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Siempre pensó que para matar a una nación se necesitaba una guerra o algún desastre natural, pero ahora sabía que un panecillo hecho por Inglaterra era suficiente.

Era duro y seco, comer carbón sería más sencillo y tendría el mismo sabor.

Francia había ido a pasar la tarde en casa de Inglaterra, quien había estado horneando dichos panecillos para regalarlos a América en la próxima reunión de naciones.

Se preguntaba cómo diablos Inglaterra podía lucir tan orgulloso de su creación y además tener el descaro de preguntar con una gran sonrisa que cuantos más de sus "deliciosos" panecillos debería hornear para América.


-Sacre bleu! Si estás buscando la manera de matarlo, entonces vas por el camino correcto. Uno solo será suficiente para asesinarlo. Para matar a Blancanieves la bruja debió darle uno de tus panecillos en vez de la manzana envenenada, hubiera sido mil veces más efectivo. No quería juzgar a un libro por su portada, pues pensé que quizás no sabrían tan mal como se ven, pero parece que el contenido del libro es peor que la portada.

-Deja de exagerar... No pueden estar tan...


Inglaterra tomó uno de los panecillos y lo observó.

Ciertamente estaba un poco quemado... quizás más que un poco.

Además, quizás no siguió al pie de la letra la receta, pero no había manera en que eso pudiera afectar tanto el resultado... o eso esperaba.

Dicen que el ingrediente más importante es el amor, así que después de ponerles tanto esfuerzo no podían saber tan mal como decía Francia. Aunque, viéndolos con atención, concordó en que no tenían la apariencia más apetitosa.


-De verdad... -preguntó con su voz comenzando a quebrarse- ¿De verdad saben tan mal?

-Terribles. Ni siquiera las ratas lo comerían ¡Oh, Vamos! No llores por algo así Inglaterra...

-¡No estoy llorando! -replicó secándose las lágrimas con la manga de sus sueter- ¿Por qué lloraría? No es como si me hubiera pasado toda la mañana esforzándome en prepararlos, ni tampoco que esperara que América ni a nadie le gustaran...

-Seguro... -suspiro Francia- Si estás tan desesperado por que a él le guste tu comida, entonces por qué no tomas clases de cocina.

-¿Clases de cocina? -Inglaterra alzó la vista, viendo fijamente a Francia con sus ojos vidriosos.

-¿Por qué me miras con esos ojos de cachorro? ¿No estarás pensando en... ? No, no hay manera. ¡Me niego rotundamente a ser tu maestro! Preferiría comer otro de tus panecillos.

-¡¿Qué?! ¡Y quién dijo que quería que fueras mi maestro! Es cierto que considero que tu comida es deliciosa... quizás una de las mejores del mundo... además de que tus postres son excelentes acompañamientos para el té y he intentado recrearlos sin éxito varias veces... ¡Pero nunca te pediría que me enseñaras!


Francia cubría su rostro sonrojado. Comprendía un poco por qué Japón encontraba ese lado "tsundere" de Inglaterra adorable. Sin embargo, darle clases de cocina a alguien como él era... sería más sencillo enseñarle a volar a un cerdo.

Aun así, no podía evitar sentir lástima, tanto por aquello que aparentemente era un panecillo como por el sujeto al borde de las lágrimas que se había esforzado en hornearlos.


-De acuerdo... -aceptó no tan convencido- Creo que podría darte unas cuantas clases...

-¡¿En serio?! -respondió Inglaterra emocionado- ¡Pero que quede claro que yo no te pedí que me enseñaras!

-Sí, sí, como digas... Comenzaremos mañana y, puesto que son mis clases, deberás seguir mis reglas y mis instrucciones al pie de la letra si esperas que América elogié tu comida.

-¡Co-comprendo! Lo intentaré...

Y así surgió este peculiar acuerdo entre ellos.

CLASES DE COCINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora