Educando a la Mascota

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—Shhh, calma, Trancy intentaba calmar los movimientos del escritor quien continuaba con los ojos vendados y medio desnudo.
Trancy prendió una vela aromática esparciendo pequeñas gotitas de cera sobre el cuerpo del escritor, quien a estas alturas 
tenía ya la boca mordazada lo cual lo había alterado aún más.
Al sentir aquella calidez logró gemir, contorsionándose de manera desesperada.
Trancy por su parte repartía caricias, mordidas y besos, mientras dejaba un rastro de chupetones tan rojos que cualquier escena pornográfica se ruborizaria de ello. También dejaba las marcas de unos dientes pequeños pero que lograban hundirse en la bronceada piel de León, a quien le parecía perversamente placentero.
Nunca se había sentido tan sucio y tan sexual.
Nunca se imaginó que aquel chico de rostro aniñado y carente de vista fuera capaz de semejante acción.
Nunca se imaginó que disfrutaría ser el sumiso...
Trancy se detuvo en un pezón quien con su lengua logró atraparlo y chuparlo haciéndolo girar de manera delicada como si de un suave caramelo se tratase.
Escuchando los gemidos del escritor Trancy habló... —Eres tan imponente, Trancy repasaba con sus hábiles manos el pecho del escritor. —Recuerda que mis manos son muy sensibles, mientras decía esto el chico iba repartiendo ligeros besos húmedos en la ya muy maltratada piel del escritor. —Te dejaré tan marcado que desearás esto cada puta noche que pases con tu desagradable prometida. Y te dará tanta vergüenza mostrarte ante ella pues te verá como un sumiso... Pero para mí esto es como domesticar a un león. Es tener a un salvaje sometido.
Trancy bajó hasta la cintura de León, quien ya se ofrecía sin pudor a aquel rapazuelo, no pudiendo detener los movimientos de su traicionero cuerpo. El pelirrojo tocando la erección de León la masajeó sobre la tela de sus ajustados bóxers, arrancando suspiros desesperados al escritor.
Trancy se desvistió con toda la calma, dejando a un jadeante León con la intriga de qué más vendría.
El tutor se acomodó a un lado del escritor y con sus labios beso tiernamente a este en la cara, sintiendo la rasposa e incipiente barba del escritor.
León pensó que lo besaría pero no fue así. Y eso lo desesperó aún más. Ya que aunque fuera solo por el beso quería demostrarle a Trancy quien mandaba en realidad.
Trancy llevó su mano hasta la erección de León logrando ponerla más dura por todo el conjunto de sensaciones. Atado, con los ojos vendados y rastros de cera en el cuerpo marcado por mordidas y chupetones. Era algo que el escritor quería ver.
Sigilosamente el chico bajó la ropa interior del escritor exponiendo así su polla la cual se encontraba dolorosamente erecta con la punta rosadísima y tan mojada de líquido pre seminal.
Trancy se relamía los labios como un niño en su primer festín, tras recoger con los dedos algunas gotas densas y transparentes, para así saborearlas. Acercándose a esa erección lamió suavemente la Punta degustando algunas gotitas transparentes y saladas, para después repasar con su lengua toda la extensión del escritor, haciendo que este suspire y se agite.
Trancy volvió a saborear esa punta brillante y húmeda dando ligeros lengüetazos, decidido a saborear cada gota de aquella ambrosia. Si León hubiera visto esa imagen, de un Trancy entregado a la lujuria degustando plácidamente su miembro, lo más seguro es que este se hubiera corrido en ese momento.
Pero no, ahí estaba tendido con una dolorosa erección exigiendo ser liberada y usando su imaginación al tener los ojos vendados.
Trancy sonrió y se llevó más adentro aquel falo, hasta su garganta, escuchando los gemidos ahogados de León, supo que este lo estaba pasando bien.
El chico tomo los testículos y empezó a masajear de manera acompasada, hasta que bajo llevándoselos a la boca y saboreando la suave piel. Mientras su mano masturbaba a León en un constante subir y bajar para luego detenerse evitando que León llegara al orgasmo, estuvo así un buen repitiendo la tortura justo cuando el escritor se retorcía delatoramente en señal de que pronto se vendría, el pelirrojo tomaba la punta del pene con fuerza, retrasando así esa corrida y haciendo que León soltara unas lágrimas de frustración, y lo peor, ese trato empezaba a gustarle. Era como depender de alguien, como si solo en ese momento pudiera ser libre, a pesar de no haberse corrido aún.
Pero cuál sería su sorpresa pues Trancy liberaba sus manos de las esposas y le quitaba la mordaza y antifaz dejando a un León frustrado, confundido, enojado y necesitado.
—¿Es todo lo que lograste hacer con tu pequeña travesura? Preguntó ácidamente el escritor mientras se sobaba las muñecas marcadas por el metal que antes tenía, no quería hacer notar su frustración, no quería dejarle saber a ese hombre lo humillado y necesitado que estaba. Trancy se sentó a un lado del castaño, 
quien sonriendo traviesamente le respondió —Estoy entrenando a mi león, él solito vendrá a rogar por más.
León sintiéndose usado lo tomó al chico con una mano por las mejillas clavando su penetrante mirada en aquellos ojos tan distantes,
—Escúchame bien mocoso infeliz, tú me rogarás para que te folle tan duro que parecerás gata en celo, diciendo eso lamió el rosado y generoso labio inferior del tutor, quien reía de manera tranquila, —no lo creó, antes que eso suceda, tú mi querido León vendrás a mí provocándome y suplicando que te ayude a liberarte.
León soltó al chico casi aventándolo sobre su cama y vistiéndose tan rápido como pudo, saliendo de ahí maldiciendo a ese joven que lo llevó a un límite casi desesperante para despues despedirlo como si fuera su puta personal.
—¿Dónde te has metido tanto tiempo?... La voz irritada de Ariadna lo regresaba a la realidad justo cuando pensativo bajaba las escaleras después de calmarse para volver a la fiesta. La mujer se restregó provocadora en el pecho del escritor.
—Me tuve que recostar un momento Ariadna, León posaba su mano derecha sobre una parte del trasero de la publicista, pero a pesar de sentir aquel obseno montículo de carne, este no le encendía ni un poquito.
—Los invitados llevan unos minutos preguntando por ti, añadía la rubia en tono de reproche, pero León se encontraba frustrado y distraído. El quería más de ese chico y su trato, y sabía que ni su prometida lograría sacarlo de ese estado de excitación, pero tampoco él quería ser quien rogara, el era León Brooks y el dominaba, no era la maldita mascota de un mocoso depravado.

Trancy y Kim estaban terminando sus clases. Era cerca del medio día y la pequeña se encontraba visiblemente cansada.
Bostezaba a cada momento y suspiraba además de que no se concentraba.
Betty la niñera se unió a sus juegos para distraer a la niña. —Vamos Kim tienes que adivinar que postre haré hoy, la mujer animaba a la niña quien encontraba ese juego divertido.
—Mmmm, ¡será un pastel de fresa!, gritaba niña con emoción.
La niñera reía —no Kim, no será un pastel de fresa, perdiste.
Las chicas continuaron con ese juego hasta que fueron interrumpidas por León.
—Buenos tardes señor Broks, dijo la niñera algo apenada, ya que le imponía la imagen atractiva del escritor.
—Buenos tardes respondió León con esa mirada penetrante puesta sobre el profesor, quien sonrió inocente al ubicar la zona de donde provenía esa voz.
León se consumía en deseo y en rabia, solamente de tener que hacer que esas dos imágenes, la de el profesor inocente y la de el chico lujurioso fueran coherentes en su mente, —buenas tardes señor Brooks, Trancy sonreía jovial.
—Kim, el profesor se dirigió a la niña, —aprovecharé para ir a mi recámara a descansar.
El escritor deseaba hablar con el pelirrojo pero eso solo significaba darle la razón a este, ya que parecería que lo estaba buscando.
Trancy se acercó lentamente hasta la niña, para depositar un suave beso en la cabecita de esta.
La niña tocó el rostro de su tutor, —Descansa Trancy, dijo la niña.
—Ya con papi aquí estaré bien, el me arropara ¿verdad papito?
El escritor se acercó hasta quedar cerca del profesor y la niña, —Sí Kim, ahora Beatriz te cambiará la ropa y en un momento te acompañaré.
—Bueno siendo así me retiro.
El pelirrojo pasó cerca del escritor, con total indiferencia, —con permiso, y sin más salió de la habitación.
El escritor suspiró frustrado, a él nadie lo dejaba con las ganas, pero eso significaba cambiar sus propias reglas y no estaba seguro de si valdria la pena...

Había estado pensando en lo que Trancy le habia dicho, el de que la sociedad se hacía ciega a las necesidades sexuales de los discapacitados, como si estos no tuvieran derecho u opción de explorar el lado erótico y sensual en sus vidas, como si ser discapacitado automáticamente los situara como asexuales o alguna clase de seres célibes que no tenian derecho de disfrutar, de amar, de relacionarse como ellos quisieran. Sí, León había epnsado de esa manera, pero ahora entendía que el muchacho era perfecto.




Los colores del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora