Algo no va del todo bien,
he luchado contra todo el barro
que desde dentro emana y supura
como un resfriado,
pero cuando creo que estoy bien
vuelvo a caer enfermo.Los primeros síntomas suelen empezar
cuando encuentro tu mirada
en unos iris cualquiera.
Esta vez fueron azules,
tan azules,
como el cielo de Cádiz.
Y no encontré tranquilidad alguna al mirarlos,
tan solo el mismo vértigo
que me legaste
en nuestro testamento.Y sé que en esto no tienes culpa alguna,
si alguna vez la tuviste,
pero es tu rostro el que toman mis miedos,
cuando aparecen,
sin avisar.
Son tus envites los que aún esquivo
y, por eso,
me tomo la licencia,
para nada poética,
de culparte a ti.
Y comienzo a pensar,
que puede este preso,
quedar encadenado para siempre
esperando la pena de muerte
o, mejor dicho,
la pena de vida,
que viene a significar lo mismo.Pero a veces me viene el olor
del pan recién hecho,
a veces,
las menos,
pero me viene
y me entra el hambre necesaria
para comerme el mundo
y a ello me agarro.Creo que tengo una marca maldita,
una especie de adicción,
como un mono muy chungo,
porque cuando no te veo
en algún iris,
pierdo el interés,
como lo pierden los niños,
al hacerse adultos
y dejar de jugar.
Y no quiero hacerme adulto,
en ese sentido,
no quiero dejar de jugar,
de tirar y empujar,
de dejarme llevar.
Pero creo que tengo que elegir,
mejor,
los juegos en los que participar.Porque estoy
a
solo
una
vida,
de perder para siempre.
Perderme.