Buen Chico

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La sangre De León hervía, solamente de la emoción de tener al muchacho cerca, con todos los invitados y su prometida en la recepción se sentía como un lince acorralando al pequeño roedor. Hacía tiempo que no tenía la satisfacción de disfrutar un momento delictivo como ese y su piel picaba por la excitación que la anticipación le producía. Caminando escasos tres pasos León apoyó las dos manos en la pared, acorralando al profesor, tomando entonces el rostro del chico apretó los labios de este con los suyos, haciendo al profesor sentirse avasallado 
por semejante conducta. Era muy obvio que el profesor no lo esperaba... Pero tampoco le desagradaba. 
Trancy al sentir aquél beso se dejo llevar mientras sus manos delicadas y pálidas se aferraban al traje del escritor.
Jadeante León se separó de aquellos labios, en un miserable intento de recuperar el control que en ese momento parecía haberle abandonado, mientras la culpa y la verguenza se instalaban como pesados ladrillos en su interior —Profesor Davis, disculpe yo.... apretó los puños y ya se iba cuando la mano temblorosa de Trancy lo sujetó. 
El escritor volteó a ver y observó a un chico delgado y delicado, con el cabello revuelto y la cara sonrosada, su pecho subía y bajaba por la excitación y se notaba visiblemente agitado, era la imagen viva de la novela Lolita de Vladimir Nabokov, solo que el profesor no era un dulce menor de edad, aunque su infantil apariencia gritase otra cosa, por lo cual León estaba legalmente agradecido. 
—No... No se vaya por favor, dijo Trancy suplicante mientras su mano se aferraba a la manga del traje del escritor. 
León enarcó una ceja, se pasó una mano por el cabello y suspiró 
—¿Estás seguro de lo que me pides? 
El pelirrojo solo atinó a asentir con la cabeza, consciente de la mirada de León sobre él. 
No podía ver, pero podía sentir la intensa mirada del escritor. 
León se acercó hasta el lóbulo del chico y lo atrapó con sus dientes, mientras con la punta de la lengua empezaba a jugar haciéndolo estremecer, —si me dices eso no me detendré. 
La voz ronca del escritor delataba el estado de excitación en el que estaba, llevando su mano hasta la cadera de Trancy, empezó a acariciarla hasta pasar la mano detrás de la espalda y bajando a ese par de pequeños y redondos glúteos.
—¿Y sino quiero que se detenga?
Trancy jadeó, y León se apretó más sobre él, era una clara muestra de dominación por parte del escritor, quien con la otra mano giró la cerradura de la recámara del maestro haciendo un ligero movimiento guió al chico. 
—Llegaremos hasta donde me lo permitas.
El escritor se relamía los labios, sintiendo como el corazón se le aceleraba con cada beso y cada caricia, ya tenía años de no estar con un hombre, y las mujeres no le causaban tanto 
placer. Pero quería satisfacerse, quería dejar de comportarse como alguien que no era en la cama durante el sexo, y hoy destrozaría al joven tutor. 
Inmediatamente entrar al cuarto condujo con desespero al chico por la recámara hasta casi aventarlo sobre la cama, Trancy gimió al sentir el estrepitoso golpe, sin embargo no quiso reaccionar. 
León se quitó el saco dejándolo sobre una silla, aflojándose la corbata y los puños de la camisa se acercó disfrutando con la mirada, sintiéndose extrañamente poderoso al saberse dueño de la situación. 
Y era muy dueño ya que obviamente tenía una enorme ventaja sobre el profesor... La vista. 
Saberlo vulnerable, con la mirada perdida a causa de la falta de visión, y observar ese rostro desconcertado e inocente lo ponía más duro que cualquier cosa que hubiera experimentado, era un maldito degenerado por encenderse con un joven discapacitado, mientras pensaba cada díaen mil formas de corromper al maestro. 
Lleno de lujuria León pasó su mano por encima de su pantalón, acariciando su erección y con tono imperante ordeno a Trancy, —quítate el pantalón, y la camisa.
El chico obedeció sumisamente. 
En cuestión de minutos el aludido estaba solamente con su ropa interior ajustada y los calcetines. 
León se sentía amo y señor del chico, y pronto se lo haría saber o eso creía él. 
Recostándose en la cama acarició el pecho del maestro, con los labios atrapó un pezón tan erecto y rosado con el cual empezó a jugar con su lengua y dientes, mientras con una mano atrapó el otro pezón retorciéndolo entre sus dedos, jugando con él, y por los jadeos y gemidos del maestro sabia que estaba en el camino correcto, disfrutando de esa fina piel, sintiendo urgencia por 
saciarse. Subió el rostro hacia la clavícula del chico y con la lengua húmeda hizo trazos en esta hasta que con los labios empezó a chuparlo con vehemencia marcando muy fuertemente la blanquísima piel del chico, provocando que este gima.
León estaba fascinado con la erótica cantidad de pecas en los hombros y pecho de Trancy, las pequeñas manchitas de color café claro que se amontonaban en la piel invitándole a trazar formas sobre ellas.
—Due... Duele mucho, se quejó Trancy quien ya tenía los ojos llenos de lágrimas. 
León al escuchar eso no pudo más y bajo el ajustado bóxer del tutor, dejando expuesta una pequeña pero demandante erección. 
La cabeza se erguía roja, efecto causado por la gran presión que esta ya tenía y la cual dejaba salir una cantidad de líquido transparente y algo pegajoso. 
No pudiendo contenerse más, León se la llevó a la boca, saboreando cada succión y sintiendo como esa acción hacía emanar más líquido, con su mano derecha tomó los testículos sintiendo la piel suave y tibia sobre sus palmas. 
Trancy gemía y se retorcía, tomando entre sus manos la cabellera del escritor, arqueando de manera involuntaria la espalda cada que este chupaba más fuerte. 
León giró haciendo que Trancy quedase sobre él, de manera que el miembro del pelirrojo quedó sobre la cara del escritor quien sin dejar de chupar llevó una de sus manos a la boca roja y húmeda del chico, ofreciéndole dos dedos los cuales apoyó en esos turgentes labios. 
Trancy aceptándolos empezó a chuparlos y a succionar de manera lasciva empapándolos de saliva, la cual en 
breves minutos ya escurría de manera obsena.
Notando ya la humedad en sus dedos, los dirigió a la cerrada entrada de Trancy, quien disfrutó sentir como uno de los dedos del escritor hacía círculos cerca de su entrada, para finalmente empujar un poco y hacer entrar el primer dedo, mientras su boca con pericia seguía succionando y saboreando la 
pequeña extensión del pelirrojo, quien a estas alturas tenía tapada la boca con sus dos manos para evitar gemir, mientras de sus ojos escapaban algunas lágrimas producto de la excitación. 
León había perdido la noción del tiempo, el maestro era demasiado delicioso, no podíanegar que disfrutaba de ese chico.
Trancy se movió ligeramente palpando hasta llegar a su buró y sacando un antifaz de terciopelo negro, desconcertado el escritor miraba la acción. No comprendía para qué alguien que no veía usaría un antifaz. 
León observó la expresión del pelirrojo, una mirada totalmente desconocida y un semblante de siniestra lujuria cubrían el rostro del chico, quien aprovechando que el escritor estaba ocupado con manos y boca pasó el antifaz 
a su rostro. 
Sintiendo la suave tela sobre él y percibiendo como era atado el antifaz en su nuca, lLeón nunca había practicado algo así, pero pensó en lo excitante que parecía.
Trancy sintió el cuerpo del escritor tensarse al sentir como le era colocado el antifaz. 
—Por favor tenga paciencia señor Brook, sólo será un juego.
León movía la cabeza tartando de agudizar los sentidos. Ahora estaba en el mundo de su hija y del profesor y en ese momento puramente sexual podía jurar que toda la experiencia era intensa, sexy y abrumadora, pues ecuchaba el crujir de las sabanas sobre el colchón y las respiraciones de ambos, también sintió el aroma a colonia y a hombre, escuchó también un suave tintineo el cual no supo identificar, pero él siguió en lo suyo, saciando su sentido del tacto, del gusto y del oído. 
Excitado por esa nueva experiencia, metiendo otro dedo en un compás de meter y sacar, de girar y abrir, y lo único que percibía era el cuerpo tibio y ondulante de Trancy y sus suaves gemidos, logrando meter un tercer dedo mientras ávidamente seguía succionando ese tierno miembro. 
Cuando por fin soltó ese miembro y se disponía a empalar al pelirrojo, este tomó las manos del escritor, mientras el chico a tientas palpaba la piel de León, y ese tacto casi lo hacía arder en vida. León quien por la falta de visión ignoraba lo que se le 
avecinaba, solamente escuchaba aquel tintineo producto de algo metálico, 
hasta que fue apresado por ambas manos las cuales pasaron arriba de su cabeza agarrado fuertemente de los brazos por el joven y cayó en la cuenta, acababa de ser esposado a la cabecera de aquella cama. 
Trancy sonrió de lado al sentir la respiración agitada del escritor y bajando su cadera hasta el abdomen de León, bajó su rostro hasta quedar cerca del oído de este para susurrar... 
—¿Asustado?, León no reconoció esa voz sensual y lujuriosa, pero intuyó que era del maestro. El escritor estaba visiblemente incómodo, esposado de las manos y con los ojos vendados, se sentía incómodo, se sabía vulnerable. 
—¡Suéltame maldito!, decía León algo alterado al tiempo que se revolvía entre 
las sábanas, —no voy a ser el pasivo aquí, tragó saliva. 
Trancy acercó su rostro y soltando una risilla como si todo eso le divirtiera 
respondió —¿Quién le dijo que quiero que sea el pasivo?, sólo le voy a enseñar que sin vista también puede obtener placer, ya que sentirá más sensaciones de 
las que jamás se imaginó. Separándose un poco del escritor mordió el delgado cuello dejando una marca dolorosa haciendo gemir al escritor. 
El pelirrojo se acercó al pecho de León y empezó a soplar ligeramente sobre la 
piel bronceada de este, haciendo que un escalofrío recorra su cuerpo y eso por consiguiente se reflejaba en la tetillas del escritor las cuales ya se habían 
puesto erectas por las sensaciones que ahora experimentaba. 
Trancy con su lengua húmeda empezó a dibujar pequeños círculos, todo guiándose solamente por el tacto. 
León sentía como aquellos tibios dedos repasaba su piel haciendo que este se 
estremezca, logrando arrancarle suspiros al escritor quien estaba visiblemente excitado. Trancy se restregaba de manera provocativa en aquella dura erección, disfrutando del recorrido, mientras seguía en su constante y eficiente provocación. 
Ambos sabían muy bien lo que sucedería, aunque para León no estaba claro aun su rol y eso lo inquietaba enormemente, dejandolo a merced de un joven que ahora era sin duda un depredador. 
Trancy no solamente jugaba con la lengua, sino que chupaba y mordía esa morena piel que acariciaba con insistencia dejando marcas por demás evidentes, las cuales estaba seguro meterian en problemas al escritor.
—¡Maldito, te juro que me las pagarás!, esto lo verá Ariadna y será difícil de explicar, el escritor estaba furioso y excitado, eso era una mezcla peligrosa... 
pero para Trancy era más que alentador.
—No recuerdo que eso le preocupara mientras usted me besaba y marcaba de igual forma, ¿o sí señor Brook?, con un 
tono cínico y burlón el pelirrojo continuó hablando mientras sus manos acariciaban piernas, brazos, pecho a la vez que su trasero se restregaba en la erección del escritor, que a estas alturas estaba muy húmeda. 
—Usted me provocó, ¿acaso pensaba que por ser ciego permitiría estar a su merced?, o peor aún ¿creyó que por ser ciego no tendria derecho a ejercer mi sexualidad en mis propios terminos y disfrutar de ella?... Trancy siseó, —aquí quien domina soy yo... Al decir esto clavó las uñas de sus manos en los duros muslos del escritor logrando que este gimiera de dolor y placer. 
León no estaba conforme con cómo iban dándose las cosas, si bien era verdad que esperaba poseer al maestro, nunca se imaginó que él sería el dominado. 
De alguna forma pensó que sería más fácil someter a un joven ciego, pero ahora reconocía que no sabía nada del muchacho que ahora yacía sobre él con esa mirada distante, pero con una clara expresión de lujuria en el rostro, León estaba asombrado imaginando la expresión de Trancy en esa posición, 
tan erótico con sus rizos cobrizos cayendo en su frente y debajo de su oreja, las mejillas rosadas tan intensamente que parecían pintadas, el rostro eróticamente juvenil y esos labios rojos que parecían una paleta de caramelo brillante. León debía reconocer que imaginarlo de esa manera lo excitaba mucho y admitía que no necesitaba de la vista, porque su mente hiperctiva podía trabajar para hacer de aquel momento una sensual fantasía. 
Trancy estaba a horcajadas sobre el abdomen del escritor, mientras sentía a este tentarse y resolverse debajo de él, sintiendo ese movimiento el pelirrojo palpó el rostro del escritor hasta llegar a su oreja y morder suavemente el lóbulo de este... —Tranquilo, sí eres buen chico te prometo la mejor noche de tu 
vida, el pelirrojo esbozaba una sonrisa infantil pero positivamente maliciosa. 
León suspiró pensando que era imposible tener más placer del que ya empezaba a sentir y era peligroso porque su polla estaba a punto de explotar y ponerlo en vergüenza, como si este fuera un adolescente frente a su primer contacto sexual.








Los colores del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora