Capítulo XIV: Desconocido

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Lloró hasta quedar satisfecho, lloró hasta deshidratarse, lloró hasta que aquel monstruo que dormía dentro de él tuvo pena, lloró hasta que se atragantó con su propia saliva. Se arrancó aquel incómodo casco y escapó de aquellos prados; se refugió en aquella primitiva posición fetal que le había acompañado cada noche al dormir, se refugió en la música que sonaba en sus oídos.

Trató de respirar, de calmarse usando aquellos estúpidos consejos, trató de hacer cuentas, de imaginar historias, de imaginar una vida... pero ni con todo aquello consiguió librarse de aquella ansiedad que le oprimía. Sentía que el corazón le iba a estallar, que sus pulmones habían dimitido, y que su estómago quería devolver lo ínfimo que había comido con su ácido humor. Quería rendirse, no podía más, no podía seguir viviendo, cada segundo que seguía allí era una tortura; quería acabar con todo.

No podía. No podría hacerlo por mucho que quisiera, tenía que vivir por Siri, tenía que mantener sus promesas, tenía que cumplir lo que le prometió a Hare, tenía que cuidar de Atlas y su alma caritativa. No podía permitirse morir. No allí. No así. Se incorporó en la cama, colocó los cascos en su sitio con sus manos temblorosas y respiró varias veces para tratar de calmarse. Intentó levantarse, solo consiguiendo caer al suelo como un plomo ya que sus piernas habían dejado de funcionar, y cuando lo consiguió solo colocó la guitarra en su soporte y guardó la fotografía en la cartera antes de tomar su dispositivo y volver a dejarse caer en el colchón. Se sentía desconectado de todo, completamente libre de todo, de sus sentimientos. Ya solo le quedaba vivir. Sin ninguna otra idea a aquella hora de la madrugada se decidió a escribir a su amigo para tratar de conseguir hablar con el hombre que decía ser un escritor.

- Buenas, el hombre del parque te dio algún contacto? - Preguntó a Atlas.

Dejó que el mensaje se quemara en sus retinas antes de cambiar de pantalla mientras esperaba. La música de piano aún seguía en sus oídos, aunque no hubiese nadie cerca que tuviera uno, era una sinfonía lenta, triste, un tema pensado para inspirar al corazón. Antes de poder indagar más en aquel asunto recibió la notificación de su amigo.

- Sí, claro. Quieres q te la pase? Se llama Samael, por cierto.

- Cuando puedas pásamela, por favor.

- No vas a hacer nada raro, no?

- En que baja estima me tienes. Claro que sí.

- Al menos trata de conseguir que no te odie desde el principio. 

- Lo intentaré.

En el siguiente mensaje me enlazó su contacto. Le había visto, era mayor, lo mejor sería llamarle. Se sorprendió al ver que aún estaba despierto y, aún más, cuando le atendió la llamada a la primera.

- ¿Sí, dígame?

- Buenas noches, ¿hablo con Samael?

- Así es, ¿con quién tengo el placer de hablar?

- Kumori, nos conocimos esta tarde en el nexo.

- Oh, es cierto. Supongo que el número te lo habrá dado tu amigo Atlas.

- Sí. ¿Sería mucha molestia si concertáramos una cita?

- Para nada, ¿de qué quieres hablar?

- De Espíritu.

Se hizo un silencio en la llamada, como si el anciano estuviera haciendo una valoración de cuanto le importaba perder unas horas de sueño con tal de ayudar a aquel joven que le recordaba a él mismo cuando vivía sus años de oro.

- ¿Puedes estar en el almacén de suministros de la cuarta con la iglesia en veinte minutos?

- Deme media hora y estoy allí.

- Nos vemos en media hora entonces.

Colgó y según sonó el pitido del corte de la llamada se cuestionó severamente que estaba haciendo, y si tenía algún tipo de sentido. La respuesta lógica era que no, que nada de aquello tenía sentido y que debería de seguir sepultado en sus pensamientos autodestructivos, y que debería cortar cualquier tipo de relación con nadie antes de hacerles daño, y que no valía nada, y que solo suponía una molestia para todas las personas a su alrededor, y que su vida simplemente consistía en existir como un fuego antes de apagarse. Pero quería hacer aquello, esquivar su propia consciencia y de paso aprender más de aquel mundo que consideraba su hogar.

Salió de su casa sin alertar a nadie, aunque tendría que haber detonado un explosivo en el piso para que sus padres siquiera trataran de darse cuenta, y caminó calle abajo, atravesando la negrura de la noche por caminos tan poco iluminados que cualquiera que anduviese por ahí pensaría que se ha vuelto ciego. No se cruzó con nadie, no escuchó ningún ruido, simplemente paseó hasta llegar al frontal del almacén donde había quedado con el escritor.

Cuando llegó lo vio de pie debajo de una de las pocas farolas funcionales, totalmente expuesto bajo la luz azul de neón. Caminó lentamente, sin ningún tipo de prisa porque ya estaba al lado, cruzando la carretera al asegurarse que ningún coche estaba por la carretera, y una vez llegó a la altura de Samael simplemente le miró y le extendió una mano para que se la estrechara.

- Soy Kumori. - Aquella era su carta de presentación, solo un nombre, con un tono seco y una expresión vacía. Podría echarle la culpa a la sensación de vacío que le inundaba, pero ni con esas llegaba a la altura de la sensación de inexistencia que le abrumaba.

- Samael, encantado. - Correspondió al saludo el anciano.

Sin intercambiar ninguna palabra más simplemente se sentaron en la acera en la que estaban y se mantuvieron en el silencio más absoluto mientras el adulto sacaba un paquete rectangular del bolsillo interno de la chaqueta y se metía a la boca un pedazo antes de empezar a mascar con fruición.

- ¿Qué toma? - Preguntó Kumori con auténtica curiosidad.

- Nada bueno, no imites a este vejestorio. Pero dime chico, qué quieres preguntarme de Espíritu. - Respondió con un tono algo hosco pero con una expresión cada vez más relajada.

- ¿Por qué existen tantos niveles? ¿Cómo se creó?

- Esas son buenas preguntas muchacho -hizo una pausa para seguir mascando-, muy buenas preguntas. Podría decirse que todo Espíritu no es más que la más sincera y cruda representación de la psique humana cuando está en su estado puro y sin corromper, con los aspectos más importantes como niveles, hasta llegar al punto del vacío, que podría ser ni más ni menos que la idea humana de la muerte. Y su creador podría ser su descubridor, el señor Thihak, ya que fue el primero conocido capaz de entrar en aquel mundo onírico. - Cuando terminó de hablar tragó.

El silencio cómodo se posó sobre ambos una vez más para hacer tiempo mientras Kumori iba asimilando la información que el anciano acababa de brindarle. Tenía sentido, todo el sentido del mundo, pero era imposible pensar que nadie se hubiera dado cuenta.

Mientras aquella realización empezaba a encajar poco a poco en la cabeza del muchacho se escuchó como dos trabajadores salían del almacén comentando cosas que solo pudieron escuchar a medias:

- Otro día... siguen yendo solos.... piden. - Al terminar la frase su compañero estalló en carcajadas.

- Sí... víctimas fáciles... mañana de nuevo. - Y con lo último se despidieron con un gesto de manos y cada uno se fue a un coche.

Samael no hizo ningún gesto de haber escuchado nada, pero Kumori ya estaba pensando en lo que había oído, en como se relacionaba con lo que estaba pasando últimamente y en todo lo que acababa de aprender en aquel momento.

- Bueno Samael, creo que con esto me voy ya a casa. Pase buena noche. - Se despidió dando la mano y girando una esquina a la espera de que el hombre se marchase.

Una vez el adulto subió por la calle en dirección a su casa, Kumori salió de la esquina y caminó al almacén para descubrir de qué víctimas hablaban los trabajadores.

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⏰ Última actualización: Oct 21 ⏰

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