15. Prontitud

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Se te cayeron las alas de tanto caminar en círculos allá en el cielo. Lloviste a mares mi cabeza. Te entregaste con tus ojos almendrados a mi solitaria presencia y te apareciste a la mitad de la puerta, con los ojitos llorosos y un ramo de rosas en la mano derecha. De tu pecho solo conocía el roncar de tu voz, nunca el latido de un corazón.

Estabas ahí, mirándome. A media tarde, naranja y violeta, resaltando tu silueta y convirtiéndote en una sombra dentro de mi pasillo.
Piel almendrada y sonrisa de infante.
Me mirabas. Estabas ahí.
En algún otro lugar, dentro de mi pecho y del estómago.
Detrás del corazón.
Ahí te ocultabas.

Venías de pasos largos. Zancadas ardientes, inquietas, flamables. El eco se escuchó rebotar por todas mis paredes y la luz del sol se fundió en segundos. La oscuridad me encendió las mejillas; fui tu rojo vivo.
Se te encajaron las espinas en la mano y se nos llenaron los rostros de tu sangre.

¡Pronto, que te me acababas!
¡Pronto, que te me acabas ahora, ángel mío!
¡Pronto, que te me vas de las manos como una diminuta pluma de tus alas!

Pronto, ángel mío, te me acercaste. Permaneciste atrapado en mi cabeza y en mi momento extraño.
Se nos cayeron las rosas, se te agotó la sangre.
Me mirabas, te miraba.
Te aferraste a mi rostro como si lo extrañaras desde hacía siglos, y ya no me comías con los ojos.

Pronto... Ángel mío, me comías de labios enteros.
Me alzabas del suelo y me llevabas lejos.
Parpadeos lentos y un suspiro robado.
Un te amo jamás dicho y tres te extrañé cortados.

Pronto, ángel mío... Me quemaste de amor.
Pronto... Dulce y suave como tu voz.
Pronto, como el instante...
Pronto... Casi eterno...

Podría decirse que casi perfecto.

...

Viejo relato, 2019.

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