Capítulo 3.

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Podía sentir aquella rabia pulsando en mi interior, ese fuego tan conocido que llevaba consumiéndome toda mi vida, incluso mucho antes de que el mundo se acabase. Podía paladear el veneno que estaba tratando de tragar y las ganas de acabar con todo, con los Radicales, con el propio Roderic por su maldita ignorancia, con Dakota por mirarme fijamente desde la enfermería...

El sentimiento que me estaba sacudiendo en aquel momento era tan enfermizo como familiar, nunca quise dar rienda suelta a esa parte salvaje y monstruosa de mí que daba crueles dentelladas por salir a la superficie, siempre priorizaba el sentimiento del prójimo.

Y ahí estaba de nuevo, tratando de ahogar esa voz en mi cabeza que suplicaba que la dejase tomar el control de una buena vez, apretando puños y dientes traté de serenar la respiración centrándome en la lluvia que seguía cayendo sobre mí.

El agua resbalaba por cada centímetro de mi cuerpo y con cada pequeño soplo de aire conseguía hacerme estremecer, la ropa se ajustaba a mi cuerpo de manera indecorosa y trataba de sacudirla de cuando en cuando de manera inútil y ridícula. Escuchaba a la gran mayoría del campamento celebrar la ''paz'', los gritos y festejos me rodeaban y comenzaban a agobiarme, pero juro que trataba de concentrarme en cualquier otra cosa que no fuera el temblor de todo mi cuerpo.

- ¿Estás bien? – Una voz ronca me habló en un murmullo, fue tanta la suavidad con la que me habló que no pude evitar sobresaltarme y salir de la vorágine de caos en la que me encontraba.

Dakota estaba bajo la lluvia, calándose hasta los huesos y malamente recargado sobre una muleta casera que le había fabricado hacía unos días. Sus ojos oscuros escudriñaban cada centímetro de mi cara, cada pequeño gesto que hacía, cada ligero pestañeo.

- No deberías estar aquí – fruncí mi ceño contrariada, cortando el contacto visual y dirigiendo mi vista a su pierna herida, adelanté un paso para ayudarle a entrar de nuevo en el edificio, pero interceptó mi muñeca y me obligó a mirarle nuevamente.

- No me has contestado.

- Y no creo que seas nadie para exigirme nada. – gruñí zafándome de su agarre de un solo tirón, tardé unos segundos de más en darme cuenta de que la rabia acumulada en mi interior estaba encontrando una vía de escape y Dakota parecía tener una enorme diana en la frente, inspiré profundamente tratando de calmarme bajo la atención de sus ojos – Lo siento, no estoy teniendo uno de mis mejores días... Por favor, deja que te ayude a llegar hasta allí. Hay mucho lodo y podrías resbalarte.

Vi la duda pintada en su cara, pero no rechistó, me dejó pasar su brazo sobre mis hombros y lentamente fuimos avanzando en dirección a la enfermería, mi cabeza no hacía más que bullir entre disparatados planes de exterminar a todo y todos, de mandar al mundo a arder, destruirlo tal y como él había hecho conmigo.

Tras llegar a la camilla que se le había asignado y dejarle sentado, me puse a buscarle una muda seca y limpia en uno de los armarios que había justo al lado de la entrada.

- Lo siento – repetí sin girarme y continuando en la búsqueda de algo que pudiera valer al gigante de dos metros que aguardaba en silencio – No, no estoy bien... Te prometo que no soy así, supongo que a todos nos cambió el hecho de que el mundo se terminase... Normalmente soy todo sonrisas y buenas palabras, pero hasta el más cuerdo necesita tener un día de locos. – Reí sin gracia.

No fue otro que el silencio el que me contestó, y ahí estaban las secuelas de mi rabia... La culpabilidad. Comencé a martirizarme por ser así, por no saber controlar la lengua, la ira... Pensé en los mil millones de cosas que podía estar pensando, en lo que podía estar sintiendo, en lo que yo le podía haber hecho sentir.

- No necesitas disculparte, como bien has dicho, no todos los días podemos aguantar el peso del mundo con una sonrisa... Y creo que tú lo has hecho incluso cuando no te tocaba, creo que llevas guardando todo eso demasiado tiempo, creo que ni tú sabes exactamente cuánto. – No me atreví a girarme ni siquiera cuando encontré una sudadera de su talla y la mantuve entre mis manos. – No creo que seas mala persona si es lo que está pasando ahora mismo por tu cabeza, ni mucho menos me has hecho sentir mal... Tampoco es que yo sea el tipo más simpático del mundo, menos entiendo de sonrisas y buenas palabras. Pero cada que te miro solo veo una cosa – encerré la prenda en prietos puños y mis latidos se aceleraron – y no es a una persona que quiere quitarse la vida, veo una bomba de relojería a punto de estallar. Como ya te dije, te he estado observando... veo como hasta la simple acción de abrir un bote de suero hace que pierdas los nervios, como se te oscurece la mirada cada que algo te contraria, el tic en tu boca a la hora de escuchar los problemas ajenos de los que aquí nos encontramos. De eso si entiendo, de esa sensación de querer tumbar una pared a puro golpe, de ese monstruo que te pide que lo liberes a cada puto segundo que pasa... No puedes estar en un momento mejor para hacerlo, tú misma lo has dicho, el mundo se ha acabado, ya no hay reglas. Explota de una buena vez sin temor a que nadie pueda juzgarte, déjate llevar por ese demonio que te está devorando viva. ¿Qué te impide liberarlo?

- ¿Y si no hay marcha atrás? – conseguí musitar en un hilo de voz. - ¿Qué haría entonces? – Y en un osado movimiento le encaré, contemplé sus facciones: sus marcadas ojeras; la cicatriz de su ceja derecha; la nariz de asimetría perfecta y ligeramente torcida, seguramente por alguna pasada rotura; sus ojos negros como una noche sin luna; los finos y ligeramente rosados labios que sobresalían por entre su barba. Y por entre todos sus rasgos, no encontré malicia ninguna, ni siquiera cuando esbozó una pequeña sonrisa.

- Vivir y puedo enseñarte como si tú me dejas.

Furia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora