Tres

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El guardaespaldas me dejó en frente de mi habitación, dándome la orden de alistarme y cerrando la puerta con fuerza. 

Lo primero que hice fue tomar una ducha para relajarme. 

El agua estaba dolorosamente fría, lo que me deja más en claro que debería de ser más cautelosa con mis palabras. 

Me recuesto en la cama, la ropa que traía puesta está totalmente sucia por lo que tengo que mantenerme en toalla.

Así que aquí estoy, sentada en la cama con los ojos caídos.

 Observo hacia el único espejo de la habitación. Avanzo unos pasos hasta tocar el fresco cristal. Nunca he pasado demasiado tiempo delante de un espejo, pero resulta un consuelo estar aquí en este momento. Cientos de imágenes de mí misma me devuelven la mirada, demostrando mi existencia. Le doy vueltas a mi nombre en la cabeza y trato de conectarlo con esa mujer de piel lechosa, con una melena negra y ojos avellana realzados por líneas negras sobre un rostro suave y esculpido. Esa extraña. Yo misma. Scarlett.

Mientras me observo, incapaz de apartar la mirada, intento tocar una parte del espejo que parece bastante sólida para ser de vidrio, pero esta se resquebraja limpiamente. De pronto algo no está bien, no soy capaz de detenerme. La habitación se torna oscura, una energía me consume y la grieta se agranda hasta dejar al descubierto una puerta en el espejo.

Una mujer entra a la habitación, la miro asustada y sin dudar un segundo franquea el espejo y se sella a su espalda, empujándome hacia el suelo.

Mi corazón late al mil por hora, no podía creer lo que estaba haciendo. Observo a la mujer, es la misma señorita que estuvo conmigo a bordo del vagón el otro día. Intento levantarme, pero ella se adelanta indicándome de que no lo haga alzando las manos.

- Tranquila. Quédate ahí. Respira. – me dice acercándose con lentitud.

Después me ayuda a levantarme y me sienta en un cojín en el centro de la habitación.

- No pretendía asustarte. Supuse que estarías dormida. Estoy aquí para ayudarte. Soy tu instructora. Puedes decirme Elizabeth.

¿Instructora? Por un segundo había olvidado la reunión en el salón - ¡Voy a vestirme!

Sin embargo, mi última palabra me detiene en seco. Aún llevo puesta la toalla y no dispongo de ninguna otra prenda más que la de la celda.

- Scarlett. – Elizabeth pronuncia mi nombre con tono energético pero amable -. Toma asiento y relájate. El desayuno no tardará en llegar. He venido para comentar contigo los pormenores.

Me quedo clavada en el sitio, aún avergonzada por mi absoluta ignorancia.

- Incluida tu ropa. – asegura, leyendo mi mente.

Obedezco y me siento de nuevo. Instantes después aparecen varias bandejas de comida que nos envuelven con aromas salados y a mantequilla. Uno de los sirvientes distribuye los platos en las pequeñas mesas salpicadas por el amplio espacio que rodea la chimenea. Una mujer me quita la toalla del cabello y comienza a cepillarlo con delicadeza y untando crema. Mi huésped sonríe y toma asiento en una de las escasas sillas de la habitación, al tiempo que el primer sirviente aviva las brasas de la chimenea y atiza el fuego.

- Debes tener bastantes preguntas – empieza Elizabeth con calidez.

Asiento con la cabeza, consiente del persistente rugido de mi estómago. Nervios y hambre, una mala combinación.

- Tienes hambre. – es obvio que no ha dejado mi mente -. Tú come, yo hablaré. Puedes formular tus preguntas cuando hayas terminado.

Desde ahora trataré de bloquear todos mis pensamientos para que no logre captarlos, aunque debo de admitir que hay algo indulgente y genuino en ella. Tengo la sensación de que se puede confiar en ella, aunque aún no descarto el hecho de que trabaja para Astor.

Affliction - CaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora