Tomás no reaccionó al sonido del ascensor porque podía tratarse de cualquier otro vecino. Aun cuando oyó la puerta abrirse en el piso, no supo que era Rodrigo hasta que reconoció sus pasos en el pasillo y después la llave temblorosa en la cerradura.
Eran las diez de la noche. Tomás llevaba sin ver al castaño poco más que una hora y sin embargo se sentía como si no supiera con qué podría encontrarse. ¿Estaría enojado otra vez, lo miraría con ojos de fuego y escupiría palabras cortantes? ¿O sentiría lástima, vendría a consolar a su mejor amigo a quien pese a todo quería? Ezequiel abrió la puerta y tenía los ojos rojos e hinchados y el mayor se odió por no imaginar ese escenario. Por creer que sólo porque Carre no lo amaba del mismo modo no podía dolerle la situación tanto como a él.
Se tragó las lágrimas y sacó pecho y guardó su celular en el bolsillo.
Ezequiel hipó para tragar las lágrimas y cuando miró al tatuado todavía había fuego tras la humedad.
—Sos un jodido idiota —dijo.
Tomás asintió.
—Lo siento.
El ojiverde lloraba otra vez y Arbillaga quería bajarse a abrazarlo, pero tenía miedo de que él fuera a morderlo. Metafórica o literalmente.
—Es todo lo que siempre quise —dijo. Tomás asintió y respiró hondo para prepararse a escucharlo—. Es jodidamente guapo, fuerte y estudia una carrera cool y se ríe de mis chistes y cuando sonríe es jodidamente lindo y huele a jodido coco.
A Tomás le dolieron las palabras, pero las dijo de todas formas. La culpa fue más grande que el instinto de supervivencia.
—Deberías estar con él —dijo, porque era cierto. Porque estaría bien, con el tiempo, y si no lo estaba no era responsabilidad del menor ocuparse de ello. Él tenía a Rubén y debía cuidarlo.
A Rodrigo no le bastaba lo mucho que apretaba los labios para tragar las lágrimas, pero cuando se acercó a Arbillaga le pegó con fuerza en el brazo de todas formas.
—Pero estoy aquí, ¿verdad? —dijo.
El mayor asintió.
—Lo siento.
—Cierra tu maldita boca, Tomás —lo interrumpió—. Sólo cállate un segundo porque no has hecho más que hablar estupideces desde más temprano y no tengo la paciencia para oírte.
Tomás iba a disculparse otra vez, pero sólo agachó la mirada.
Ezequiel suspiró y se subió a la mesa a su lado. Estaban tentando al destino los dos arriba de una mesa de patas torcidas, pero se quedaron de todas formas. Ninguno de los dos dijo nada, y apenas se oía el sollozo frágil del menor y el ruido de los brotes en las paredes, las flores que se encendían cuando Rodrigo estaba cerca aunque Tomás estaba seguro de que estaban destinadas a morir jóvenes.
—El jodido profesor Hedwig-Smith —dijo Rodrigo—, el jodido amor de mi vida.
Todavía puedes tenerlo, quiso decir Tomás, pero temía que él fuera a golpearlo otra vez. Yo estaré bien, podría haberle prometido, pero Carre hubiese adivinado que mentía y tendría que abrazarlo en vez de llorar. Tomás creía que debía por lo menos concederle eso.
—Tenía jodidos, ¿qué? ¿Cinco?
—Once.
—Jodidos cinco años y leíamos ese estúpido libro y yo no podía parar de jodidamente imaginarme —gimoteó y estaba llorando en serio otra vez. Se mordió fuerte los labios, pero las lágrimas caían y Arbillaga tomó su mano temiendo que fuera a correrla, pero la dejó esta vez—. Jodidamente imaginarme que me besaba como me besaste vos.
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CÓMO ENAMORARTE DE TU MEJOR AMIGO ☆ carre + rob .
أدب الهواة"Cómo enamorarte de tu mejor amigo o cómo lograr que te rompa el corazón la persona que más quieres." Tomás y Rodrigo aprendieron juntos a andar en bicicleta, a viajar en transporte público, a resolver ecuaciones con dos incógnitas y a encontrar bue...