Capítulo VI: Revelación

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Kumori salió de cero con el aliento escapándosele de entre los dientes, pensaba que correr desde su habitación hasta la plaza podría no haber sido la mejor idea que había tenido esa tarde. Aquella vez se dedicó a leer con cuidado las placas identificativas de cada portal para asegurarse de entrar al 1C sin errores como los del día anterior. Entró y se preparó para zambullirse en el océano de la última vez, pero un choque en la firme arena le sorprendió de una manera inesperada; se permitió refunfuñar mientras se limpiaba la arena que se había adherido a sus pantalones, chaqueta y sudadera.

Hare estaba sentada en un risco no muy lejos de allí, observando como caía Kumori y como empezaba a limpiarse con descontrol, tambaleándose por la fuerza que estaba aplicando sobre sí mismo con cada sacudida. Se permitió a sí misma sonreír con alegría mientras veía como terminaba de limpiarse y alzaba la mirada a su alrededor intentando localizarla, a lo que ella correspondió alzando una mano y sacudiéndola por encima de la cabeza. Cuando vio que corrió hacia donde estaba ella, decidió descender hacia él para guiarle en aquel risco.

Los jadeos de ambos eran silenciosos, la respiración sin aliento de Kumori agitó el corazón de Hare con la gracia con la que un pintor da una trazada para empezar un cuadro; y la respiración con emociones contenidas de Hare permitieron que Kumori se deshiciera de los muros de roca que rodeaban su corazón.

- Ya he llegado. - Cuando terminó de pronunciar la última palabra tuvo que apoyarse en sus rodillas para recuperarse de la carrera de hacía un momento.

- Has tardado. ¿Sabes lo incómodo que es sentarse en los riscos? - Bajó la pequeña escalada empinada que les separaba y empezó a limpiarle la arena del pelo.

Kumori no dijo nada, solo agachó la cabeza y se dejó hacer, rezando a quien fuera para que el rubor que inundaba sus mejillas no pudieran verse una vez empezara a mirarla a los ojos.

- Perdón por tardar, me costó calmarme después de verte escoltada. - Trató de hacer una broma, pero consiguió destruir aquel ambiente de ensueño al sentirse Hare atacada.

- No es ninguna escolta, es una amiga que ha venido para vigilarme, podría decir lo mismo del chico que has traído. - Se separó de manera abrupta de él, aunque no sin antes terminar de liberar su turbulento pelo de cada grano de arena que pudiera tener.

Ambos se separaron mirando hacia abajo, avergonzados por algo que ni ellos mismos entendían. Aún manteniendo un silencio tenso empezaron a escalar por aquel risco hasta llegar al punto donde había estado Hare originalmente, y aún un poco más allá, al borde mismo, con las piernas colgando en el vacío. La suave brisa cargada con el temple del sol, la sal de aquel océano infinito y el frescor del escaso musgo que se animaba a crecer en aquel mal formado acantilado les aliviaron y consiguieron destruir gran parte de la tensión que existía entre ellos, aunque eran conscientes que tendrían que hablar de ello en algún momento.

- ¿Quieres que hablemos de lo que ha pasado fuera? Puede que me haya pasado al decir que has venido escoltada. - Kumori se animó a dar el primer paso, aún con un corazón inexperto en las emociones sensibles como aquella.

- Realmente llevas razón, trato de considerarla mi amiga, pero es una escolta que me ha puesto mi familia. Se llama Eleuteria, antes era mi puerta a la libertad, ahora es un títere más a disposición de mis padres. ¿Quién es el chico que te acompaña a ti? - No se atrevía a mirarle a la cara, temía encontrar esa mueca de desprecio a la que se había tenido que acostumbrar desde pequeña; el desprecio por su condición.

- Se llama Atlas, realmente no le conozco muy bien, pero es alguien muy confiable, de eso estoy seguro -se calló unos segundos y se permitió mirarla a la cara-. ¿Quieres contarme más de tu familia?

- Sí, sí quiero -se tumbó encima del risco, dejando sus piernas colgando del borde-. Tal vez deba empezar presentándome bien. Me llamo Hare Thihak, y mis padres están podridos de dinero y de poder. Y con una situación como esa creo que podrás imaginar como ha sido mi vida, he sido un pájaro encerrado en una jaula de oro.

- Entonces los dos somos pájaros Jian. Me llamo Kumori Houki, y mis padres son unos yanquis adictos a las máquinas de felicidad que no se preocupan por nada más que mantenerse vivos para ser felices. He vivido siempre en un campo abierto en total soledad. - Se tumbó en el risco de igual forma a la de Hare.

- ¿Qué son los pájaros Jian?

- No sé si existen realmente o si son un mito, pero es una especie de ave que nace con un ala y un ojo y que es incapaz de volar a menos que se encuentre con alguien de su misma especie pero del sexo opuesto con quien pueda sincronizarse. Básicamente son mortalmente inútiles hasta que no encuentran a una pareja.

- Me gusta esa especie, me recuerda a nosotros dos.

En ese momento el rubor ascendió a las mejillas de ambos, con tanta intensidad que el sol que les golpeaba era su menor fuente de calor. Aquella sensación de irrealidad y de vida era algo inexperimentado para ambos, y para Kumori era la primera ver que había abierto su corazón sin temor a volverse adicto a aquello.

- ¿De verdad eres una Thihak?

- Sí.

- Nunca habría imaginado que tu vida pudiera ser complicada teniendo todo lo que tienes.

- Yo no tengo nada, lo tienen mis padres; ahora mismo soy el juguete que quieren y cuidan, y es horrible. Me han obligado a aprender cosas que son completamente inútiles, ¿de qué me sirven los bailes de salón en un mundo casi sin convenciones sociales? Lo mismo con la etiqueta, y no hablemos de la música. Dudo mucho que sea de vital importancia que sepa tocar el violín y el piano.

- Si no te importa me gustaría que tocaras para mí alguna vez. Podrías enseñarme muchas cosas también.

Aquella despreocupada frase descolocó completamente a Hare, no esperaba una respuesta como aquella a una declaración tan claramente aristocráticamente despreciable.

- Sí. Cuando quieras puedo tocar para ti o enseñarte a bailar.

Y ambos se mantuvieron en un silencio considerablemente más cómodo, mirando hacia el infinito cielo que se unía al interminable océano, pero sin permitirse emerger aún.

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