1. "El extraño inquilino"

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El club estaba lleno, la música estridente y las luces confundían los sentidos de las personas que habían asistido, en busca de un poco de diversión, bastante desenfrenada para su gusto. Sin embargo, Jaekyung esperó por una "larguísima" media hora, hasta que en la mesa del reservado donde se había mantenido solitario, se sentó un sujeto que ya conocía muy bien. El pelilargo saludó con una sonrisa somnolienta que no fué respondida, pero conociendo a su compañero de trabajo, tampoco esperaba ese gesto amistoso.

—No sé porqué mierda tengo que hacer de secretario— masculló enojado, alcanzando un solo maní del plato de aperitivos que le habían traído, y arrojándolo en su boca —El gordo pudo simplemente recibir la información por correo.

—Si Namwook te escucha llamándole así...— señaló el sujeto con una risita y Jaekyung rodó los ojos —No lo culpes, el asunto es más serio de lo que creíamos. Muchos peces gordos están implicados— murmuró y le pasó disimuladamente un pendrive negro por debajo de la mesa —Ni siquiera la red de la compañía es segura. Tú eres su mejor hombre...— él resopló y se inclinó hacia adelante, para hablarle más cerca.

—No entrené diez putos años para recoger pendrives, Yosep.

—Anda con cuidado— aconsejó y miró a su alrededor, algo ansioso —Si supieras lo que tuve que hacer para conseguir esa información... No lo lo vayas a cagar por mantener tu estúpido orgullo...— murmuró lo último y luego en su rostro adormilado se formó una expresión de alarma —Me siguieron, ya vete— siseó y Jaekyung se puso de pie después de guardar el pendrive en el bolsillo delantero de sus jeans —Nos vemos en la fiesta de navidad— se despidió naturalmente, tratando de disimular la tensión.

—Ni se te ocurra regalarme otra bufanda.

—Oye, las tejo con mis propias manos— se quejó Yosep.

—Por eso, son horrendas— sonrió de lado y se internó en la multitud.

Salió del club por la puerta trasera, evitó con disgusto a un grupo de borrachos y luego se internó en uno de los callejones más oscuros de Seúl, donde la opulencia de las avenidas principales y de comercio no llegaba. Así caminó por unos quince minutos hasta que puntual, como siempre, recibió una llamada. Tranquilo, llevó su teléfono al oído y respondió.

—Ya está— dijo escueto.

Perfecto, entrégalo cuanto antes.

—¿Puedes esperar hasta la mañana? No he dormido en dos días— protestó y luego la luz de un débil farol a su espalda, proyectó a su lado la sombra de tres hombres, unos metros atrás.

A primera hora, ni un minuto más— concedió la voz.

—De acuerdo. Tengo que colgar, no estoy solo— murmuró.

¿Vieron tu rostro?

—No lo creo.

Entonces no pelees. Despístalos, necesito tu identidad intacta para esta misión.

—¿Más pendrives?— preguntó sarcástico, girando estratégicamente en una calle más angosta.

No.

—Ya era hora— espetó y colgó, acelerando el paso tras guardar su celular.

Definitivamente esos tipos lo estaban siguiendo, se sersioró de ello cuando a través de los reflejos de las ventanas de un restaurante de pollo frito, pudo ver sus siluetas un poco más cerca que antes. Eran tres, y sabía que podía acabar con ellos en segundos, pero tenía que seguir las malditas reglas de la agencia. Subió el cuello de su chaqueta de cuero negro y aceleró más el paso, saliendo a una de las avenidas y tratando de despistarlos entre las personas que aún paseaban en la acera. Entonces comenzó a correr, tras escuchar las protestas de los transeúntes al ser apartados con brusquedad por los tres sujetos. Cruzó un paso peatonal y luego corrió más rápido hasta la zona recidencial más cercana. Allí pudo entrar a un edificio, cuyo guardia de seguridad estaba extrañamente ausente. Llamó al elevador, pero no le dió tiempo a esperarlo, pues sus perseguidores hicieron acto de presencia en el lobby, obligándolo a tomar las escaleras de emergencia.

De dos en dos, subió los escalones hasta el quinto piso, no sintiéndose ni siquiera agitado, y agradeciendo otra vez a su H.E internamente. Cuando entró al fin en uno de los pasillos, notó que no tenía salida, viendo solamente un par de puertas cerradas y el elevador. Gruñó enojado escuchando los pasos de los tres hombres, y creyendo que no tendría más remedio que enfrentarlos, pero de repente sonó la puerta del elevador, y un muchacho con uniforme de doctor cruzó el pasillo y abrió uno de los departamentos. Jaekyung no lo pensó dos veces, en cuatro zancadas llegó hasta él, lo atrapó y cubrió su boca con una mano, obligándolo a entrar al departamento para después cerrar la puerta.

Detrás de ella se quedó, mirando por el ojo de la cerradura como sus perseguidores pasaban confundidos del otro lado. Apretó su agarre sobre la boca del muchacho cuando lo escuchó quejarse, pero después de largos segundos, miró abajo, encontrándose con dos ojos color avellana algo desorbitados, y un rostro muy rojo. Lo soltó entonces, viéndolo inspirar en busca de aire y luego toser un poco. Creyó que escucharía gritos, pero ni un semblante de temor encontró en el joven, quien después de mirarlo, solo frunció un poco el ceño y se alejó de él.

—No te haré nada, soy... de la policía— aclaró con una mentira y poniendo las manos en alto. Notó como el muchacho atisbó el arma dentro de la chaqueta, pero otra vez no hubo reacción —Estaré aquí por un rato, y si te molesta no me importa, solo soportalo. Son asuntos del gobierno— exclamó y se acercó a la ventana, la única que tenía la sala de estar, pero lo suficientemente grande como para ocupar casi una pared entera.

Sonrió al ver a los tres sujetos salir del edificio, notándolos frustrados al no encontrarlo, pero su atención se vió desviada a la estancia por un momento, cuando el inquilino apagó las luces del salón. En la penumbra vió su rostro estoico y regresó a ver a los sujetos, quienes ahora miraban en su dirección, no pudiendo divisarlo gracias a la falta de iluminación, pero se dividieron y rodearon otra vez el edificio.

—Esto será para largo— farfulló.

—¿Quieres té?— escuchó a su espalda y volteó de nuevo.

—¿Qué?— preguntó, confundido por su imprevisible tranquilidad al tener un extraño armado en su departamento.

—El té es el resultado de infusionar hojas y brotes de las...

—Sé lo que es un maldito té— interrumpió —Y no, no quiero uno.

—Bueno... Llego de trabajar y necesito darme un baño, estás en tu casa— dijo escueto y se metió en la única puerta que Jaekyung vió, además de la de la entrada.

—Que tipo tan raro— murmuró mientras negaba con la cabeza y tras observar la calle una vez más, decidió alejarse de la ventana y se arrojó en un sillón de la sala de estar.

Miró a su alrededor, el departamento de solo dos estancias, estaban casi vacío, incluso tenía un montón de cajas de mudanza en una de las esquinas, lo que indicaba que el dueño acababa de ocuparlo o se iría de allí pronto. Resopló cuando el análisis hizo palpitar su cabeza y se recostó como pudo al espaldar, pues su altura en muchas ocasiones no le permitía sentirse cómodo en muebles pequeños. El cansancio de días lo golpeó como un yunque, y sin darse cuenta y rompiendo cualquier código de seguridad, cerró los ojos y se quedó dormido, despertándose sobresaltado al amanecer y apuntando por reflejo su revolver en la frente del muchacho, quien le dejaba una taza de leche tibia en la mesa de café.

—¿Qué haces?— inquirió, bajando el arma tras observarlo pestañear par de veces, otra vez con ese semblante calmado y extraño. Él no se alejó, y en la luz, Jaekyung pudo ver sus facciones delicadas, que entraban en el alto estándar de lo que consideraba hermoso.

—Ya me voy, y no quería que el "empleado del gobierno" se quejara de mala atención— explicó y se incorporó, ahora vestido con un traje negro de corbata que lo hacía lucir como modelo de revista juvenil.

Jaekyung lo siguió observando por largos segundos hasta que se puso de pie e ignorando la bebida, pasó por su lado en dirección a la puerta, yéndose sin decir ni una palabra.

3 SECONDS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora