No sé qué dice el diccionario de la Real Academia de la palabra hogar, pero yo sé que la definición que debería estar en primer lugar debería ser algo así como lugar en el que uno se siente seguro. Para mí, ese sitio es cambiante porque está donde mi abuelo esté. Solo llevo tres días aquí y estoy mucho más relajada, y todo es gracias a los paseos por el campo y a las conversaciones que mantengo con el yayo cuando mi madre nos da algo de intimidad. Ella es consciente de que entre nosotros hay algo especial, único, un vínculo que se hizo muy fuerte porque fue él el que estuvo ahí cuando me derrumbé. Bueno, él y Andrea. Mi querida amiga me ha llamado varias veces porque sospecha que algo me ocurre, sin embargo, yo no le quiero contar quién me hinchó las ruedas y me cambió el aceite por teléfono. Necesito ver su cara. La suya y la de Emma, porque entre las dos reacciones siempre encuentro el punto medio.
—Sofía —me llama mi madre desde el quicio de la puerta de mi habitación—. Tu abuelo está abajo, dice que si lo acompañas a caminar un rato.
—Claro —respondo.
—He pensado que me volveré el domingo contigo y con Marcos, si no os importa.
—Para nada, mamá.
Mi madre ha podido superar muchas cosas, sí, aunque no ha sido capaz de volver a ponerse al volante de un coche. Eso no. Le recuerda demasiado al modo en el que mi padre murió, le aterra perder el control y provocar tanto dolor como el que nos provocaron a nosotras. A pesar de eso, estoy orgullosa de ella. Costó, pero consiguió recuperar su vida. Volvió al trabajo, a quedar con sus amigos e incluso se fue de viaje ella sola por Europa. Después del año tan terrorífico que pasamos, eso parecía una utopía. Y se tornó real.
Mi abuelo aguarda sentado en el banco que tenemos en la entrada de la casa, dentro del porche. Me sonríe y se pone de pie con dificultad. Lleva bastón para caminar, por lo que dijo el médico, tiene el corazón débil y eso hace que se canse. No obstante, él sigue adelante como si nada, como si no fuera consciente de que la vida se le escapa. O tal vez es que es demasiado consciente y prefiere ignorarlo. Conozco a mi abuelo y no se rinde nunca, ni siquiera ahora.
Al principio vamos en silencio, después, cuando estamos a punto de abandonar el pueblo y llegar a los campos que lo rodean, comienza a hablar. Primero de cosas intrascendentes, que si uno se ha casado con otra, que si la del bar se ha ido de vacaciones, que si Fulanito ha vuelto de estudiar... Yo escucho, sé que divaga porque quiere llegar a algún lado. No tenemos prisa, ni él ni yo, y me encanta escucharle. Araño cada segundo con mi abuelo como si fueran unicornios.
—¿Y Marcos viene? —me pregunta al final.
—Esta noche, cuando pueda marcharse de la oficina —respondo.
—Siempre tan ocupado. ¿Estás bien con él? —sigue indagando. Yo tomo aire. No sé si me agradan los derroteros que está tomando la conversación.
—Claro, si no, no estaríamos juntos, yayo. ¿A qué viene esto? Pensaba que Marcos te gustaba.
—Oh, sí. Mucho. Es el hombre que todo abuelo quiere para su nieta. Educado, con un buen trabajo, responsable, amable y con una planta envidiable. Y eso que esto último lo intuyo, porque las malditas cataratas... —se queja—. Aun así, lo que yo quiera para ti no tiene por qué ser lo que te hace feliz.
—Pues me hace feliz, mira qué casualidad, los dos contentos —contesto tratando de sonar jovial a pesar de que la charla me está alterando un poco.
—Bien, bien.... ¿Sabes, Sofi? —Se detiene y me contempla con esos ojos que la vejez ha nublado. Qué cabrona es la vida, qué injusta—. A veces me pregunto qué pasó con ese chico, el que conociste en Salou aquel verano.
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Todos los inviernos sin ti
Romance⚠️Pronto disponible en Amazon. Aquí solo quedan los primeros capítulos ⚠️ **ATENCIÓN: ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DE AQUEL VERANO CONTIGO. SI NO HAS LEÍDO LA PRIMERA, PUEDE QUE TE PIERDAS ALGÚN DETALLE...** Ya han pasado quince años desde que Iván se m...