-Prólogo-

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La alarma me había despertado a la misma hora que siempre. Miro por la ventana y veo claramente a mi vecina. Nunca he hablado con ella, ni siquiera me sé su nombre, pero siempre está ahí. La señora sale a la misma hora a leer en su balcón. Yo siempre he sido una persona que ama dormir con las cortinas recogidas, así que cada día que abro los ojos la veo ahí, leyendo. Es una mujer muy interesante y sin duda una de las mejores personas que me rodean. Su sonrisa me espera cada mañana y yo la recibo con los brazos abietos.

Me levanto de la cama tras saludarla y luego me dirijo hasta el lavabo. Ya allí me miro en el espejo. Mi pelo castaño se ve igual de bien que siempre y mis ojos verdes resaltan sobre mi piel. Me dedico una sonrisa acompañada de la famosa frase: "Hoy es el día"

Realmente no me diría aquello de no ser por la dichosa solicitud. Ya había perdido la cuenta y no sabía cuanto tiempo había pasado desde que mandé mis datos. No os voy a mentir, he perdido totalmente la esperanza, pero eso no lo puede saber nadie. Ni siquiera el reflejo del espejo.

¿Cuándo contestarán?

Quién sabe.

Por el momento, yo seguiré esperando a que me den alguna señal de vida.

Termino de hacer las cosas que debo llevar a cabo en el baño y luego salgo. Camino hasta la cocina y me preparo el desayuno. Mientras que se hacen las tostadas, obviamente en la tostadora porque eso de cocinar no lo llevo muy bien, miro el reloj que tengo en la pared. Me queda el tiempo justo para terminarme el desayuno y prepararme para salir. En cuanto las tostadas están listas las agarro lo más rápido que puedo y las preparo con un poco de mantequilla y mermelada de kiwi. ¿Os suena raro? Lo sé, no es lo más común, pero os aseguro que está riquísima.

Tras acabar corro hasta mi habitación y me visto. Llevo muchos años trabajando en esto así que sé perfectamente que no puedo ni ir con pantalones ajustados ni con ropa blanca. ¿Por qué? Pues porque trabajar con niños es algo complicado. No sé como lo hacen pero siempre que tienen algo en la mano con peligro de manchar cosas siempre van directos al blanco. Pero bueno, quitando ese pequeño detalle, son un amor de niños.

Al final me decido por unos pantalones sueltos y un top negro. De normal me maquillaría un poco para tapar las ojeras y algunas marcas que tengo por el rostro, pero viendo la hora que es prefiero no tentar a la suerte. Agarro mi móvil y las llaves de mi casa y salgo dirección a trabajar.

Estando ya en la calle enciendo el móvil y veo varias llamadas perdidas de mi novio. Anthony siempre me llama. Él dice que lo hace porque se preocupa por mi, pero yo creo que lo que tiene es una obsesión por saber donde estoy en cada momento.

Le llamo y enseguida me contesta.

-¡Elodie! Por fin me llamas, estaba a punto de ir corriendo a tu casa.

-Amor, no hace falta que me llames siempre.

Escucho que Anthony suelta un suspiro cansado de que siempre le diga lo mismo.

-Si algún dia te ocurre algo ya verás como desearás haber estado en llamada conmigo.

Ignoro ese comentario y le cambio de tema.

-Bueno, ¿querías decirme algo?

El chico se toma su tiempo para responder pero finalmente lo hace.

-¿Dónde estás?

¿Véis? Os dije que siempre hacía lo mismo. Está obsesionado por tenerme controlada todo el tiempo.

-Yendo a trabajar.

-Genial, cuando termines llámame y me paso por tu casa para estar juntos un rato.

Recuerdo que por la noche había planeado cuidarme y dedicarme unas horas. Me gustaba mucho bañarme con unas velas encendidas y dedicar tiempo a mejorar mi imagen.

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