El último recurso

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Pasaban ya las ocho de la noche, había sido un día agotador para León, así que llego a su mansión cansado. 
Rose le había informado que Kimberly escasamente comió y se rehusó a cenar.
—Frederic y yo fuimos a ver una escuela que nos recomendó hace algunos años el doctor Jhonson, 
dijo León, —nos mostraron los salones y los chicos me parecieron 
muy felices ahí, casi como si fueran niños normales. 
León platicaba con su hermana en la sala de su estudio, ya más relajado fumando un cigarrillo.
—León... suspiró Rose posando su mano sobre el brazo de su hermano y mirándolo con afecto, —Creo que has hecho una buena decisión al buscar ayuda y me alegra, así podrás comprender a tu hija y a ti, y eso será maravilloso.
El hombre se encogió de hombros, no le gustaba sentirse vulnerable ante las personas, —bueno Kim ya se está saliendo de control y está creciendo, creo es 
hora de que madure. Además mañana por la tarde llegara el instructor. 
—¿Un instructor?... Preguntó Rose con algo de interés, —¿Estás seguro qué es 
buena idea?, la mirada tranquila de Rose observaba a León, sabía que su hermano no metería a alguien en la educación de Kim sin que esa persona tenga buenos antecedentes.
—Bueno es joven, tiene 24 años, aunque a decir verdad parece mucho menor de 
lo que informó, pero pude confirmar que es capaz, Frederik y yo lo observamos mientras jugaba con 
un grupo de chicos más o menos de la edad de Kim, además hay un detalle, dijo el castaño algo dudoso, —es 
invidente.
—¿Invidente?... Murmuró Rose con sorpresa, —supongo que la escuela es de renombre y no recomendarían a un chiquillo, menos a uno ciego e incompetente, dijo la mujer con cierta incredulidad.
—Tienes razón, respondió el escritor, además estaré trabajando en mi estudio en los capítulos que me faltan de mi libro. Eso quiere decir que estaré por aquí observando qué tal interactúa con Kim. Pero honestamente se ve muy joven, y capaz.
Rose se sirvió un vaso con agua en el bar que su hermano mantenía en su estudio, León conocía a su hermana, sabía al igual que él que ella tenía muchas dudas.
no creo que pueda con ella ya que no se relaciona con las personas y odia que 
la traten como bebé.
—Es verdad, sonrió la mujer a su hermano, —sin embargo es una oportunidad porque todos necesitamos un respiro con él carácter irascible y berrinchudo de Kim. Rose trató de animar a su hermano con el nuevo maestro y de paso dar una noticia agradable.
—Por cierto Frederik me ha invitado a comer mañana. Así que no estaré por 
aquí. 
Rose sonaba feliz. Siempre le gustó el mejor amigo de su hermano, lo conocía de toda la vida pero Frederik alegaba que era una chiquilla para él, hasta que esta vez fue él quien 
la invito a salir.
León apretó los puños con fuerza —¿te invito a salir?, debo suponer que como 
amigos. ¿No es así?, la ceja levantada de León mostraba su pensamiento irónico...
Rose fue honesta con su hermano.
—Espero que no, ya que Frederik me gusta desde hace muchos años. La chica se acercó a dar un beso al escritor y se retiró deseándole las buenas noches. 




—¿Otra vez esta de muy mal humor?, preguntó impaciente León al escuchar los 
gritos en la habitación de su hija. 
—Señor esta vez quiso morder a Beatriz solo por sugerirle a la señorita que era 
hora de recortar un poco su cabello.
—Esto realmente se está volviendo una tortura, el escritor tenía un semblante de 
frustración.
El mayordomo lo observaba con pesar.
—Señor la habitación del instructor esta lista y tal como lo pidió usará la que está en medio de la suya 
y de la señorita Kimberly. León asintió sin interés mientras mantenía la vista 
baja releyendo lo que había escrito. —Me parece bien, Artur así será más conveniente que él esté a un lado de Kim y yo de él por cualquier cosa, respondió el escritor sin levantar la mirada de su manuscrito. 

Pasaban las cuatro de la tarde cuando el timbre sonó. De inmediato el 
mayordomo fue a abrir la lujosa puerta de madera, para encontrarse con un 
chiquillo de cabellos rojizos caoba, un bastoncillo plateado muy delgado y una 
maleta de ruedas. 
Rápidamente Artur el hombre mayor supo quien era y de manera por demás 
amable lo invito a pasar ofreciéndose a avisar a León de su llegada.
—En un momento vendrá a recibirle el señor Brooks ¿joven?...
Trancy Davis, mucho gusto dijo sonriendo el joven maestro, mientras que en esa radiante sonrisa se formaban un par de hermosos hoyuelos en cada mejilla.
—El mayordomo solícitamente le ofreció algo de tomar... En un momento le 
traeré té y galletas señor, y a unos pasos a sus espaldas hay una pequeña 
salita recibidora, si gusta acompañarme para que se familiarice.
—Es muy temprano para tomar el té, dijo Trancy de manera amable, por ahora 
estoy bien así, respondió dejándose guiar por los pasos del mayordomo 
mientras agitaba de manera muy suave el bastoncillo en su mano. Sintió una 
parte el sillón con este y con la mano palpó el asiento y se sentó, agradeciendo 
al mayordomo mientras este se retiraba para dejarlo solo.
León estaba concentrado corrigiendo su trabajo, y cuando eso sucedía se perdía incapaz de tener noción del tiempo. Hasta que escuchó a Artur anunciar la llegada de Trancy, e informando en donde estaba él joven esperando.
Él escritor suspiró aliviado, pues esperaba con todas sus fuerzas que la relación con el muchacho y su hija funcionara. Así que se levantó y caminó hasta el pequeño salón recibidor.
Al abrir la puerta León observó al maestro, tan joven, tan bonito, tan pelirrojo...
León supo que el joven instructor había 
percibido que estaba ahí, lo sabía por la manera en la que ladeó la cabeza y 
por como tensó el cuerpo. Pero el escritor no podía negar parecía un chiquillo travieso, con ese aire de picardía.
—Buenos días señor Davis, hasta ahora me 
vengo a enterar que es usted familiar de la directora. Dijo el escritor con un 
tono de reproche. 
El joven extendiendo la mano para saludar al escritor y respondió desenfadado, 
—Bueno no es algo que sea tan relevante, pero me disculpo.
León tomo esa mano suave, pálida y ligeramente pecosa y devolvió el saludo. —En unos instantes Artur le llevara a su habitación, la cual se encuentra en la planta alta en medio de mi habitación 
y la de Kim mi hija.
—¿Podré conocer hoy a Kim? El joven iba vestido con un impecable traje azul oscuro y un moño rosa en el cuello, el accesorio era por demás contrastante sin desentonar, más bien le daba ese aire juvenil. 
—Claro, si usted lo prefiere puede instalarse y pedir que lo lleven con mi hija. A León le agradó el que el maestro de inmediato pidiera conocer a la niña.
Artur apareció y recibió indicaciones del escritor para llevar al joven a su 
recamara e instalarse. Subieron las escaleras, mientras Trancy parecía contar con el bastoncillo los escalones por los cuales subía. Se orientó y siguió caminando detrás del mayordomo mientras con mucho cuidado apoyaba la mano en la pared para percibir si había algún mueble decorativo, algún jarrón o una mesilla. Trató de memorizar los pasos que debía dar al llegar a la planta alta para llegar hasta su recámara. Sintió que el mayordomo se detuvo y lo escuchó abrir una puerta.
—Este es su cuarto joven Davis. 
Trancy avanzó lentamente hasta estar dentro de la habitación. Rápidamente 
contó, dos sillas, una mesita, sintió la cama de gran tamaño, dos muebles a los 
lados, la cabecera, un escritorio pequeño con su respectiva silla, un mueble 
con televisión de pantalla plana, un cómodo sofá y el closet. 
Trancy dejó la maleta sobre la cama, tendría tiempo suficiente para desempacar.
—¿Podría llevarme a la habitación de Kimberly para que yo me familiarice con 
ella? 
—Por supuesto señor Davis. Sígame por favor. 
Siguiendo al mayordomo salieron de la recámara para ir a la de su pupila, el 
mayordomo tocó levemente la puerta y de inmediato una joven con cara mable se asomó, —Beatriz, te presento al señor Trancy Davis él es el instructor 
de la señorita Kimberly. 
La joven lo observó y algo dubitativa lo saludo, —Muy buenas tardes señor 
Davis, adelante. 
La niñera abrió la puerta y Trancy ayudado por su bastoncillo y su mano se 
guió hasta estar dentro de la recámara. 
—Ahora la señorita duerme, dijo la niñera en un murmullo. No debe de tardar 
mucho en despertar. 
¿Gusta usted que le explique la rutina de la niña? 
El joven asintió y escucho de manera atenta como la niñera le explicaba con 
detalle cada berrinche, desplante, y conducta de la niña. El joven hacia 
preguntas con naturalidad, como si todo aquello fuera normal. Y es que de 
alguna manera así era. 
Trancy entendía que si la familia no estaba educada para ayudar a una persona con capacidades especiales, por mucha buena intención que hubiera 
seria un trabajo difícil y desgastante para todos. Y Trancy podía percibir que ahí en esa familia había de todo menos información. 
El instructor regresó a su recamara por sí mismo, y rápidamente volvió a 
recorrer la habitación, y empezó a desempacar e instalarse. 





