13. Quiero que vengas conmigo.

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La cocina está completamente vacía y no hay rastro de Vaclaf por ningún lado

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La cocina está completamente vacía y no hay rastro de Vaclaf por ningún lado. Sin embargo, la comida que estaba preparando aún hierve a fuego bajo sobre la estufa, lo que significa que no debe haber ido muy lejos.

Vuelvo a atravesar la puerta, esta vez con dirección al pasillo contrario. Recorro la sala principal y algunos de los cuartos pequeños que hay cerca de ella, pero tampoco hay nada.

Me devuelvo por el mismo camino que había tomado pasando la cocina y siguiendo de largo esta vez, volviendo al mismo pasillo por el que conduje a mi madre.

Y entonces lo encuentro.

Permanece de espaldas, sentado sobre el borde amueblado de una gran ventana cuya vista da hacia el jardín delantero de la casa.

Decido acercarme y él lo nota, por lo que gira la cabeza en mi dirección. Su mirada apagada choca con la mía y aun cuando luce triste, me sonríe.

Tomo asiento a su lado y guardo silencio el tiempo necesario para que sea él quien lo rompa.

Estiro mi brazo y tomo su pequeña y pálida mano entre la mía mucho más grande y de un tono más moreno. Decido que me gusta el contraste entre nuestras pieles, y a él la cercanía de éstas no parece molestarle.

—¿Es extraño, sabes? —menciona de repente, soltando un suspiro—. En ocasiones, cuando iba hacia la cafetería un par de veces alcancé a verla caminar por el pueblo, siempre saludando a todos con una sonrisa. Se veía tan amable, tan maternal, que yo creí que... —su pecho se desinfla en una risa que no se siente sincera—. Creía que era de ese tipo de mujer dulce que huele a flores y glaseado de fresa.

Con los hombros caídos y el ceño levemente fruncido parece perderse en nuestras manos unidas durante varios segundos. Luego solo mueve un poco la cabeza, como si eso pudiese acomodar de alguna forma sus pensamientos.

—A veces me daban ganas de correr hacia donde estaba y ponerle las quejas de todas las cosas que la gente me hacía y de lo que decían sobre mí, pensando que probablemente me defendería. Después de todo, ella también es una omega —sonríe con tristeza—. Pero darme cuenta que en realidad es exactamente igual a todos en el pueblo fue, no sé...

—¿Decepcionante? —completo la frase, él levanta la mirada y asiente con pesar, girando nuevamente la cabeza para colocar la vista otra vez en el solitario jardín.

—Me caía mejor cuando no la conocía —confiesa de pronto.

Y lejos de molestarme o incomodarme, el comentario me causa gracia, pues no lo culpo. De niño yo también solía esperar encontrar en mi madre a esa mujer maravillosa que Vaclaf describe; sin embargo, no tuvo que pasar mucho tiempo para que entendiera que eso jamás iba a ser posible.

—¿Qué fue lo que te dijo? —le pregunto, tomando entre mi mano libre su rosada mejilla—. Sea lo que sea no tienes por qué hacerle caso.

—¿Quieres saber si me echó de la casa? —responde cuestionando, y yo asiento—. Si, lo hizo. Para ella no soy más que una sucia cucaracha que desentona con su blanco piso y por eso no quiere que esté aquí. Sus palabras, no las mías —aclara.

(A)NORMAL.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora