿Habia hecho algo mal? Si era así, ¿cuándo? ¿En qué momento exacto fue que metió la pata? Repasó los últimos días en su mente, pero no encontró la causa.

¿Acaso la había hecho sentir incómoda? ¿Y si acaso sus miedos eran verdad, y al final si se había sobrepasado cuando la besó aquella noche?

―¡Soy un idiota!―exclamó frustrado consigo mismo, tapando su rostro con la almohada.

Aang no fue consciente del rayo de luz que se coló a través las hendijas de la ventana hasta que fue demasiado tarde.

De pronto, un trueno retumbó tan fuerte que hizo temblar la tierra y se llevó la electricidad, dejandolos en penumbras. Y luego, un grito.

Aang lo reconoció al instante y de inmediato cruzó a gran velocidad la habitación y el pasillo en la oscuridad. ¿Cómo era posible que lo hubiese olvidado? ¡A Katara le aterraban las tormentas!

El muchacho se detuvo en la puerta, con la mano en la manija, y golpeó rápidamente el pedazo de madera. El ambiente era electrizante y angustioso.

No le gustaba para nada.

―¡Katara! ¿Estás bien?―llamó.

Pero antes de que la joven pudiera siquiera responder, el cielo crujió de forma espantosa una vez más, seguido de un sonoro trueno.

¡KRAAKABOM!

Otro grito agudo irrumpió el aire. Suficiente.

No esperó más y abrió la puerta, solo para encontrarse con una escena que le helaría la sangre y le quebraría el alma.

―Espíritus―dijo en un resuello―, Katara...

Estaba hecha un ovillo en el suelo, refugiada justo en el rincón entre la cama y la mesita de luz, sentada abrazando sus piernas con tal fuerza que parecía doloroso. Tenia la cabeza inclinada, escondida sobre sus rodillas, y su cuerpo entero era sacudido por agitados y violentos temblores.

Aang se apresuró a llegar a ella y se colocó a un lado. Katara se agitaba con tal tormento y liberaba pequeños lamentos, su respiración fatigosa, presa del pánico.

Estiró su mano y la puso con cuidado sobre la de ella, y le dio un suave apretón.

―Kat...―pero un relámpago lo interrumpió y segundos después un nuevo estallido, lo que hizo que la muchacha saltara a los brazos de Aang, completamente aterrorizada como una niña pequeña.

Ella se refugió contra el pecho del chico, y Aang la sostuvo como pudo ante la repentina acción, rodeandola con sus brazos, intentando hacerla sentir segura. La acomodó, sentándola de costado sobre su regazo, y la acunó con suavidad, abrazándola con firme delicadeza contra él.

―Aquí estoy, Katara, aquí estoy―murmuró sobre su cabeza, meciéndose despacio para tranquilizarla.

No estaba seguro de si ella lo escuchaba, estaba sumida en el terror y el miedo. Su cuerpo entero se estremecía continuamente, sus manos cerradas en un puño fuerte agarradas a la camiseta que Aang llevaba, sus ojos sellados, soltando bajos quejidos.

7 daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora