CAPÍTULO 1: EL CIELO ES EL LÍMITE.

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Tiempo actual.

Washington D.C.

Doy un golpe más a las manoplas del entrenador y da por terminada la clase. El sudor corre por mi frente y mi pecho sube y baja agitado cuando me dejo caer en el suelo acolchado junto a mi mejor amiga que yace ahí desde hace más de diez minutos. Tomamos clases de defensa personal desde hace más de cuatro años y su resistencia sigue siendo la de un principiante.

– No puedo creer que no te den créditos en la nota – dice bastante enojada por décima vez en el día. Ella ya ha recuperado el aliento.

Giro los ojos ante su insistente indignación.

– Ya te lo dije, Leah. La editora sigue molesta por no obtener entrevistas de ámbito personal conmigo – me limpio el sudor con la toalla –. ¿Qué esperabas que dijera la nota?

Me sonríe y mira a un punto fijo sobre mi cabeza imaginando como sería su papel como reportera.

Aquí vamos...

– La hermosa, sexy y muy preparada abogada Olivia Scazzi de veinticinco años, egresada de la Yale Law School con mención honorifica en leyes y posgrado en derecho criminal – me mira de reojo –. Logra ganar el juicio contra una de las más grandes empresas farmacéuticas del país, acusada de fabricar estupefacientes ilegales. Llevando así, a la muy machista firma de abogados Porter LLP al segundo lugar en la lista de mejores bufetes del país.

Se aclara la garganta y yo rio por su actuación.

– La cotizada abogada – continúa –, reconocida por su indescifrable mirada de hielo y profesionalismo impecable, demostró que su cerebro es tan grande como su trasero mandando a la mierda a dicha farmacéutica ella solita – finge que la botella con agua es su micrófono –. No olvidemos que las investigaciones y pruebas que muestra en sus casos son de primera mano gracias a su no menos sexy e inteligente mejor amiga, Leah Johnson. – Finge gritos y ovaciones del público imaginario.

Suelto una carcajada. Reconozco que me llena el pecho de orgullo el concepto en el que me tiene.

Leah y yo hemos sido como hermanas desde que teníamos seis años. Vivíamos en el mismo vecindario y acudíamos al mismo colegio. Nos volvimos inseparables desde el día que nos conocimos. Fue la primera persona en el colegio que no se burló de mi por mi peculiaridad.

 "Wow tus ojos son de diferente color ¡Eso es padrísimo! Mamá, ¿Puedo tener unos así cuando sea grande?"  fueron sus palabras al conocerme.

Vivíamos una en casa de la otra y nuestras madres se acostumbraron a cargar con las dos como si viniéramos en el mismo paquete.

Su cara de muñeca, enmarcada por ese perfecto y lacio cabello castaño que lleva a la altura de su mentón, esos ojos grandes y saltones color miel en desproporción a sus facciones finas y cuerpo curvilíneo puede engañar a cualquiera. Se pensaría que es tan dulce como la miel e incapaz de matar una mosca cuando su inteligencia y esa personalidad arrasadora serían capaz de poner a arder el mundo.

Cuando tomamos la decisión de ir a Yale, sus padres la apoyaron al instante. Descubrimos que era toda una eminencia en la tecnología y todo lo que tuviera que ver con informática así que se fue por esa rama. No me sorprendió en lo absoluto cuando, un año antes de graduarse recibió un ofrecimiento de parte del FBI para formar parte de su equipo de investigación y monitoreo. El FBI la trasladó a Washington después de su entrenamiento militar. Cuando me gradué del posgrado, decidí mudarme con Leah a Washington, mi madre se había jubilado y daba viajaba alrededor del mundo así que nada me ataba a Connecticut.

– Sería una nota bastante cautivadora – digo aun riendo. Me pogno de pie y le extiendo una mano para ayudarla a hacer lo mismo – ¿Nunca pensaste en estudiar periodismo en lugar de informática?

INMINENTE ATRACCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora