Y ASEGÚRATE DE QUE TE ROMPA EL CORAZÓN.
Habían pasado dos meses después de aquel último encuentro. Haberle puesto un nombre a la sensación molesta que Tomás sentía en el pecho no cambiaba realmente mucho cómo dolía; a veces, en el desayuno, llegaba a preguntarse si algo había cambiado en absoluto además de la consciencia de el mayor sobre ella. Siempre había encontrado a Rodrigo adorablemente frágil por las mañanas y siempre se había descubierto mirándolo sin motivo aparente y siempre le había hecho cosquillas cuando el castaño le sonreía, aunque él no se hubiese detenido a pensar en ello. Hacía difícil encontrar el momento preciso en que había comenzado a sentirse así y a veces la sensación era tan grande, tan dolorosa y tan familiar, que Tomás se convencía a sí mismo de que probablemente lo había amado desde antes de conocerlo. Era trágico, realmente, porque si era así entonces seguiría amándolo aun después de que Rodrigo le rompiera el corazón.
Tomás sabía que no debía hablar del asunto. Volver a aquella feliz ignorancia era imposible, pero podía consolarse en que por lo menos Carrera seguía igual de ignorante. Parecía imposible que alguien con una mirada tan grande y brillante, capaz de descubrir cuando Arbillaga estaba triste o cuando estaba cansado, no pudiera más que preocuparse cuando lo encontraba con la mirada perdida, y que no hiciera más que sonreír cuando su tacto lo encendía de colores. Era absurdo que no fuera consciente de cómo quemaba cuando lo tocaba y cómo dolía cuando hablaba de Rubén, pero así era y Tomás creía que quizás era mejor de ese modo.
Porque el asunto es que el menor quemaba, dolía, encendía y sanaba, pero también hablaba de Doblas. Constantemente hablaba de Rubén. De sus ojos y de lo torpe que era y de lo firme que se había sentido cuando lo acercó de un manotón a su cuerpo para salvarlo de hundirse en un charco. Hablaba del poder mágico de su boca, que después del vino lavaba el alcohol y lo añejo y apenas conservaba el dulzor vibrante de una uva fresca. Hablaba de como besaba, firme y ansioso, de sus manos en su cintura, del modo en que ronroneaba su nombre ronco y grave y de cómo Rodrigo podía imaginar los ruidos que saldrían de sus labios cuando finalmente estuvieran juntos. El castaño hablaba y Arbillaga intentaba disimular el desconsuelo, pero lo más absurdo no era que Ezequiel no se diera cuenta de cómo lo hacía sentir, sino que atribuía su esquivez a aquel asunto sin resolver con Alexis.
El asunto estaba resuelto, realmente. Habían hablado por mensajes una vez después de aquella noche. Tomás estaba ebrio y asustado por lo pesado de sus emociones por Rodrigo y había confesado en apenas una docena de palabras que hubiese adorado poder enamorarse de él, pero que su intento había sido en vano. Maldonado no respondió por horas y cuando lo hizo la noche del día siguiente las palabras sonaron frías y dolidas –me lo podrías haber dicho antes–, pero cuando Arbillaga se disculpó otra vez, sólo le respondió con emojis dando a entender que prefería no volver a hablar del asunto. Ser franco al respecto aunque tan solo fuera de la punta del iceberg había hecho al pelicafé sentir un alivio tan pacífico que esa tarde cuando miraron una película con Ezequiel en la cama, dejó que su fuego lo quemara de a poquito y logró convencerse de que quizás eso sería suficiente.
No lo era. A Tomás no le bastaba ni con el tacto de Rodrigo sobre la ropa ni con los te quiero ebrios y amistosos ni con verlo sonreír así de ancho y así de bonito cuando era por un hombre que no era él. Cuando era adolescente siempre decía: si quieres realmente a alguien solo quieres que sea feliz, pero eso era porque nunca había sentido lo hondo que calaba el deseo y lo mucho que dolía la pérdida. Arbillaga quería que el menor fuera feliz, pero quería que fuera feliz con él. ¿Estaba mal? ¿Era egoísta? ¿Era posible siquiera querer de otra manera? Eso no quería decir que fuera a convertirse en un idiota. A rodar los ojos cuando Rodrigo hablara de Rubén o a hacer escenas que no le correspondían cuando algún extraño lo mirara. El mayor sabía que Ezequiel no era suyo –sabía que aun si lo amara también nunca lo sería del todo–, Tomás ni siquiera quería poseerlo. Sólo quería besarlo otra vez, causarle lo que Rubén le causaba, saber que no había lugar en el mundo en donde él castaño prefiriera estar que a su lado. Sólo quería calmar un poco el dolor.
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CÓMO ENAMORARTE DE TU MEJOR AMIGO ☆ carre + rob .
Fanfic"Cómo enamorarte de tu mejor amigo o cómo lograr que te rompa el corazón la persona que más quieres." Tomás y Rodrigo aprendieron juntos a andar en bicicleta, a viajar en transporte público, a resolver ecuaciones con dos incógnitas y a encontrar bue...