Me bastó mirarte a los ojos,
tan solo una vez,
para besar tus miedos
y no poder sacarlos de la cabeza.
Tu rojez me pareció
el color de la arena
de una playa desierta
y no pude pensar en otra cosa
que no fueran
tus piedras junto a la orilla.
Aparté la mirada,
no tuve más remedio,
porque ya conozco lo que es perderse
en dos mares azules.
Perderse y no encontrarse.
Encontrarse después de perderse.
Pero miré el tiempo justo
para tenerte en mis nubes
y ahora solo quiero lloverte.