Y ASEGÚRATE DE ESTAR HECHO UN ESTROPAJO POR MOTIVOS DIFERENTES.
Era viernes por la noche, y Tomás estaba solo en el departamento. En los últimos días de verano se había adelantado una brisa otoñal que ahora entraba por el balcón, fresca y silenciosa, y jugaba con el humo de su porro y su desordenado cabello. El pelicafé se sentía raro. Habría culpado a la hierba de no ser porque la incomodidad venía de antes. De algún momento imposible de asir que bien podría ubicar horas, meses, o años atrás.
Rodrigo había salido con Rubén esa noche. Desde que habían vuelto de la Ciudad de Bahía Blanca se la habían pasado mensajeándose, pero el castaño había optado por la estrategia de hacerse desear porque consideraba que si el sexo era mucho menos que orgasmantástico cuando llegara, sería una terrible decepción; se jugaban años de proyecciones y fantasías en ese encuentro. Doblas finalmente había rogado por una cita la semana anterior, y Carrera había dicho que fue jodidamente perfecta, pero no lo había besado de todas formas. Esa noche, antes de salir por segunda vez con él, al cine y a cenar más tarde, decidió que lo besaría, pero nada más. La última fase de su estrategia consistía en pasar toda la semana mandándole fotos y mensajes subidos de tono, para que cuando se vieran nuevamente el fin de semana próximo Rubén no pudiera contenerse.
Tomás lo envidiaba, un poco. Él y Ezequiel habían tenido relaciones decenas de veces, pero nunca había sido objeto de un plan tan deliciosamente doloroso. Algunas veces Carre acariciaba su nuca cuando estaban en un bar, con sus amigos; era un gesto suave que podría confundirse con un perezoso coscorrón, pero que las continuas noches juntos habían transformado en el símbolo tácito de una invitación. Rodrigo hacía eso, y después se perdía en la noche, y Tomás pasaba el resto de las horas hasta la madrugada con un cosquilleo en la panza y ganas de follarlo, y lo besaba con un hambre profundo y amargo apenas estaban en el ascensor del edificio. Era una sensación bonita, pero distinta a lo que Rubén debería sentir; el castaño no estaba jugando con él producto del alcohol y el deseo en una noche impulsiva. Lo hacía porque quería que el esperado encuentro significara algo, que fuera lo más parecido a sus incontables fantasías, y sobre todo, aunque jamás lo admitiría, porque estaba absolutamente aterrorizado.
Dio la última pitada al porro y después de apagarlo guardó lo que quedaba en el bolsillo. Era viernes por la noche, y Tomás debería estar preparándose para su cita también, pero no podía dejar de pensar en Rodrigo y en el beso que le daría a Rubén y en lo mucho que daría por saber cómo se sentía. Esa era la incomodidad en su cuerpo, la sensación extraña y pesada a la que se rehusaba a nombrar hasta a su propia consciencia. La que había despertado cuando Doblas mencionó un vídeo de YouTube, o cuando vio el modo en que Carre lo miraba, o quizás años atrás, tantos que el mayor se negaba a contarlos.
Miró el reloj. Eran las ocho. Habían quedado cerca de las nueve en la estación de trenes y Alexis siempre llegaba temprano, pero nunca se enojaba cuando Arbillaga llegaba tarde de todas formas. Era un chico absolutamente maravilloso, y Tomás no se cansaba de pensar en ello. Era amable, sencillo y sensible, que coleccionaba piedras bonitas que encontraba en los paseos, y cantaba las canciones más dulces cuando se lo pedía, y cuando lo besaba apretaba su cintura como si el tatuado fuera el más valioso de sus tesoros. Le perdonaba todo: que llegara tarde, que a veces no respondiera los mensajes, que olvidara cosas que le había contado mil veces y hasta las tontas escenas que inventaba para pelear y no lidiar con la falta de intimidad entre ellos, y Tomás odiaba saber que le perdonaría eso, también, si acaso se atreviera a decírselo. Que en lugar de prepararse para su cita estuviera abriendo una ventana de incógnito para ver el vídeo una vez más.
Había sido trabajoso encontrarlo. Rodrigo no había usado su nombre, y el vídeo tenía tan pocas vistas que estaba casi al final del sistema de búsqueda por la canción. Tomás había estado casi una hora hasta encontrar la foto del castaño entre las opciones. Se veía joven. Era de apenas tres años atrás, pero se sentía como si décadas hubiesen pasado. Las paredes de su cuarto en el video estaban repletas de posters de adolescencia, y Ezequiel se veía suave y casi niño con nada de vello facial y había algo en sus labios rosados que Arbillaga sólo podía describir como no-probados, por estúpido que sonara.
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CÓMO ENAMORARTE DE TU MEJOR AMIGO ☆ carre + rob .
Hayran Kurgu"Cómo enamorarte de tu mejor amigo o cómo lograr que te rompa el corazón la persona que más quieres." Tomás y Rodrigo aprendieron juntos a andar en bicicleta, a viajar en transporte público, a resolver ecuaciones con dos incógnitas y a encontrar bue...