Capítulo II: Espíritu

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Samael despertó tras el sobresalto que le había causado la pesadilla recurrente que últimamente le estaba amargando la vida. Con el sudor frío que le descendía desde su frente a la barbilla se incorporó y miró al infinito. Él, al contrario que la mayoría de la población, era apto para Espíritu y, aún más sorprendente detestaba ese mundo y todo lo que implicaba. ¿Qué era? ¿Una mente colmena, una simulación restringida a un grupo de personas, un entrenamiento? Esa duda le generaba desconfianza, y eso causaba rechazo.

Compadecía a lo que consideraba una turba de adictos a la irresponsabilidad de olvidar sus auténticas vidas. Se levantó y fue a la cocina para prepararse manualmente su desayuno, ya que igualmente desconfiaba de la automatización sistemática. Bien podrían tacharle de paranoico pero eso no lo importaba; solo se preocupaba por recibir el pago mensual de subsidio y de acaudalar cada vez más conocimiento en forma de libros, históricos o fantasiosos, que le ayudaran a entender medianamente como habían terminado así.

Junto con su pesadilla, recientemente se había dedicado a leer e investigar acerca del descubridor de Espíritu quien, tomado por loco al principio, poco a poco fue tomando credibilidad hasta que finalmente un pequeño grupo de personas de todas las que convocó con sus historias consiguió entrar en él. Tras aquello la noticia corrió como la pólvora, miles de empresas trataron de controlarlo, monetizarlo y de monopolizar aquel nuevo mundo que no habían descubierto, siendo el resultado de todos sus esfuerzos un abismal fracaso. Su descubridor, un Abraham Thihak, logró fundar una empresa dedicada exclusivamente a la creación de infraestructuras y exploración relacionadas con Espíritu, además de comenzar a investigar pruebas con las que detectar gente que fuera capaz de acceder a él.

El café se le enfriaba y su pequeña magdalena de mantequilla y vainilla se comenzaba a poner untosa tras salir de la nevera, de forma que Samael dio un pequeño sorbo antes de continuar haciendo un repaso de lo que había leído hasta el momento. Esa misma empresa, Thihak, descubrió zonas de acceso además de las que había percibido su fundador; comprando así sus terrenos y permitiendo un libre acceso a todo el que quisiera. Si bien sus métodos diferían completamente comparado con aquel tiempo la esencia seguía siendo la misma, explorar y construir en Espíritu un paraíso para aquellos pocos que podían formar parte de él. Así, se descubrió que solo habían estado rozando la superficie, lo que bautizaron como zona cero; existían otros siete niveles relacionados con la psique humana que constituían un riesgo en mayor o menor medida en su estado natural: la zona 1, donde la armonía natural implicaba el dominio de la naturaleza; la zona 2, que fue la vena social y la zona concurrida antes del inmenso crecimiento de cero, aunque, a pesar de conservar la esencia y la forma, se utilizaba como medio de transporte por todo Espíritu; la zona 3, la creación y destrucción, una zona de cambio perpetuo; la zona 4, la encarnación de los miedos que, según múltiples testimonios, adoptaba los propios de cada persona; la zona 5, de la fantasía de la irrealidad, dónde existían todo tipo de seres y criaturas que se pueda imaginar; la zona 6, los sueños con sus paraísos irreales; la zona 7, el vacío, la única zona que nadie pudo explorar, fue clasificada como mortal después de la muerte de tres de los exploradores enviados.

Ocho zonas en total de las que se han rentabilizado cuatro, sometiendo la forma original de cada zona a algo fácilmente consumible por ineptos cualquiera. Dio otro trago al café frío y un pequeño mordisco a la magdalena mientras termina de ojear las últimas páginas del libro. Existen múltiples riesgos una vez entras en Espíritu, tales como que tu cuerpo sigue en su lugar pero tu mente no; que cualquier daño en Espíritu puede provocar tu muerte emocional; que puedes envejecer siglos en Espíritu pero que para tu cuerpo apenas hayan pasado dos semanas; y una larga lista de etcétera que no se iba a molestar en leer. Cuando iba a cerrar el libro algo le llamó la atención: "El descubridor de espíritu, el querido señor Thihak, fue hallado muerto mientras aún se encontraba sumergido. Sus allegados y empleados sonreían apenados diciendo que seguramente pudieran encontrarlo por Espíritu si se buscaba lo suficiente".

Esa pequeña cita final preocupó sobremanera a Samael, dejó sin terminar su desayuno y se dedicó a investigar por el resto del día los casos de muertes en Espíritu y los sucedidos mientras estaban sumergidos; del segundo grupo había muy pocos, pero del primer grupo había testimonios jurados que aseguraban que el cuerpo actuaba de forma autómata, sin preocuparse por sí mismo y obedeciendo lo que le dijeran hasta que hubiese algo que le detuviera, como una contraorden o un impedimento físico. Las muertes en Espíritu habían ido escalando desde los últimos meses conforme crecía la tensión internacional. Tragó saliva, cerró los ojos y se quito sus gafas para masajearse el puente de la nariz.

Dudaba que todas aquellas muertes fueran accidentales, y aún más teniendo en cuenta que eran de individuos conocidos por ir solos; todo apuntaba, de hecho, a que estaba relacionado con las tensiones, pero dudaba que lo hiciera el gobierno, sería demasiado conspiranoico hasta para él. Pasaba el día, y con él las dudas que se habían sembrado; el misterio remordía sus pensamientos y le ofrecía la opción que había barajado como si no existiera ninguna otra opción posible.

- Joder. Están haciendo un ejército.

Se tumbó en el sofá de su pequeño salón antes de caer rendido entre dudas y preguntas auto resueltas.

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