León se sentía muy escéptico de tener al joven pelirrojo como instructor de su 
hija. Ya que a su manera de ver, el maestro podría no tener la autoridad y la firmeza que según él, si hija necesitaba. 
Sin embargo se convenció a si mismo que esto sería un último recurso, el lo llamaba su medida desesperada. Nada podría perder, pensó, así que continuó 
trabajando con tranquilidad.


Trancy se encontraba leyendo un libro en braille, cuando tocaron a su puerta, 
era la niñera quien le avisaba que la niña estaba despierta. 
Rápidamente Trancy tomó su bastón y se dirigió a la recámara de Kim. 
Los gritos no se hicieron esperar pues ahora el conflicto era por no querer que 
la niña sea peinada. Trancy hizo una seña a la niñera para que los deje solos. 
—Kimberly, dijo la niñera te quedarás con tu nuevo maestro. Y sin esperar 
respuesta alguna la niñera emprendió la graciosa huída. 
—¡No quiero!, protestó la niña sin saber que la niñera había salido ya del cuarto. 
Kimberly agudizo su oído —¿Quien anda ahí? Preguntó temerosa con su aguda y 
dulce voz de niña. 
Trancy avanzó unos pasos hasta que estuvo cerca de la vocecita. 
—Hola Kimberly soy Trancy Davis, tu instructor, la voz del chico era apacible, 
paciente y segura, así que a Kimberly eso le dio algo de confianza, —Ho... Hola, 
soy Kimberly Brooks, la niña hablaba con voz casi inaudible pues sabía que 
estaba vulnerable. 
Trancy camino con paso suave hasta quedar justo en frente de la niña, y palpando a su alrededor toco una cabecita con unos suaves cabellos. 
Siguió tocando hasta que pudo sentir la cara de la niña, así ya habiéndola ubicado se acuclilló frente a ella. Trancy sonrió y buscó la mano de la niña, y 
dirigió esa manita regordeta a su cara. 
Kimberly se sobresaltó ante esa acción y preguntó de modo curioso... —¿Tú no 
puedes ver así como yo, verdad?
—No, no puedo ver dijo el pelirrojo sonriendo.
La niña recorría con las dos 
manos la cara y el cabello del maestro, Kimberly sonreía como si hubiese 
encontrado algo que estaba buscando.
Pero Trancy no lo pudo percibir
—¿Tú también tuviste un accidente con tu mami?, preguntó asombrada la niña pues nunca había conocido a otra persona que careciera de la vista como ella.
—No Kim. Yo nací siendo invidente, así que para mí es completamente normal. 
La niña escuchaba asombrada, pues a pesar de ser pequeña, era muy lista. 
—¿Tú tienes una mamá? Trancy escuchaba con ternura esa vocecita, —sí Kim yo tengo una mamá. Mi mami es la dueña fundadora de la escuela en donde van 
muchos niños y niñas como tú y yo.
—U... Una escuela para, in... in...
—Invidentes. dijo Trancy para facilitar la pronunciación de la palabra a la niña. 
El joven tomó de la mano a la pequeña logrando que está se sienta más cómoda. 
—¿Tú vendrás a enseñarme? El pelirrojo rió, —no, de hecho estaré hospedado a 
lado de tu habitación. 
La niña hizo muchas preguntas, propias de una pequeña de su edad, estaba emocinada ya que era la primera vez que interactuaba con alguien como ella.
Eran cerca de las seis la hora acostumbrada para tomar un poco de té, el 
mayordomo tocó y llevando una bandeja con una tetera de humeante bebida y 
una charola con un plato de pastas, les anunció que estaba lista la mesa. El aroma a galletas inundo el cuarto. Mientras la alegre pareja platicaba para 
conocerse ya que 
ambos tenían muchas más cosas en común... Cosas más importantes que la vista.

Los colores del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora