C A P Í T U L O U N O
R. K. Zimmer
Cuando cumplas dieciocho, escaparemos de aquí. Te lo prometo.
Esas fueron las palabras de mi hermano en mi cumpleaños número quince, en aquel tiempo aún podía sonreír de vez en cuando. Un año después entendí que las promesas jamás se cumplen y que no podía contar con nadie para salir de este infierno. Se ha vuelto más fuerte a medida que los años continúan, la furia aumenta dentro de la bestia y mi cuerpo sigue soportando. Mientras el mundo exterior sigue adelante, mi mundo lentamente envejece, deteniéndose, deteriorándose entre tantas cicatrices y dolor.
He asimilado que mi destino es vivir bajo la sombra de la violencia, recibiendo de esta forma el amor de mi padre. Soportando los golpes que día y noche se convierten tatuajes con recordatorios de lo que significa ser la hija de un cabrón.
No soy la única afortunada de tener golpes como premio a mi silencio, muchas noches mientras intento llegar al baño, también puedo escuchar los gritos de auxilio y los sollozos en cada golpe que recibe mi madre.
Muchas veces escuche sobre la historia del patito feo, sintiéndome lastima por el rechazo que siempre recibía. Hasta el momento en que entendi; yo siempre había sido el patito feo de mi historia. Sin importar cuánto dinero podríamos tener. Sin importar el respeto que tuviéramos por las personas del exterior. Siempre sería el patito feo.
Siendo ingenua, imagine que mi cumpleaños número diecinueve sería distinto, que tal vez, algo cambiaría y podría decir; todo será diferente. Mi día había estado tranquilo, un paseo por la playa con mi amiga y un pastel sorpresa por parte de mi madre y Cherry. Hacía mucho tiempo que no comía dulces, un detalle agradable por su parte. Durante todo el día no hubo rastros de mi padre. Ningún mensaje, ni llamadas. Faltando media hora para culminar mi cumpleaños, me sentía segura de que el hombre que me engendró finalmente había olvidado la fecha.
Me encontraba acostada boca abajo, observando la esfera de brillo con el planeta tierra que Cherry me había regalado, sintiéndome esperanzada porque algo había cambiado. Solo tal vez, podría cumplir mi sueño de escapar de este martirio. Cuando al girarme para colocar la esfera sobre la mesa de noche, me encontré de frente con el mismísimo demonio. Allí parado en la entrada de mi habitación, viéndose tan oscuro y siniestro como en mis peores pesadillas.
Mi estómago no pudo soportar su presencia, entre un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo y el hueco frío en mi estomago. Pude sentirme mareada, solo por un instante. Ante la realización de que todo mi día se había basado en una fantasía, similar a aquella que mi hermano me había plantado a los quince años. Escapar. Jamás podría escapar de este lugar.
¿A quién quería engañar pensando que esta vez sería distinto?
"Ya son diecinueve, eh" me dijo él, entre una sonrisa amarga que terminó por corromper mi alma.
Diecinueve golpes.
Golpe tras golpe, podía escuchar su respiración acelerada, sus comentarios; aquí tienes tu regalo, hijita. Todo lo que sentía sobre mí, especialmente cuestionando porque no me parecía a su hija perfecta, Avery. Pude ver la esfera en el suelo a centímetros de mi, completamente rota.
A las doce de la media noche, pude sentir mi piel palpitar y mis lágrimas lentamente secarse. El sabor de hierro en toda mi boca, temblando tan fuerte como el resto de mi cuerpo. Cuando finalmente estuve a solas en mi habitación, solo deseaba una cosa.
Mi cuerpo no dejaba de temblar, mientras intentaba llegar al baño. Al hacerlo no tuve la fuerza suficiente para sostenerse por mucho tiempo, solo pude sentir el frío de los azulejos contra mi piel.
No se cuanto tiempo paso cuando finalmente pude escuchar la reacción de mi madre al encontrarme en el suelo, cubierta de hematomas, temblando al punto de no poder moverme. Sus sollozos se vuelven más fuertes cuando intenta ayudarme, al mismo tiempo que comienza a preparar la bañera.
"Se ha excedido, mira como te ha dejado" la escucho decirme, su voz posiblemente tan temblorosa como mi cuerpo. "Dios mio, hija"
Ambas teníamos claro que no podíamos asistir a la sala de emergencias, mucho menos podíamos pedirle ayuda a cualquier persona. Este infierno era solo nuestro. Nadie más podía interferir, de lo contrario terminarían sufriendo las consecuencias de meterse con la propiedad de Anthony Clayton.
"Escapemos, mamá" le susurre. Apenas puedo escuchar mi propia voz, ronca y amortiguada.
Ella se encontraba limpiando las heridas profundas con una esponja. El agua ya estaba turbia entre tanta sangre. Continuó tallando mi cuerpo como si mis palabras jamás hubiesen salido. Mamà le temía a mi padre, más que cualquier cosa en este mundo. No importaba cuanto le odiara, cuántas oportunidades de poder escapar llegarán a nuestra puerta, ella simplemente se negaba. Su miedo era tan grande que le impedía dar ese gran paso.
"Si Nathan estuviera vivo, ya hubiésemos escapado" aunque mi voz es ronca, y me pesa tan siquiera hablar. Le digo lo que pienso, dejando que sienta el coraje en cada palabra.
"¡Callate!" de repente suelta la esponja y se levanta, evitando mi mirada. "¡No lo menciona! No menciona a mi hijo" me reclama, sus lágrimas siguen bajando y ahora me encara. Soltando una carcajada, continua. "¿Crees que Nathan nos hubiese sacado de este lugar? Clayton habría hecho lo imposible por detenerlo. Tu hermano jamás hubiese podido cumplir esa promesa, Costa. Entiende eso de una maldita vez. Nadie vendrá a rescatarnos, nadie nos ayudará, ¡date cuenta!"
Sin poder seguir hablando, mamá se apresura a salir del baño entre lágrimas. Teniendo una de sus crisis, como en muchas ocasiones.
No duele.
Su negación ante nuestro presente, ante nuestro destino. Ya ha dejado de doler, porque simplemente he aceptado que tiene razón. No existe poder alguno que pueda sacarnos de este infierno.
Sumergida en el agua, cierro los ojos y simplemente, me dejo llevar.
Quiero que el dolor se detenga.
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Combustión
RomansaÉl solo conoce la calle y cómo sobrevivir en ella. Ella no sabe lo que es una vida lejos de la violencia y el abuso.