Iván escoge un bar. También la mesa a la que nos sentamos. Yo lo sigo como un corderillo asustado porque su única compañía es la del lobo. Iván es eso, el depredador de ojos azules que me desestabiliza simplemente con existir. Fue tan intenso lo que sentí con él, por él, junto a él, que ahora, solo con recordarlo, solo con tenerlo cerca, es como si el suelo se moviera, como si se rompiera y yo cayera al vacío. Y lo peor es que no comprendo el motivo. Iván pide un refresco y luego me mira a mí, preguntándome con un simple movimiento de esas cejas negras y pobladas qué es lo que yo quiero beber.
—Una cerveza —le indico al camarero.
No hablamos hasta que no tenemos las dos bebidas delante. Esos minutos, Iván los usa para acomodar la mochila a los pies de la silla que ocupa y sacar de sus bolsillos el móvil y un manojo de llaves, y dejarlo sobre la mesa junto al casco. Yo para seguir preguntándome quién narices es Cris y, sobre todo, por qué me importa, no debería ser así. Yo estoy saliendo con Marcos, es lógico que Iván haya rehecho su vida de alguna manera. Miro sus manos, no luce anillos. Sí se ven cubiertas de grasa y están mucho más ajadas de lo que las recordaba. La dura vida del mecánico, supongo.
—Te dije que las llevaría llenas de mierda cuando me dedicara a arreglar coches —me recuerda cuando se da cuenta de que las estoy observando. Cojo el botellín de cerveza y bebo tras encogerme de hombros—. ¿Qué tal estás?
—Bien. ¿Tú?
—Bien. —Se inclina hacia delante y casi percibo sus dudas. No sabe cómo hacer esto. Yo tampoco. De hecho, ya me estoy arrepintiendo de haber venido hasta aquí—. Sofía... Me gustaría saber si lo lograste, si has estudiado Traducción...
—Iván, he venido a por respuestas, no a darte el parte de mi vida.
—Hace quince años que no te veo.
—Porque así lo quisiste tú —zanjo. Él se queda muy quieto, casi de una forma sobrenatural, y después asiente resignado. Me da pena la manera en que lo hace, la tristeza que desprende ese gesto, la posición tensa de sus hombros, la mandíbula apretada. Creo que por eso cedo—. Lo hice. Traduzco libros para una editorial.
—Me alegro mucho, Sofi —susurra—. ¿Tu madre...?
—Se recuperó lentamente, pero lo superó. ¿La tuya?
—Murió.
—Oh. Lo siento —digo por costumbre o educación, pues sé por propia experiencia lo poco que esas palabras reconfortan en estos casos.
—Bueno, estaba muy jodida. Volví para su entierro y ya me quedé aquí. Al reencontrarme con Rash, Niko, Cristian y Carlos supe que no quería seguir fuera de esta ciudad. Zaragoza no tiene playa, ni montaña, y tiene un clima espantoso. Y, aun así, es mi sitio...
—¿No has estado aquí todo este tiempo? —logro preguntar cuando asimilo sus palabras.
—No. Me marché en cuanto lo dejamos. —Abro mucho los ojos, presa de la sorpresa. Eso no lo imaginaba—. Sofía, yo no... Yo no quería dejarte, tuve que hacerlo. Tuve que marcharme. Mi padre salió de la cárcel y estar conmigo te hubiera puesto en peligro. Ya te dije cómo era. Él no hubiera parado hasta destruir todo lo que amaba. ¿Recuerdas cómo se vengó del Quilez? No hubiera soportado que te sucediera nada. Te quería mucho. No voy a pedirte perdón porque no merezco que me perdones. Ahora lo pienso y fue cruel lo que hice. Joder, fue muy cruel. No obstante, no vi otra salida.
Me quedo callada. Lo que acabo de escuchar gira dentro de mi cráneo, rebota en sus paredes y no logra calar. No puedo entender esto, se me escapa. Esa verdad cambia mi mundo de arriba abajo. Lo cambia todo. Y no estoy preparada para analizar cómo y cuánto transforma mi realidad.
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Todos los inviernos sin ti
Romance⚠️Pronto disponible en Amazon. Aquí solo quedan los primeros capítulos ⚠️ **ATENCIÓN: ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DE AQUEL VERANO CONTIGO. SI NO HAS LEÍDO LA PRIMERA, PUEDE QUE TE PIERDAS ALGÚN DETALLE...** Ya han pasado quince años desde que Iván se m...