CAPITULO 3

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Seokjin sabía que Tae no confiaba ni en una palabra de lo que dijo, y eso estaba bien. Dudaba que el hombre hubiese tenido mucha gente en la que pudiese confiar últimamente. La confianza llevaba tiempo, especialmente con un alma tan profundamente herida como la de Tae.

―Vamos, ahora―, Seokjin animó, poniendo a Tae sobre sus pies. —Ve a limpiarte y descansa un poco. No debería tardar mucho.

Seokjin regresó a la habitación y fue al vestidor. Buscó una camisa de algodón blanca, del segundo cajón. Al regresar al baño, Seokjin puso la camisa sobre el lavabo. Esperó allí, en silencio, a que Tae decidiese si se iba a duchar o no. Francamente, el hombre apestaba y necesitaba un baño. Pero la decisión tenía que ser suya. Cuando Tae finalmente fue a la ducha, Seokjin asintió.

―Buen chico. ―Le palmeó el hombro, y aunque lo hizo con cuidado, no se perdió el gesto de dolor que cruzó la cara de Tae y dio un paso hacia atrás.

―Regresaré pronto.

Seokjin rogaba estar diciendo la verdad, cuando salió del baño y luego salió del apartamento. Tae necesitaba ayuda, en más formas de las que Seokjin podía enumerar. Esto era demasiado grande para él. Iba a necesitar que el comisario llevase a Tae al hospital. Después de asegurarse de la libertad de este y conseguir alimentarlo, darle el apropiado tratamiento médico parecía ser lo siguiente a hacer. Después de eso, ¿quién sabía?

Seokjin se sorprendió al ver a Moon Yeonjun junto al comisario al final del bar cuando salió de su oficina, ambos hombres vestidos con ropa de calle. El comisario le asintió y volvió a beber, lo que fuese el líquido oscuro que había en su vaso. Seokjin estaba prácticamente seguro, de que era soda, porque el comisario no bebía cuando estaba de servicio. Cuando Seokjin llegó a la barra de madera, se sorprendió un poco al no ver a Navaja y a los otros intentando convencer a la camarera para que les diese otra bebida. Habría pensado que estarían volviendo loca a Poyd, intentando sonsacarle más alcohol. Hizo una señal a la camarera.

―¿Qué necesitas jefe? ―Poyd preguntó, mientras se secaba las manos en el paño que llevaba sobre su hombro.

―¿A dónde han ido los motoristas?

―Les di su ronda, tal y como me dijiste. ―Señaló con la cabeza a la esquina del bar, donde había visto a Navaja al principio ―Y luego los mandé a sentarse allí, a esperar a que regresases.

Los ojos de Poyd se estrecharon, lo que era el comienzo de un arrebato de furia, algo que a nadie en Windy Spring le gustaba ver. ―Tengo que decirte jefe. No me gustan y preferiría no servirles. Si planeas mantenerlos por aquí, entonces tú y yo tenemos que hablar.

―Tampoco me gustan Poyd y estoy a punto de decirles que se marchen. ―Seokjin elevó su ceja, sonriendo. ―Educadamente, por supuesto.

El tono elevado de la risa de Poyd, giró unas cuantas cabezas. Ella amaba reír, pero el sonido era un poco discordante, si alguien no lo había escuchado antes, era como si triturasen una roca. ―Si necesitas ayuda jefe, dame un grito. Betsy y yo estaremos más que felices, de ayudarte a limpiar el sitio. Nos da mal nombre tener esa chusma aquí.

Seokjin se estremeció. Betsy era una escopeta, que Poyd guardaba bajo el mostrador, en caso de que alguien intentase robar en el lugar. Seokjin había intentado que la mujer renunciase a la maldita cosa cuando compró el lugar. Fue informado de que nunca iba a ocurrir. Betsy fue un regalo del padre de Poyd, el día que cumplió dieciocho y los chicos de su pequeño pueblo empezaron a llamarla. Desde ese día, Betsy iba a donde fuese Poyd. Y si quería mantenerla como su camarera, tenía que permitirle a la mujer conservarla. Seokjin sólo esperaba que el comisario no se enterase. No creía que Poyd se hubiese molestado en los permisos del arma.

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