—No tiene ninguna gracia —protesto mientras Andrea se parte de risa en el asiento del copiloto y Emma se muerde los carrillos para no hacer lo mismo—. En serio, Andrea, no la tiene.
—No la tiene —acepta ella al tiempo que se esfuerza en calmarse—. Pero, chica, es que te lo tomas todo a la tremenda. Solo se ha encendido una luz. —Señala el salpicadero de mi estupendo (y muy viejo) Opel Corsa—. Seguro que es cualquier chorrada. Yo creo que es de las ruedas, que no tendrán presión.
—O no. Puede que corramos un grave riesgo —le rebato—. ¿Y si tenemos un accidente?
—¿Y si paras y leemos el manual de instrucciones para saber exactamente qué sucede? —propone Emma, como siempre, la más cabal de nosotras tres.
—No sé dónde está eso —admito y noto que el color se me sube a las mejillas. Andrea vuelve a explotar en carcajadas y yo me contagio muy a mi pesar—. Bueno, solo quedan quince kilómetros para llegar a Zaragoza, lo dejamos en el primer taller que pillemos y ya está —decido.
Hemos ido a pasar los últimos días de vacaciones a Salou, al apartamento de la familia de Andrea. Yo podría haberme instalado en el de mi madre, sin embargo, convivir con ellas es infinitamente más divertido que tenerme que volver sola a casa después de una larga noche de fiesta. Nada más acabar el instituto acordamos que, durante una semana al año, nos marcharíamos las tres a la playa y viviríamos como adolescentes: saldríamos, beberíamos y tomaríamos el sol. Y después regresaríamos a nuestras corrientes vidas. Y, precisamente, retornando de este paréntesis de inmadurez, justo cuando ya notaba las responsabilidades de una mujer de treinta (y pico) años tomando cayendo a peso sobre mis hombros, mi coche ha decidido darme una sorpresita con forma de piloto rojo encendido como la estocada final. La bienvenida a la rutina, vaya.
—Mejor llévalo al del hermano de Dani —me ofrece Emma. Dani es su marido, llevan casados tres años y me atrevería a afirmar que son la pareja perfecta. Aunque eso ya lo pensaba con Juancar y la cosa no terminó bien. Sin embargo, con Dani parece que Emma es feliz. Que los dos lo son.
—No sabía que fuera mecánico —respondo. Recuerdo vagamente al cuñado de Emma del día de la boda, crucé algunas palabras con él, no muchas, supongo que no hablamos de nuestros trabajos.
—Tiene varios talleres, pero él suele estar en uno en Las Delicias (1).
—¿Las Delicias? Eso no me va muy bien...
—Nos llevas a casa antes, ¿eh, Sofía? Maca me está esperando y tengo una cita esta noche —me advierte Andrea. Maca es su gata. Y su cita no tengo ni repajolera idea de quién será. La vida sentimental de Andrea sigue siento un caos porque no encuentra lo que busca: alguien alérgico al compromiso, como ella.
—En serio, llévalo allí, Lorién es un cielo y si vas de mi parte seguro que te hace descuento —insiste Emma.
—Cualquiera dirá que te llevas comisión —bromeo—. Mira, mándame la ubicación por WhatsApp y ya veré —cedo a regañadientes, acercarme a ese barrio me desvía de mi recorrido. Enseguida escucho el pitido de mi móvil, Emma es muy eficiente.
Un poco más tarde dejo a Emma en su precioso chalet en una urbanización a las afueras y a Andrea en la puerta del bloque de apartamentos donde vive. Yo aprovecho un semáforo y configuro el Google maps para que me lleve a ese taller. Maldito coche. Con las ganas que tengo de llegar a mi piso y darme un baño. Estoy sudando después de casi tres horas de conducción. Además, tengo que llamar a mi madre y a mi abuelo, los dos están en Palo. Mi abuelo está muy mayor y mi madre se escapa cada vez que el trabajo se lo permite al pueblo, pues él se niega a mudarse a la ciudad. Ya tuvo empacho de asfalto cuando se vio obligado a venir a cuidarnos ese año en el que ninguno de nosotros era quien debía ser. Menos mal que todo eso ya está superado, que mi madre recuperó el control, y yo... Bueno, yo... no sé. «Gire a la derecha», me grita el GPS forzándome a regresar al aquí y ahora.
—Joder —murmuro tras dar un respingo. Obedezco y, en cosa de diez minutos, estoy en mi destino—. Bueno, Sofi, tampoco ha sido tan difícil —me animo.
Odio hacer estas cosas: llevar el coche a arreglar, pasar la ITV. Lo odio. Pero a veces toca, cosas de la vida adulta. Meto el vehículo con cuidado al garaje, paro el motor y salgo de él. Enseguida reconozco a Lorién, que se acerca a mí con una sonrisa enorme y yo no puedo hacer otra cosa más que responderle con el mismo gesto. Hay gente que está diseñada para provocarte ese efecto, y yo los envidio. Nunca me he llegado a desprender de la sensación de que irradio pena, que soy una mancha sosa y fea con la que los demás tienen que convivir.
—¡Hola! ¿En qué puedo ayudarte?
—Pues... Es que se ha encendido ese pilotito y, en realidad, no sé lo que significa... —señalo y él se agacha y se asoma para poder ver bien lo que le digo.
—Ah, las ruedas. Y, bueno, ese de ahí es que toca cambio de aceite.
—Vaya, eso no lo había visto —admito consciente de que soy un desastre—. Eres Lorién, ¿verdad?
—Sí —responde y se gira para analizarme. Tiene los ojos verdes, idénticos a los de Dani.
—Soy Sofía, una amiga de Emma, nos conocimos en su boda. Ella me ha recomendado que lo traiga aquí.
—¡Anda! Ya decía que me sonabas. Llevabas un vestido azul precioso. —Me sonrojo, a mis treinta y dos años, no sé aceptar piropos—. Le compraré flores a Emma en agradecimiento por conseguirme clientes —dice entre risas—. Mira, esto es fácil de hacer, te devuelvo el coche en un par de horas.
—¿En serio? —me sorprendo.
—Sí, es poca cosa, podemos hacerte un hueco. También le echaremos un vistazo rápido por si hubiera algo más que revisar.
—Eso sería una maravilla.
—Vale, pues dame las llaves y nos vemos en un rato.
Me marcho alegrándome de que lo que le sucede sea una tontería. Esperaré un poco, me tomaré un café y regresaré a casa sin la preocupación de no saber qué le ocurre a mi vehículo. Puedo aprovechar estas dos horas para hablar con mamá. O simplemente me entretendré cotilleando cuentas de Instagram. También tengo un libro en la mochila.
Primero me doy una vuelta por el barrio. Apenas lo conozco, hace años que no vengo por aquí. La última vez que estuve fue porque unos conocidos nos invitaron a un local que tenían alquilado por la zona. Cuando encuentro una terraza que me convence, me siento y pido un café descafeinado con leche. Mientras espero a que se enfríe llamo a mi madre. Me cuenta que mi abuelo está muy cansado y que le preocupa un poco. Insisto en hablar con él y el yayo se comporta como si no pasara nada. No quiere que me inquiete. Tengo claro que no puede durar mucho más, y, aun con todo, se me hace un nudo en la garganta cuando lo pienso. Si mi abuelo se va, me quedo sin el gran pilar de mi vida. Le prometo que iré a verlo el finde y noto en su voz una felicidad que me reconforta.
Dos horas después, regreso al taller. Lorién está anotando algo en un mostrador que tienen a la izquierda. En cuanto me ve, me hace un gesto para que me acerque.
—Ahora le digo a Iván que te saque el coche, lo ha arreglado él. Es el mejor trabajador que tengo, te aseguro que lo he dejado en buenas manos —me cuenta como excusándose de no haber sido él el salvador de mi vehículo.
En realidad, no me importa quién haya hinchado mis ruedas y cambiado el aceite, solo quiero que me lo devuelvan e irme a descansar, no puedo más. Lorién me cobra y seguidamente se marcha para llamar al mecánico y que me explique lo que ha hecho en mi Corsa. Me entretengo consultando tonterías en el móvil hasta que oigo el sonido de un motor acercándose. Genial, no han tardado mucho, parece que la suerte está de mi lado. O eso creo hasta que alzo la mirada y veo quién sale de mi coche con la parte de arriba del mono gris desabrochada y luciendo una ajustada camiseta de tirantes bastante sucia. Mi estómago se pone del revés cuando me encuentro con esos ojos azules que pensaba que había sido capaz de olvidar. Es más, mi vida entera se pone del revés al darme cuenta de que él todavía no ha abierto la boca y que yo ya estoy temblando. Iván. Tengo delante a Iván. El Iván que me enamoró y después huyó de mí como un cobarde. Y, quince años después, sigue causando el mismo efecto en mí: quiero matarlo.
(1) Es un barrio de Zaragoza.
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Todos los inviernos sin ti
Romance⚠️Pronto disponible en Amazon. Aquí solo quedan los primeros capítulos ⚠️ **ATENCIÓN: ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DE AQUEL VERANO CONTIGO. SI NO HAS LEÍDO LA PRIMERA, PUEDE QUE TE PIERDAS ALGÚN DETALLE...** Ya han pasado quince años desde que Iván se m...