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DIEZ freed soul
Izuku estaba solo, vagando por ahí. Hasta que, de repente, se sintió extraño.
Se sintió liberado.
Miró a su alrededor, y cuando volteó a ver su propia alma, que antes estaba de un color oscuro transparente y lleno de heridas y sangre, ahora estaba de un color claro transparente y las heridas que tenía habían desaparecido. Se asustó, pensando que había pasado lo que nunca quiso que pasara, esperando ver a Katsuki para pedirle una explicación.
—¡K-Kacchan! —exclamó el pecoso cuando la figura de La Muerte apareció. El cenizo tenía una expresión serena, y una sonrisa que nunca le había visto estaba en su rostro—. ¿Q-Qué me sucede? ¿Por qué estoy así?
—Tu caso fue resuelto —contestó, en una sonrisa—. Tu alma es libre.
—¡N-No! ¡Kacchan, no puede ser! —exclamó, desesperado—. ¡Yo no tengo que irme!
—Mereces irte, Izuku —le dijo. Midoriya comenzó a llorar—. ¿No estás feliz? Conseguirás la paz que siempre quisiste.
—A-Así no —negó, aferrándose al cuerpo de La Muerte por su vida—. Yo s-sólo me siento tranquilo contigo, Kacchan.
—Te sentirás tranquilo allá arriba —contestó, dejando que Izuku se aferrara a su cuerpo. Comenzó a desvanecerse junto con él, y el pecoso se desesperó aún más al saber que se estarían teletransportando al cielo.
—N-No, Kacchan, por favor no, quedemonos aquí —suplicó, desesperado—. No quiero...
—No puedo hacer algo que está en contra de mi trabajo —le dijo, con un tono de voz totalmente tranquilo—. Tienes que dejarme ir, Izuku. Yo tengo que dejarte ir.
—N-No, ¡no quiero, Kacchan! —se aferró aún más a él, y Katsuki sintió su corazón rompiéndose completamente—. ¡Yo sólo quiero estar contigo!
—Te quiero, Izuku —susurró. Bajo sus pies sintió una textura suave, sintiendo que ya habían llegado a su destino.
—Y-Yo más, Kacchan. Déjame quedarme contigo —se apartó un poco de él para verlo a los ojos, y sabiendo que sería la última vez que lo vería, le bajó la capucha para verlo bien, y guardar todos los detalles de su rostro para siempre en su memoria.
—Debes irte, Deku. Yo también debo irme —susurró, acariciando su rostro. Midoriya cerró los ojos ante el tacto, sonriendo entre lágrimas.
Entonces Katsuki se acercó más a él, cerró sus ojos e hizo lo que nunca se hubiese atrevido hacer. Ambos labios conectaron, con el cenizo pensando que no había sentido lo que sintió por Izuku con nadie más. Midoriya suspiró en el beso, dejándose llevar.
—Nos vemos, Izuku.
—No nos volveremos a ver, ¿cierto?
Kacchan sonrió de manera triste, y asintió con la cabeza.
—Nos vemos —repitió—. Tú más que nadie mereces estar aquí. Anda, entra.
—Yo no... —tragó saliva, y cerró fuertemente sus ojos—. Kacchan, no quiero irme.
—Yo tampoco quiero que te vayas —confesó—. Pero es tu deber, y el mío también.
El corazón de Katsuki se aceleró, y entre lágrimas, le sonrió al pecoso.
—Tengo que irme.
—No... —murmuró, sintiendo sus ojos cristalizarse de nuevo.
—Es mi trabajo.
—Kacchan —murmuró—. No me dejes.
—Ahora eres un ángel —le susurró—. Ve y consigue la paz que siempre quisiste, Deku.
Y la figura de La Muerte terminó por desvanecerse completamente. Izuku quedó devastado.
Ambos se habían enamorado, pero no habían aprendido a soltar. Él era un alma en pena, y el otro era La Muerte, el encargado de guiar su muerte hacia el cielo, hacia la paz y la tranquilidad. Hacia el paraíso.
Para Izuku, el paraíso era estar con Katsuki.
La Muerte había pensado ser egoísta, pero no pudo hacerlo. Era su trabajo, era lo que siempre debía hacer, y no podía privar a Deku de su libertad sólo para aliviar su soledad.
Lo quería, y él lo quería. No era la situación correcta.
Izuku entró al cielo, y a pesar de poder ver a su madre de nuevo desde arriba, nunca pudo volver a La Muerte de nuevo. Lo extrañaba.
Y Katsuki no pudo sentir con nadie más lo que sintió por Izuku. No consiguió a más nadie que aliviara el vacío que él le había dejado. Y aunque La Muerte amara su trabajo, en ese momento, comenzaba a cansarle. Sin Deku, nada tenía sentido.
La Muerte tenía nombre y apellido. La muerte tenía unos hipnotizantes ojos y un hermoso cabello. La Muerte tenía sentimientos. Y la única persona que pudo darse cuenta de eso, fue el alma de Midoriya Izuku.
Midoriya Izuku se había enamorado de La Muerte.
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