—Eres un idiota, podríamos haber sido sólo nosotros. —Crowley se estaba rompiendo.
Aziraphale estaba ahí, mirándolo con esos ojos llenos de amor, ojos de un ángel tontamente optimista que creía ver el bien hasta en el cielo. Que vio el bien en él. Pero ahora estaba tan equivocado. Estaba tan, tan, tan equivocado.
Crowley atravesó la habitación, cuatro o cinco pasos fueron suficientes para agarrar al ángel por las solapas de su levita y besarlo.
Un puñetazo de labios, un golpe de bocas que había visto tanto en humanos, pero que aún así Crowley sabía que nada en la tierra o en el cielo podría explicar lo que sentía por Aziraphale. Su amor era exclusivo de ellos dos, era algo más fuerte que el tiempo, y Aziraphale lo estaba abandonando.
Lo estaba dejando solo.
Aziraphale abrió la boca lo suficiente para que Crowley entrara en ella y un sabor dulce lo inundó. Azira no sabía a chocolate, o cualquier dulce humano que le gustaba comer, sabía a cariño, a amor. Ese ángel era su perdición, la auténtica tentación era su ángel.
Lo sintió relajarse entre sus labios y cómo esas manos que no sabían donde ponerse lo envolvían. Ahora estaba entre los brazos de Aziraphale y no quería nunca irse de ahí.
Sus lenguas se rozaron, el sabor de Azira era tan adictivo que Crowley sintió el hormigueo en su espalda, sus alas podrían desplegarse en cualquier momento. Era todo, era la creación del universo vibrando por todo su maldito ser.
No podía parar, si paraban, su ángel le volvería a pedir que fuese con él al cielo, y no iba a hacerlo. No iba a volver ahí. Nunca.
Crowley ya no estaba aferrado a la ropa de Aziraphale, había subido sus manos hasta sus cortos mechones rubios y los estrujaba casi como un castigo. Ese ángel era un completo idiota, pero era su ángel. Suyo. Solamente suyo.
De golpe algo cambió en su ángel que cesó ese beso tan increíble para mirar los labios de Crowley, quien no sabía cómo identificar esa expresión.
—Tu lengua.
—¿Qué? — Crowley no supo a lo que se refería hasta que fue a humedecerse los labios y oh. Su lengua se había vuelto bífida. — He perdido un poco el control.
Aziraphale no volvió a hablar, pero tampoco hizo amago de besarlo de nuevo. Así que ahí siguió el demonio entre los brazos del ángel, un paraíso perfecto. Podría detener ahí justo el tiempo, quería lo que había visto en Gabriel y Belcebú.
Quería a Aziraphale para él, ahí, en la tierra.
—Crowley...
—No.
Crowley no le dejó hablar, volvió a besarlo sin molestarse en volver a cambiar su lengua del estado bífido. Bebía del alma del ángel con cada roce, con cada nuevo matiz que salía de sus labios. Dios, así que aquí habías metido el líquido consagrado.
El demonio no sabía bien que estaba haciendo, había visto a muchos humanos hacer cosas similares, en Roma, en los baños, fue el momento histórico en el que estos actos le resultaron más explícitos. Bueno, sin ser buscado el espectáculo de por sí, como en esas atracciones de variedades para adultos.
Pero Aziraphale puso resistencia pasado un rato, incluso murmuró algo dentro de su boca, algo que no entendió pero que le dio igual, no podía terminar. No lo permitiría. Se abrazó al cuello del ángel, se apretó contra su cuerpo, pero al final, ese idiota era más fuerte que él y los separó. Seguían demasiado juntos para una simple conversación al estar las manos de Aziraphale aún sobre sus caderas.
—Crowley — tenía el cabello rubio más despeinado que de costumbre, sus ropas estaban mal puestas, su chaleco no estaba alineado y sus pantalones necesitarían un milagro para ser alisados. —Yo, yo-
—¿Sigo yendo demasiado rápido para ti? — Bromeó el demonio, porque solamente podía hacer eso, sino acabaría llorando y hacía siglos que no lloraba.
—Vente conmigo, ven al cielo. — Aziraphale le estaba suplicando.
—Quédate conmigo, aquí. En nuestro bando. —Le pidió el demonio y durante unos segundos, vio la duda en el ángel.
—No puedo dejar el cielo en manos de otro, no si pueden mandarnos aniquilar. No lo haré, Crowley.
No. No. No. No. No.
Crowley siempre volvía al ángel, siempre iba tras él, pero esto, esto que le estaba pidiendo, era una línea roja. Tonto y estúpido ángel optimista.
—No iré. — Dijo Crowley mientras salía de entre los brazos de su Aziraphale, su mejor y único amigo, su alma gemela.
—Crowley... —Empezó a decir el ángel, pero en su cara apareció como descartó lo que fuese a decir. — Te perdono.
—Yo te amo, ángel.
Crowley nunca pensó que las palabras podrían servir realmente como un arma, pero esas cuatro hicieron a Aziraphale retroceder, cómo si una lanza hubiese impactado contra su torso con la fuerza de un olímpico.
—Te amo. —Repitió Crowley sin moverse del sitio. — Has dicho que nada es para siempre, pero mi amor por ti sí que lo es.
Crowley se giró y salió de allí a toda velocidad, escuchando tras de sí los gritos del ángel clamando su nombre, suplicándole que no lo dejase, que volviese. Esa vez, era el ángel quien tenía que volver. Esa vez, él había escogido correctamente. Esperaría. Esperaría años, siglos, porque cuando Aziraphale lo volviese a abrazar, Crowley sabía que volvería a sentirse completo.
Se fue de la librería, salió de allí al tiempo que el estúpido de Metatron iba en su dirección, ese escriba cotilla de tres al cuarto seguro se imaginaba cómo habia ido su conversión con el ángel.
Cruzó la calle, vio a todos esos humanos que se habían convertido en parte de su día a día, algo que durante milenios había tratado de ignorar pero que poco a poco Aziraphale le había metido dentro.
Al menos tenía su Bentley.
Nuestro coche
Sí, eso había dicho Aziraphale.
El coche de los dos.
No podía aguantar eso. Agarró con fuerza el manillar de su coche y tiró. Y tiró. Y tiró. Me cago en...
—Maldito coche, ¡déjame entrar!
Crowley seguía tirando de la puerta, pero ese maldito coche había decidido que no iban a irse de ahí. ¿Por qué?
Bueno, Crowley lo descubrió al ser arrastrado un par de metros por el coche y al alzar la vista ahí estaba el ascensor al cielo. Y Azira. Su Azira.
Estaba hermoso, su ropa volvía a estar perfecta y su pelo... Su pelo aún estaba algo despeinado. Entonces lo miró, lo miró a los ojos y habría deseado no llevar sus gafas.
Aziraphale tenía dudas, muchas dudas, y su cara de "no puedo hacer esto sin ti". Pero no esa vez, esa vez no. El estómago de Crowley se sintió revolotear, mientras los ojos azules del ángel lo atravesaban.
Gírate, gírate, ven, ven conmigo.
Crowley le daría todo, desayunos increibles, cenas en París, comidas en el otro extremo del maldito planeta. Todo.
Aziraphale volvió a mirar al frente, ya no lo miraba, estaba... Joder, se estaba yendo. Su ángel estaba entrando en ese ascensor.
Su ascensor al puto cielo.
Se cerró.
Y se fue.
«Ningún amor puede sustituir al amor»
Puta Marguerite Duras, ¿por qué había tenido que prestar atención en esos desayunos en París? Aziraphale era demasiado sociable cuando había comida de por medio.
Cómo lo extrañaba.
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Nada es para siempre, menos mi amor por ti [IneffableHusbands]
RomanceCuando Aziraphale se va, la luz en la tierra mengua para Crowley. Pensó que nunca tendría que presenciar un dolor igual a cuando creyó que su ángel había muerto, pero ahora lo había abandonado. Estaba ahí, abriéndole su alma, y aún así se había ido...