Antes de llegar al apartamento de Meredith, había sido obligada a cambiarme de atuendo en el apartamento de Abby. Así que ahora una vez en nuestro destino, había dejado mi ropa común en casa de la susodicha y me había puesto un vestido negro de satín que me dejaba la espalda al descubierto.
El vestido me resultaba ridículamente corto, con una apertura en el costado derecho que me tenía aterrorizada de lo pronunciada que era. Dejaba mucha piel a la vista, mucha más de la que yo acostumbraba a dejar visible.
Abby se había puesto un vestido parecido al que me prestó, y era impresionante como la tela beige se adhería a su cuerpo tonificado y voluptuoso.
Nos bajamos de su coche negro y el guardia de seguridad del elegante edificio de apartamentos frente a nosotras nos sonrió con amabilidad, permitiéndonos el paso al reconocer quienes éramos. Seguramente cansado en el fondo de vernos ahí tan seguido.
Tan solo unos minutos después, nos encontrábamos dentro del mar de cuerpos sudorosos que bailaban por casi todos lados. Pude escuchar como susurraban cosas a nuestras espaldas, algunas buenas y otras que simplemente no valían la pena prestarles atención. Logramos cruzar y llegar a la cocina moderna y lujusa casi vacía, en donde en un brinco seco que se habría escuchado de no ser por la música alta y ruidosa, me senté en la orilla. El vestido se apretó contra mi trasero y me sobresalté.
—Este vestido debería ser ilegal —gruñí en voz baja mientras intentaba bajar los bordes que se habían subido peligrosamente—. Sigo sin creer que haya sido el único que tenías además del que tienes puesto.
—Es cierto —se hizo la ofendida poniéndose una mano en el pecho—. Todos los demás estaban sucios. Además —la chica me guiñó un ojo con coquetería—, te queda de infarto. No puedes quejarte.
—Gracias —le sonreí ante el cumplido, pero no pude evitar poner los ojos en blanco.
—Me gustaría tener ese gran trasero que tienes —se lamentó e hizo un puchero.
—Te lo regalo —acepté la cerveza que me tendió y le di un gran trago. No podía recordar la última vez que había tomado cerveza... o había venido a alguna fiesta.
Sonrió, luego miró a su alrededor y preguntó algo extrañada:
—¿Has visto a M?
Negué con la cabeza y busqué con la mirada a la metamorfo de cisne.
Meredith Corvan era la hija de uno de los metamorfos más influyentes de todo Nebesen, gracias a que había encontrado la forma de producir energía y que alimentaba varias de las cortes de Nebesen a base de sol y magia de vida y muerte.
La elfa debió pensar lo mismo que yo: que, o estaba follando en alguna habitación del segundo piso del penthouse, o bailando sobre alguna mesa, dado que se encogió de hombros y me arrastró hacia la pista improvisada de baile, donde la música se hizo más fuerte y el bajo del sonido vibraba en mi interior.
Las únicas luces que habían provenían de las farolas de colores en el techo súper altísimo del apartamento, las cuales iluminaban lo suficiente como para saber en dónde estabas pisando. Además, de las luces provenientes de afuera del edificio.
Abby me guío hacia el centro de la pista, donde fuimos rodeadas de todo tipo de feeris alcoholizados y felices. Y entonces, bailamos. Bailamos al compás, sintiendo el ritmo y moviendo nuestros cuerpos. Abilene con su gracia élfica se movía cual serpiente con la música de una flauta. Pero yo, mitad ninfa, me movía con suavidad y firmeza, como sólo las ninfas podían. De una forma hipnótica y atrayente. Hubo ocasiones en donde el bailar me hacía sentir sucia por la mirada de los hombres feeris. Sin embargo, había entendido que aquello que ellos hicieran no era mi culpa, y que, si intentaban propasarse, les clavaría un cuchillo en la entrepierna.
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Imperio de furia y cenizas: Corte de sangre y viento | Libro #1
FantasíaIzzith Aestern está lejos de tener una vida perfecta a sus veinticinco años, trabajando como mercenaria y pretendiendo ser normal cuando sale de su casa. Sin embargo, una llamada causa estragos en su vida y se ve obligada a aceptar el trabajo que le...