5. El hombre que apareció de la nada.

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SLOANE

Nunca en mi vida había estado tan callada, desde este momento. Mentira, sí lo he estado. Como cuando la vez que me escondí en el armario de Lía porque su novio había llegado a su casa para platicar con ellas sobre sus asuntitos de pareja y yo necesitaba escuchar todo para luego poder terapiarla por llamada a las dos de la mañana. Eso es ser buena amiga, ¿a que sí?

Tenía los labios cerrados desde hace una hora, los brazos cruzados, el ceño levemente fruncido que, no tardé en deshacer el fruncimiento porque recordé el regaño de mi abuela sobre las marcas de enojo. También me moría de frio, pero mi orgullo no me dejaba decir nada. Me removí, inquieta, en el auto y lo miré de reojo. Solo un poquito.

Mason conducía igual de silencioso que yo. Su suéter gris de cuello lo hacía lucir... ¿lindo? Ugh, sí, no se le veía mal el condenado. Con una mano sobre el volante y otra sobre su celular manejaba por la nevada carretera.

Lo examine de prisa, cuando en eso, él también me miró por el rabillo del ojo.
Al instante regrese la mirada al frente. Nieve y más nieve.

Observé los pinos nevados, la carretera, la oscuridad que poco a poco reinaba la carretera, la nieve que caía y luego sin poder evitarlo, lo volví a mirar a él. Mason volvió a cacharme como si fuera inevitable sentir mi mirada y yo volví a hacerme la interesada por la aburrida nieve. Y así un montón de veces más.

Lo único bueno de todo, era la música que se reproducía. Michael Jackson era un buen acompañante en todo el viaje. Buen gusto musical debía tener al menos.

Escuché como dejaba caer su móvil a un lado y se enfocó totalmente en la carretera. Y silencio de nuevo. Al menos el sonido de las teclas de su móvil hacía compañía. Solté un suspiro, sentí su mirada, pero no lo mire, y cuando dejó de mirarme le eche un vistazo rápido, pero tan rápido como lo vi, regrese de vuelta al sentir sus ojos.

Cri, cri, cri.

Dios, iba a morir de tanta tensión. Necesitaba abrir mi bocota parlanchina o qué sé yo, pero ya sentía la boca reseca y sellada por no poder hablar. Odiaba con todo mi ser a Mason White. La duda me invadió de la nada, ¿Por qué cojones se había ofrecido a llevarme si tanto le daba igual? Sabia bien que le importaba un carajo a Mason, que yo no fuera a la competencia era irrelevante para él.

¿O no?

Dejé la pregunta a un lado cuando me di cuenta de lo imposible que seria llegar al motel a estas alturas. No era de noche todavía, seguía siendo una buena hora del día pero la nieve y las nubes oscuras volvían todo aterrador. A este punto, no se podía ver casi nada de lo que teníamos por delante más lo que nos dejaba ver las luces del coche. Temblé del frio de nuevo.

Estaba a punto de hablar, pero una notificación me detuvo. La mención del nombre Los ardientes de Keains apareció en la pantalla del coche. Su móvil estaba sincronizado, así que podía ver todo lo que le llegaba justo en el picaporte. Mensaje de Tyler apareció después. Mason presionó el botón de la pantalla y este se reprodujo.

—¿Alguien más se llevará las batas de baño de las habitaciones? Por favor díganme que lo harán, no quiero ser el único delincuente —la voz de Siri leyó el mensaje.

¿Batas en las habitaciones? Espera... ¡Ellos ya habían llegado al motel! Y, ¿hace cuánto? Madre mía, se me estaba haciendo eterno este viaje y la paciencia me iba a estallar. Necesitaba hablar, al menos para criticarlo.

—Hermano, yo ya empaqué el shampoo, las toallas, el jabón. Ah y una almohada. Adoro este lugar —Steven escribió después. Su nombre apareció en la pantalla.

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