Capítulo VII: La verdad

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Se quedaron sumidos en un cómodo silencio que se permitió existir, siendo solo perturbado por las suaves olas que rompían contra la base de aquel risco, el piar de los centenares de aves que surcaban el cielo o estaban posados en algún lugar, la respiración agitada por la emoción de ambos, y los ligeros chasquidos, casi imperceptibles, de los cangrejos que estaban saliendo de debajo de las rocas a escasos metros por debajo de ellos. Pero esa comodidad estaba siendo tensada por la curiosidad de ambos, cada vez más intensa, hasta que terminó por convertirse en una tensión semi-incómoda que impulsaba a ambos a preguntar.

- ¿Qué pasó en el cuatro? - Se giraron para mirarse a los ojos con sorpresa y diversión al darse cuenta de que habían pensado lo mismo, al mismo tiempo y con la misma impaciencia.

Esa momentánea diversión murió lentamente hasta convertirse en una incomodidad incomprendida. Habían hablado de su horrible vida, habían mostrado abiertamente su corazón al otro; entonces, ¿por qué no se atrevían a hablar de aquello? La respuesta llego a su mente antes que las propias preguntas, tenían miedo. No querían hablar de sus miedos, esos mismos miedos les atemorizaban con la idea de que aquello les distanciaría, cosa que no deseaban para nada.

- Esto es incómodo, quería contártelo, pero es como si... es como si se me estuviera haciendo una pelota en la garganta. Es muy molesto.

- Oh, tranquilo. No tienes que contármelo si no quieres.

Entonces la conversación murió, ambos querían contarlo pero ese miedo irracional les retenía. Kumori volvió a alzar sus pétreas defensas, que cada vez mostraban más grietas que permitían entrar aquellas emociones que hacía tanto repudiaba; pero aquella conocida calma le impulsó para empezar a hablar.

- La verdad es que en cuatro lo que se me apareció no fue un miedo, era más que nada un trauma. Verás, cuando era más joven, hará unos ocho años, tenía una hermana; se llamaba Siri. No nos parecíamos en nada, yo salí como fotocopia de mi padre y ella de mi madre; pelo negro y ojos grises con una personalidad demasiado risueña para ser buena -una sonrisa de nostalgia se posó en sus labios-. La cuestión es que un día que habíamos salido ella y yo a dar un paseo un viejo adicto a dios sabe qué salió de uno de los callejones que hay cerca de donde vivo, nos pidió dinero, una auténtica estupidez teniendo en cuenta que éramos niños. Obviamente no teníamos, pero él no parecía entenderlo, seguía pidiendo y pidiendo aunque le decíamos que no llevábamos nada. Terminó sacando un cuchillo cuando se cansó de pedirnos dinero... Traté de defenderla, traté de hacerlo con todo lo que podía... -Se le rompió la voz por la emoción y tuvo que callarse por un momento para tranquilizarse-. La mató, la mató y se llevó su cuerpo, no pudimos ni siquiera enterrarla, no pude hacer nada. Ella tendría que haber vivido, tenía toda la vida por delante... - Las lágrimas se deslizaban por los laterales de su cara hasta sus orejas al estar tumbado, su respiración era agitada y todo en él se notaba en crisis.

Hare no supo como contestar, como reaccionar ante aquella noticia. Esa declaración era un auténtico manifiesto de horror y sufrimiento que había sido aquel momento, y posiblemente toda su vida desde entonces. El desconcierto, asco y terror que inundaban su corazón se anegaron por la compasión y pena que sintió por él, por eso pudo librarse de la responsabilidad de lo que hizo después. Tomó su mano, entrelazando los dedos con los suyos, y colocó ambas manos en su pecho, tratando de conseguir con aquello un gesto de consuelo ante aquella desesperación.

- No estás solo, no tienes que contenerte, estoy aquí.

Y aquella frase fue la que consiguió detonar los muros de Kumori, comenzó a llorar en silencio, sintiendo vergüenza por hacerlo en frente de Hare, pensando que por ello le consideraría débil. Lloró, lloró hasta que en él no quedó ninguna gota que pudiera salir por los ojos. Y una vez los abrió pudo ver como Hare estaba mirándole con ternura con aquellos ojos caleidoscópicos a una distancia tan pequeña que prácticamente tenían las frentes pegadas.

- Gracias. Gracias por estar aquí.

- No tienes que dar las gracias, necesitabas sacar eso de dentro, yo solo he estado aquí para escucharlo.

- Lo sé, por eso te doy las gracias -se armó de valor, inhaló lentamente y se preparó para terminar la historia-. Después de aquello regresé a mi casa, esperando ver a mis padres para encontrar algo de consuelo. Estaban enchufados a sus máquinas de felicidad; los desconecté para contarles lo que había pasado. Me golpearon, me insultaron, me acusaron de ser el culpable, me encerraron en mi cuarto y regresaron a sus máquinas. Los odio -hubo un gran momento de silencio en el que Hare terminó de asimilar toda aquella información-. No tienes que comentar nada, no digas nada. Solo tenía que terminar de contarlo.

- Bien... Bien, gracias por contármelo. ¿Quieres que te cuente yo el mío entonces?

- Me encantaría, si no te importa.

- No es tan gordo como lo tuyo, pero bueno. Mi miedo es terminar sola, perdida en algún lugar en medio de la nada, sin nada ni nadie que pueda ayudarme de algún peligro que me aceche. En cuatro aquel peligro fueron los lobos, pero podría haber sido cualquier otra cosa.

- ¿Tienes miedo de la soledad y la impotencia?

- Eso parece.

Ambos mantuvieron sus manos juntas, viendo al infinito cielo azul que empezaba a teñirse de naranja y rojo conforme el sol empezaba a zambullirse en aquel océano formado por miles de perlas resplandecientes que tenían debajo. La noche estaba viniendo a aquel mundo, y eso implicaba que el tiempo que normalmente se tomarían al sumergirse se estaba agotando.

- ¿Nos vemos mañana en el mismo sitio a la misma hora?

- No sé si podré, pero haré todo lo posible. Mis padres son demasiado estrictos con las salidas de casa. Pero te diré como podemos seguir en contacto.

En ese momento, mientras ambos regresaban a cero, empezaron a intercambiar la información que pudieran necesitar para mantenerse en contacto, para organizar encuentros y simplemente para hablar. Aquel día, cuando se separaron en cero no se sintieron tan vacíos y dolidos como el día anterior.

- ¡Buenos días! - Gritó Kumori al emerger, asustando a Eleuteria y a Atlas.

- ¿Qué tal hoy? - Su amigo empezó a cerrar el libro que estaba leyendo, tratando de sacudirse el susto de encima.

- Bien, ha sido relajante explorar uno un poco más.

Ambos amigos se levantaron y se marcharon manteniendo una conversación acerca de las maravillas del sector C de uno y de libros que podrían interesarle al otro. Entonces Eleuteria pudo ver como su joven señorita había estado despierta por un buen rato escuchando aquella conversación antes de que se percatara de que había emergido.

- Quiero ir a casa, estoy cansada.

- Claro que sí, señorita. Si quiere puedo solicitarle un vehículo.

- Prefiero que paseemos un poco por el camino.

Ambas mujeres se levantaron y salieron de aquel parque poco después que los otros dos, aunque su marcha era silenciosa y muerta.

Memorias de EspírituDonde viven las historias. Descúbrelo ahora