°Final con Aemond°

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Después de que sucedieran los acontecimientos con Daeron enviando a Maela a la Calle de Seda, la joven vivía en una constante agonía, cada noche le rogaba a los dioses que la tomaran y se la llevaran, prefería morir que seguir sufriendo con lo que le hacían en ese lugar.

No fue hasta un tiempo que Viserys la encontró y le contó a su hermano, sin pensárselo dos veces le ordenó que fuera por ella. Cuando la trajeron a la fortaleza, la bañaron, cuidaron y alimentaron, le pidieron al maestre que tratara sus heridas. Sin embargo, con la única persona que hablaba era con su hermano Maelor, a veces se aislaba en su habitación, agradecía que Aegon la había sacado de allí, pero igual se sentía marcada y triste.

Le faltaba su familia, era cierto que uno más que otros, pero igual y entre de los que extrañaba más era al príncipe Aemond.

Todas las noches se la pasaba llorándole, caminaba por los jardines tratando de relajarse o salía a pasear con Sunflower, pero ya nada era igual, se sentía incompleta.

No sabía si podría proteger a Maelor de una futura guerra después de todo.

La boda con Aegon había pasado, todos estaban emocionados y alababan a sus reyes, pero solo había amistad por parte de ellos, al menos por Maela. Aegon puede que la viera con otros ojos y tratará de intentar algo con ella, pero por obvias razones no se daba.

Su trauma en la Calle de Seda y su amor por Aemond.

Maela nunca se había dejado tocar por Aegon, pensaba que la lastimaría, aunque sabía que él nunca tendría aquella intención.

Muchos les pedían herederos, la excusa de Aegon era que los dioses no los habían bendecido con un pequeño, sabía que con el estado de Maela sería muy difícil que eso sucediera, ambos tenían aposentos por separados por obvias razones.

A veces la platinada se levantaba en la madrugada agitada y gritando por pesadillas. Había momentos en los que no sabía si lograría sobrevivir, siempre miraba la ventana por la que su madre se había lanzado pensando si tal vez ese era su mismo destino.

Aegon una vez la detuvo y le rogó que no lo hiciera.

Pasaron algunos años, al Maela cumplir los 21 ya salía con mayor frecuencia de la fortaleza y caminaba por la ciudad, a veces era acompañada por algún guardia, aunque casi siempre deseaba estar sola.

En uno de esos días, Maela se había escapado de sus labores como reina, quería relajarse un poco por lo que se fue por los calabozos ya que conocía que por allí había un pasadizo que la podía llevar afuera de la fortaleza.

Entre risas mientras iba, algo llamó su curiosidad por lo que empezó a echarle el ojo a algunas celdas, al llegar a la última sintió como su corazón se saldría en cualquier momento.

Era imposible, él estaba muerto, no podría estar allí como si nada.

El platinado comía un durazno que le habían llevado para desayunar mientras veía hacia otro lado, estaba perdido en sus pensamientos. Ya ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba allí, no tuvo tiempo de huir cuando lo apresaron.

Conocía que su madre permanecía encerrada, eso escuchaba de los guardias, sus hermanos también, Maelor sabía que estaba vivo y eso lo agradecía, pero su corazón seguía roto al pensar que Maela había sido asesinada por Daemon cuando la raptó.

—¿Aemond? —escuchó una voz suave.

Sentía que ya estaba tan loco que su mente le hacía escuchar voces en su cabeza.

—Ya mejor llévame contigo —bromeó.

Levantó su cara topándose con esos ojos que una vez engañó y luego se enamoró.

El Amor en la Gran Guerra || Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora