Capítulo I: La aburrida realidad

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Después de la experiencia en Espíritu, el grupo de jóvenes se separaron para encaminarse lentamente hacia su monótona vida y hacienda, pensando sobre lo poco extraño que les resultaba ahora que hubiesen adictos a la otra realidad. Pero había uno en específico que recordaba todas y cada una de las experiencias, las pensaba y repensaba inquiriéndose a si mismo una forma de actuar completamente diferente a la que había mostrado; una que no hubiera implicado la ruptura de una promesa con sus amigos y que le habría permitido disfrutar más de aquellas vivencias de no haber estado tan preocupado.

Sus pensamientos quedaron ahogados cuando un camión le salpicó con uno de los charcos que había por la carretera tras las lluvias de la noche anterior. Su rostro se enrojeció de ira y vergüenza, pensando en cuanta gente le habría visto y como le reprenderían cuando regresase a su casa; su ira palideció cuando, tras pasar la calzada responsable de aquel desastre, vio como un hombre caminaba como si estuviese muerto; sin expresión ni vida en aquel cuerpo que actuaba como un títere. Por supuesto que había oído hablar de aquello, igual que en su realidad, en Espíritu se producían accidentes que repercutían sobre la persona y que mataba su ser, de ahí que el cuerpo siguiera viviendo como un autómata. Claro que eso no pasaba siempre, dependiendo de la gravedad del daño podía causar un estado vegetativo; de hecho, ese pensamiento trágico le amargó la experiencia que había disfrutado hasta ese mismo momento.

Cuando por fin llegó a su hogar se encontró con que sus padres se habían conectado a sus máquinas de la felicidad y habían dejado programado un menú de cena para él según se abriera la puerta. Sin mediar palabra, avanzó hasta llegar a la cocina, donde esperó que el robot terminase de prepararle aquella consumición altamente eficiente para alguien de su edad. Tras aquella insulsa cena huyó de aquella realidad en su habitación, refugiándose en sus juegos de ultra realidad donde podía ser todo lo que desease sin ningún riesgo.

- ¿Kumori? ¿Ya has vuelto a casa? - Por supuesto, aquella era la voz de su madre, la yanqui de endorfinas que ponía a su hijo en un bajo puesto de su lista de importancia.

- Sí, ya he cenado. - Aquella escueta conversación era la habitual, donde cada uno confirmaba la existencia del otro antes de regresar a su método preferido de evasión de su mundo.

Tras no mucho tiempo se rindió con aquellos juegos, ya no le suponían ninguna fuente de diversión y excitación como la recién descubierta. Se planteó buscar en los libros algo que hiciera a su corazón emocionarse, pero el vacío dentro de él le gritaba que no conseguiría lo que buscaba. Así, terminó tumbado en su cama pensando en todo y en nada, sobre ese vacío que crecía cada día en su pecho, sobre la sensación de plenitud que le invadió cuando entró en Espíritu; tantos pensamientos y la escasa energía que tenía después de ese día tan movido motivaron que durmiese sin haberse cambiado de ropa siquiera.

En otro edificio no muy lejos de allí, una joven dama llamada Hare fue descubierta como apta para Espíritu; aunque técnicamente lo era desde hacía mucho tiempo la burocracia se lo había hecho saber esa misma noche. Ella, al contrario que la mayoría de aptos, sentía una fuerte sensación de miedo; no porque no desease entrar allí, sino porque tenía una gran incertidumbre sobre como y quien iba a ser allí, ¿igual que su yo real cambiando un poco el nombre? ¿Radicalmente distinta? Sus dudas, tan distantes de las de Kumori, la carcomían por dentro; a eso tenía que sumarle que no tenía a nadie de confianza para guardarle el cuerpo, y los funcionarios cobraban demasiado por no hacer nada.

La noche huyó espantada por los primeros rayos del sol, poco antes de que los despertadores comenzaran a sonar. Primavera, con sus benditas vacaciones, permitía a los estudiantes escapar de su vida escolar, y la forma de trabajo automatizada permitía a sus tutores legales cobrar por seguir vivos y estar conectados de forma perpetua a las máquinas de la felicidad. Kumori se cambió rápido para poder ir a su nexo y experimentar aún más con aquella fascinante realidad que subyacía en su interior; Hare, con mucho menos entusiasmo, ya se encaminaba hacia el nexo de aquella zona.

Así, ambos coincidieron en el parque; si bien Kumori se había adelantado a todo su grupo y se encontraba solo, no quería que un funcionario le cobrase así que había salido sin nada de valor para dejarse caer sobre el tupido césped que poblaba el suelo. Hare y Kumori entraron a la vez en el nexo; intercambiaron miradas y nada más, ninguno se molestó en hablar al otro ni en presentarse siquiera. 

Hare se sentó, apoyando su espalda en un árbol que le daba sombra y trató de limpiar su mente como le habían dicho que debía hacer; no pudo, comenzó a ponerse nerviosa, lo que dificultaba sus intentos cada vez más. Poco antes de que entrase en un ataque de nervios o se dejase vencer por la impotencia, el joven se acercó y le ofreció consejos y apoyo de alguien cuya experiencia podía contarse con un dedo.

- Trata de sentir tu entorno, la brisa de la mañana acariciando las hojas del árbol, el sol atravesando los huecos que dejan, el rocío en el césped... Cuando sientas aunque sea un mínimo de lo que te rodea, vacía tu mente y piensa que vas a entrar a una piscina. Salta, si quieres. - Y tras decir aquello su cuerpo cayó con un muñeco al que han cortado las cuerdas, había entrado en Espíritu.

Hare se asustó ante aquel repentino desvanecimiento, pero trató de seguir sus consejos. Cerró sus ojos, pero hasta el más mínimo ruido la molestaba; de fondo se escuchaba música, así que centró su oído en la melodía hasta que cayó rendida ante su piscina mental. Miró lentamente al agua que la rodeaba y pensó que nada podría ser peor que la soporífera y deprimente realidad que la rodeaba. Y saltó.

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