Después del shock de ser esposa del Charro Negro lo aparte de mi con el ceño fruncido -Deuda o no, no me importa, al menos hubieras explicado algo- le reclamé con los brazos cruzados a lo que el charro me miro con incredulidad antes de reírse.
-Claro que te avise, es más hasta escogiste cuando iría por ti- respondió haciéndome hacer una mueca confusa tratando de recordar cuando lo había visto cosa que lo hizo burlarse de mí -Aunque quizás no lo recuerdes pues aún estabas en la cuna- ante ese comentario entre cerré los ojos arrugando mi rostro para verlo con odio queriendo recriminarle pero ni se inmutaba, si es que me miraba con confusión o quizás con una ternura combinada con burla.
Para él no era más que una criatura inferior, cosa que probablemente era cierto pero no iba a dejar que me tratara así, por lo que le trate de dar una cachetada, pero antes de que mi mano golpeara su mejilla me sujetó con fuerza mi muñeca
-Cuidado con tus manos, no querrás que a esos raspones se le sume un hueso roto, ¿verdad?- amenazó con un dulce tono al igual que una sonrisa provocando me escalofríos.
Cada segundo que me tardaba en contestar me apretaba la muñeca cada vez más fuerte hasta que del dolor me arqueaba y me quejaba y de la desesperación solo negué con la cabeza golpeando la mano del charro para que me soltara.
Cosa que hizo después de burlarse de mí por unos momentos, jalando me con fuerza para hacerme perder el equilibrio y caer de cara contra el piso.
A Pesar de que no podía ver más que el piso de azulejos cafés, pude escuchar como el charro se burlaba en lo bajo mientras se arreglaba el saco -Arréglate antes de que acabe de comer- ordenó antes de irse del cuarto con un azote de puerta.
-Hijo de puta- murmure con odio cerrando los puños con fuerza para levantarme del piso y sacudirme el polvo al igual que acomodarme el vestido, para luego sentarme en la cama negándome a salir de esa habitación que poco a poco me empecé a acostar con mi rostro enojado transformándose en uno de tristeza y al final estar acostada abrazando la almohada escondiendo mi rostro lleno de lágrimas.
Extrañaba mi casa
A mis padres...
A mi familia...
Odiaba aquí con todo mi ser...
Quería estar en mi casa con mi amorosa familia...
No con ese idiota del Charro Negro que solamente era objeto de su diversión y burla...
El corazón me dolía demasiado al igual que no podía ni respirar ni dejar de llorar a pesar de que había llorado más que en toda mi vida, mis lagrimas no paraban ni parecían que se iban a secar y acabar en cualquier momento.
Después de hundirme en mi miseria y cruel destino, el ruido de mi estómago me obligó a levantarme de la cama e ir al baño que estaba en la habitación.
Al menos era bonito, la mezcla entre dorado y blanco me recordaba a casa aunque un poco más antigua.
Me metí a la bañera y mientras me enjuagaba trataba de olvidar todo pero parecía imposible, cada cosa que estaba ahí me recordaba a casa haciendo que volviera a llorar, sabía que esto era obra del charro que solamente disfrutaba del dolor ajeno y ahora era su juguete.
Después de otra sesión de llanto mientras me bañaba, escogí un vestido azul claro que a pesar de ser de manga larga, dejaba ver perfectamente la marca negra que tenía, cosa que no me gustaba así que busqué algo de maquillaje encontrándome con el tocador del baño.
Intente maquillar la mayor parte de la marca, lográndolo desde el rostro y clavícula, pero por más que lo intentaba no podía ocultarlo, no podía deshacerme de la marca en mis brazos y mucho menos la de la mano, siempre aparecía sin importar cuánto maquillaje aplicaba.
Frustrada fui molesta con el charro, buscando por la inmensa casa hasta encontrarlo en la sala sentado con una taza y agenda en manos.
-¿Por qué no puedo quitarme la marca?- pregunte molesta señalando le la marca de mi brazo, poniendo me maquillaje para ocultarlo pero la marca aparecía de nuevo
-Por el mismo motivo en el que no me puedo quitar el anillo- dijo tan calmado que me dio rabia, pero esa rabia se cambio por confusión cuando el charro me mostro su mano con el anillo para luego ponerse un guante encima de su mano pero el anillo volvió a aparecer y más brillante que antes -Somos esposos, lo que significa que nuestras almas están juntas nos guste o no, y lo único que nos puede separar es la muerte, pero ninguno de los dos puede morir a partir de ahora- explicó restregándomelo en la cara que no podía huir para volver a la agenda con un sorbo de su café
-Aunque admito que seria divertido viendo como tratas de suicidarte y fallando en cada uno de los intentos- añadió con burla haciendo que casi le diera un zape en toda su jeta pero esa fría mirada del infierno me congelo -¿O quizás yo deba intentar matarte?- canturreo como una amenaza haciendo que rápidamente negara para huir a la primera habitación cercana.
No era pendeja, sabía que el charro podía matarme cuando quisiera, cosa que me aterraba de verdad aunque haré todo lo posible para que no se notara ese miedo al charro.
Suspire para calmarme y mirar la habitación curiosa, era la cocina, tenía un estilo rústico con una isla en medio de la cocina decorada con rosas y un tazón de fruta.
Tome una naranja del tazón pelándola mientras me paseaba por el lugar y revisaba todo lo que había, había una vajilla blanca con detalles dorados, cubiertos de plata, vasos de cristal de todo tipo con distintos grabados.
Abrí otra de las encimeras para encontrar una gran dotación de tequila cosa que era entendible cuando ves el gran campo de agave que había afuera, aunque lo curioso eran los nombres
-¿Qué estás haciendo?- escuche detrás de mí, sobresaltándome y que la botella que tenía se resbalara de mis manos.
Cerré mis ojos esperando el sonido del vidrio rompiéndose o chocando contra el piso pero nunca se escuchó sino que sentí un calor en mi espalda al igual que un aire en la punta de mi oreja, así que abrí mis ojos con cautela mirando hacia abajo.
La botella no se había caído pues una mano negra la había sujetado, sabía muy bien de quién era pues era la única persona ahí.
Mire hacia arriba para ver la cara del charro demasiado cerca de la mía, de hecho todo su cuerpo estaba pegado junto al mío que podía sentir su corazón latiendo haciendo que mis mejillas ardieran levemente.
-Te cuidado- susurró el charro con un tono que parecía seductor haciendo que por un momento creyera que se refería a mi hasta que dijo -Esta botella es más vieja que tú- rompiendo ese único sentimiento de amor que tenía mientras el charro me golpeó levemente con la botella para que no se rompiera.
-Pues tú que te apareces como si nada- reclamé alejándome del charro sobando donde me había dado el golpe, a lo que el charro solo bufo antes de guardar la botella.
-Es mi casa, puedo hacer y estar donde quiera- respondió el charro tranquilo encogiéndose de hombros a lo que voltee los ojos -También es mía, así que al menos no aparezcas de repente o te pondré un cascabel- respondí apuntando lo con el dedo como una amenaza mientras empezaba a buscar ingredientes y utensilios para hacerme de comer.
-Bien- dijo seco y con molestia antes de acercarse a la puerta -¡Me voy!- aviso con burla a lo que yo solo asentí -No quemes mi cocina-.
Volví a voltear los ojos con un gruñido, pero había algo más que disgusto y molestia, sentía un leve sentimiento de cariño hacia al charro, como si fuéramos una amarga amistad.
Sentimiento que sacudí rápidamente, no podía empezar a tener sentimientos sobre el Charro Negro.
No podía empezar a encariñarme con el mismo hombre que me separó de mi familia.
ESTÁS LEYENDO
Princesa de mi corazón
Roman pour AdolescentsEn la época del Porfiriato, hubo un hombre que le vio la cara al mismísimo Charro Negro. O al menos eso pensó En la actualidad una chica que no era muy creyente de las leyendas pero aun así nunca había tratado o jugado con eso. Asique lo que le paso...