Capítulo 10

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—Nada, simplemente... —Empezó a decir Aziraphale, humedeciendose los labios bajo la atenta mirada del demonio. — He creído que te referías a otras actividades.

—¿Actividades de matrimonio? —Le preguntó Crowley con ese todo tan diabólicamente dulce que tenía.

Pero el destino intervino, evitando que diese ya su contestación al demonio cuando el teléfono que había habilitado para el cielo y el infierno empezó a sonar. No daba especialmente gracias a la interrupción, prefería mil veces contestar cosas avergonzantes a su demonio que hablar con Metatron, o quien sea que ahora se encargara del infierno. Suspiró mientras se ponía en pie hasta llegar al teléfono, y aun sin ponerselo en la oreja podía escuchar las quejas al otro lado.

—Buenos días. — Saludó Aziraphale con su sonrisa forzada más tranquila, aunque sabía que al otro lado nadie lo podía ver.

—¿Qué has hecho, ángel fofo? — Sí, esa era la voz de Miguel.

—Pues verá, después de leer todo el plan del nuevo fin del mundo, — comenzó a explicar Aziraphale— que literalmente era reducir la tierra a la nada, decidí formar un nuevo bando.

—¡Eso no se puede! — gritó el arcángel — ¡No hay buenos, malos y punto intermedio!

—Somos más bien una gama de grises — eso alteró a Miguel aún más pero había otra cosa que atrapó la atención de Aziraphale. —Crowley. — Lo llamó en voz alta mientras rápidamente presionó el auricular de ese teléfono antiguo contra su pecho, evitando que al otro lado los escucharan y con una mano señalaba a las tres cabezas que se asomaban por la puerta.

Tenían más recién llegados, había con urgencia que redactar una guía de estancia en la tierra y un pack de bienvenida listo en la gestoría. Oh, lo de la guía era una idea perfecta, podían poner normas para no asustar a los humanos, directrices, ya estaba deseando escribirla. Se había perdido en sus pensamientos cuando Crowley llegó a su lado y le robó un tierno beso de los labios.

Los besos eran el mejor descubrimiento que había hecho Aziraphale desde que comió por primera vez, aunque su primer beso también había dolido. Había empezado como un beso de rabia, de impotencia, era un adiós amargo y tan difícil de sobrellevar. Sus labios se separaron y Crowley se fue hacia la puerta con los nuevos integrantes de su bando gris, y no sabía si había escuchado bien que le habían preguntado a su demonio, pero este parecía molesto.

Le habría encantado ir con ellos, pero entonces las voces contra su pecho se hicieron más fuertes, se había olvidado de la llamada.

—Perdón, había mucho movimiento. — se disculpó Aziraphale — ¿por dónde íbamos?

En ese momento la línea comenzó a pitar y Aziraphale volvió a darle al botón para que entrara.

—¿Dónde está el maldito de Crowley? —Esa era la más que reconocible voz de Satán. Aziraphale la tenía bastante memorizada después de todo lo de el primer fin del mundo.

—Está atendiendo a unos recién llegados. — Le contestó.

—Dile a ese maldito Lucero del Alba, que cómo nos volvamos a encontrar lo voy a despedazar —amenazó Satán.

No, Aziraphale dejó de prestar atención después de lo del "Lucero del Alba". ¿Cómo que Lucero del Alba? Crowley era un ángel antes de todo aquello, aunque... Nunca había escuchado su nombre, y la siguiente vez que se vieron era ya "Crawley", aunque años después lo cambió a "Crowley". Pero... Aziraphale debía de haber entendido mal.

Que se haga la luz.

Mierda, había estado siempre ahí delante suyo. Ahora entendía por qué lo trataron de sumergir en agua bendita, Lucifer era uno de los siete caballeros del infierno, cómo Satán. Pero a saber qué votación ganó Satán para ponerse al mando en el albor de la lucha.

Nada es para siempre, menos mi amor por ti [IneffableHusbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora