Parte uno

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Escuchad la canción al menos una vez, vale la pena.

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Los carteles en inglés y el fuerte acento británico de los empleados del aeropuerto le hacen ser consciente de que sigue en su país natal.

Sin embargo, todo parece ser completamente distinto a lo que está acostumbrado.

La gente tiene más prisa. Eso es lo primero que nota cuando, nada más salir del avión, casi lo derriban dos hombres enchaquetados y una familia que no había podido controlar a su pequeño e inquieto hijo por más tiempo.

También, todo es más grande. El aeropuerto de la ciudad de Londres tiene esa fama, es cierto, pero sabe por postales y películas que hasta el más insignificante parque en ochenta kilómetros a la redonda es diez veces más grande que el principal de Doncaster, ciudad que ha sido su casa durante toda la vida.

Hasta ahora.

Los cafés en las manos de las personas a su lado caminando por la terminal se ven caros, diferentes. Colores vivos decoran el logo de Starbucks, haciendo fácil de adivinar el que ninguno de esos vasos contenían el simple café con leche que todos parecían apreciar en su cafetería de confianza.

En realidad, Doncaster también tienen franquicias, muchas, pero era algo común el que en ellas solo te encontrases a turistas que, por lo general, paraban en la ciudad a descansar o porque habían cogido el vuelo con alguna oferta que no tenía sentido rechazar.

Londres no se asemeja nada a eso. No se siente como en casa.

Al menos no lo hacía hasta que visualiza unos rizos chocolate cortos y sin definir a lo lejos.

Su omega deja de estar alerta y Louis puede relajarse al ver cómo un gran alfa analiza todo su alrededor en la zona de llegadas con el teléfono en la oreja y su ceño fruncido al no encontrar lo que busca.

A él.

"¡Harry!"

Nadie se inmuta ante su chillido ansioso más que quién reconocería esa voz hasta a miles de kilómetros de distancia.

Porque es esa voz la que lleva escuchando desde que tiene uso de razón, desde que su madre llegó a casa con la noticia de que los vecinos, amigos suyos también, habían tenido por fin a su tan esperado cachorro.

Desde que fueron a visitarlos con decenas de regalos, Harry supo a la tierna edad de tres años que esos presentes no serían suficientes para celebrar la llegada de tan precioso ser. Jamás había visto a un bebé, por lo que pensó que ese dolor de pecho que después trato de explicarle a sus padres sin éxito fue por observar lo desconocido.

Ojos azules brillantes, nariz minúscula y piel suave de tonos caramelo.

Ese olor del que tuvo que separarse demasiado tiempo, pero que ahora impregnará cada rincón de su vida como hace años.

Harry no cabe en sí desde que se enteró de ello.

"¡Louis!"

Cortando la llamada que estaba teniendo con su empleado, la cuál le interesaba más bien poco ante el momento que estaba a punto de vivir, sus brazos se abren mirando entre la gente que sale por la puerta de la terminal.

Ve a personas abrazarse a su lado, llorar y reír, pero eso es algo que definitivamente refleja muy poco lo que él siente cuando un pequeño omega castaño aparece tirando de dos enormes maletas frente a él.

No puede contenerse más.

A una velocidad inhumana, avanza entre el tumulto de gente y olores para llegar al que le lleva agitando el pecho toda una vida y que, por desgracia, no huele tanto como desearía.

Tu refugio || l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora