Segundo paso: enamórate

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Y ASEGÚRATE DE QUE TE ROMPAN EL CORAZÓN.

Juan era guapo. Su rostro entero parecía una escultura de perfectamente colocadas líneas, dibujando ángulos rectos en algunas partes, curvas infinitas en otras. Tomás tendía a perderse observando esos detalles, a verse atrapado sin quererlo por el sorpresivo encontronazo con sus ojos cafés.

Está vez, el pelicafé miraba la vereda por el espejo retrovisor. Lo que podía, al menos, a través del cristal empañado.

Guarnizo lo miraba a él, por lo que podía juzgar por el rabillo de los ojos.

—Me divertí hoy. —dijo. Arbillaga asintió, sonriéndole al recordar cómo sonaba la primera vez que lo oyó, borracho en aquel club: allí su acento colombiano era indiscutible, brusco. Ese día, en cambio, a veces hasta se perdía entre modismos locales y el acento del norte que los meses en Buenos Aires le habían hecho adoptar. Era todavía sexy, de alguna manera.

—Me divertí también. —devolvió, y volvió la mirada. El de gorra lo miraba con una expresión hambrienta, y Tomás se humedeció los labios—. Quizá deberíamos salir otra vez.

—Sería excelente. —admitió, y luego miró al costado, como hacía cada vez que buscaba una palabra—. Genial.

Arbillaga rió bien bajito.

—Genial. —insistió y lo tomó por las mejillas para acercarlo a un beso.

Juan era guapo, tenía un acento sexy, y era un excelente besador. Sobre todo, tenía manos grandes y anchas, que se las ingeniaban cada vez para encajar en el ángulo perfecto del cuello del otro, en su costado, como parte de su piel.

El joven de lentes besaba bruscamente, como todo en él. Pero había algo de su firmeza que llamaba a Tomás; algo rudo y animal, desesperado.

Eran las doce de la noche y llevaban minutos estacionados frente a la casa de los Arbillaga. Él sabía que no estaban esperándolo despierto, porque había dicho que se quedaría con Ezequiel. Sabía también que nadie pasaba por esa calle a esas horas: demasiado temprano para que los vecinos de su edad estuvieran volviendo de la fiesta, demasiado para el último paseo de perros de la cuadra. Sabía que el vidrio empañado los protegía de fisgones.

Sobre todo, sabía que no estaba listo.

—Lo siento, amor. —susurró sobre su boca. Amor. ¿Cuántos años tenía, doce?—. Lo siento.

Sebastián sonrió, pudo sentirlo en sus labios. Lo besó suavemente ante de convertir la caricia en un mimo, acomodándole la ropa.

—Yo lo siento, no intentaba apresurarte.

Arbillaga le acarició la mejilla, siguiendo la línea de su mandíbula que era jodidamente perfecta. ¿Cómo podía ser tan guapo? A Tomás ni siquiera le gustaban los chicos con lentes.

—Es sólo que… no así, ¿sabes? —carraspeo y se acomodó en el asiento, mientras se abotonaba el saco. Juan sonreía mientras corría sus manos para abotonárselo a él.

—Lo sé, bebé —insistió—, pero no puedes culparme. Eres tan guapo, besas tan bien.

Tomás se incorpora para que le acomode el cuello. Y él lo besó otra vez.

—Pero, puedo esperar, no te preocupes por eso.

Después de decir eso le acarició la mejilla y el argentino sonrió sobre su mano, y se sintió tan amado, tan cuidado. Quizás por eso lo dijo.

—Quizá… Mis padres se irán con las chicas en unas semanas. Puedo hablar con Angie para que nos deje la casa.

 Puedo hablar con Angie para que nos deje la casa

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CÓMO ENAMORARTE DE TU MEJOR AMIGO  ☆  carre + rob .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora