Hágase la voluntad del Señor, una frase que todos hemos escuchado y leído infinidad de veces a lo largo de nuestra vida y que para muchos, tiene poco o ningún sentido y desde ya, no tengo nada que reprocharles ni criticarles, porque hasta hace menos de un año a la fecha que escribo estas páginas, yo mismo profesaba abiertamente el ateísmo. Sin embargo, tras embarcarme en este viaje de conocimiento que nació de la incapacidad de resolver mis problemas, terminé no solo abrazando la filosofía de los autores que he citado a lo largo de esta obra, sino que el punto más alto de esta búsqueda, desembocó en lo que jamás si quiera llegue a considerar, la existencia de Dios.
Como el ateo que una vez llegué a ser, entiendo perfectamente que hablar de Dios desde el punto de vista teológico, es casi un disparate, un sinsentido que da la sensación de apelar a la más profunda irracionalidad e ingenuidad y por tanto, es prácticamente imposible abrirse a la posibilidad de creer en un ser superior, después de todo, la forma como pensaba, sentía y percibía el mundo, para mí, nada de lo que no pudiese ver, tocar, sentir, oler o escuchar, podía existir. Desde esa perspectiva partía toda mi realidad y como es de esperarse, aquello relacionado con Dios, lo rechazaba en algunas oportunidades, educadamente y en otras, de forma agresiva, en cualquier caso, dependía de cómo estuviera mi estado de ánimo.
Escuchar de los salmos, los versículos, de la biblia, de Jesucristo, de Dios y por sobre todo, de la iglesia, más que acercarme, me repelían por completo. Para ese entonces, no podía entender cómo aun habían personas que creían en un Dios si la representación de este en la tierra, la iglesia, es uno de los sitios más corruptos del mundo. Cada vez que leía o me enteraba de una u otra forma sobre los escándalos cometidos por la iglesia, más grande era mi decepción ¿Cómo era posible que un grupo de personas fueran inmunes a la ley escudándose en el nombre del supuesto ser más benevolente, justo y sabio del universo? Estamos hablando de personas que profesaban la creencia en un Dios único todopoderoso, un Dios que castiga el mal y bendice el bien, un Dios que aparta a los malvados y abraza a los bondadosos, un Dios con un poder tan inconmensurable, que para él no existe el imposible y puede hacer lo que quiera, cuando quiera y donde quiera.
Entonces, mis preguntas de ese momento eran las que muchos hoy se están planteando con fervor ¿Por qué si es un ser tan bondadoso, justo y poderoso, no hace nada para acabar con el mal? ¿Por qué aquellos que se escudan en su nombre, son capaces no solo de cometer actos de inmensa crueldad sin ninguna consecuencia, sino que también gozan de todos los privilegios que ofrece nuestra civilización? ¿Por qué a las personas de bien les va tan mal y aquellos que rompen las normas y abusan de los más débiles disfrutan de todos los recursos que deseen? Para mí, ninguna de esas preguntas tenía una respuesta consistente a favor de la religión y en su lugar, todas reafirmaban mi postura de que un Dios con esas cualidades, sencillamente no existe y para sustentar lo anterior, usaba el siguiente argumento.
En la sociedad siempre han existo personas que creen en Dios, otros que abiertamente reniegan de este y otros que no toman una postura, prefieren decir que hay cosas que se escapan de las manos, dando a entender que de existir ellos lo intuían, pero en caso de que no exista, también lo intuían. De cualquier forma, yo dividía la moral de la sociedad en los 3 grupos antes mencionados y comenzaremos con el grupo al que yo solía pertenecer, los ateos, los no creyentes.
Ateos, agnósticos y no creyentes
Este grupo se caracteriza por no creer en ninguna divinidad de ninguna religión y basan su moral, en su capacidad de discernir que está bien de lo que está mal y su lema más popular me encantaba, "si una persona necesita creer en un Dios para hacer el bien, es que no es buena y solamente finge su bondad por temor a ser castigado". En este grupo podemos encontrar desde personas honestas, respetuosas y trabajadoras, hasta los más viles, desalmados y tramposos. Todos nos hemos encontrado con alguien, conocemos a alguien y somos amigos de alguien con un comportamiento que si bien no es perfecto, lo consideramos una persona justa.
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Dentro de ti
SpiritualObra de autoayuda que invita al lector a explorar lo más profundo de su mente, permitiéndolo conocer no solo lo que yace en su consciente, sino yendo más allá incluso de su inconsciente, llegando a la sombra. Dentro de ti tiene el objetivo de guiar...