Capítulo 8: Dinastía

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Despertó intranquila, su interior estaba agitado y un sudor frío recorría su espalda. Entró a la ducha. Estaba debajo del agua tibia recorriendo todo su cuerpo, deseando limpiar los pensamientos mal intencionados que se empezaban a formar en su alma, deseaba complacer la voluntad de Henry pero no se sentía suficiente para hacerlo. Un sentimiento placentero y de culpabilidad crecía en su corazón, veía a Caesar de una forma diferente desde aquella noche, fantaseaba con sus labios y el sabor tentador que había dejado en su paladar, aquel hombre era fuego puro, una explosión de sensaciones que la arrastraban al abismo. Sentía que desde aquel encuentro el había tomado distancia de ella ¿De qué forma la veía ahora? Era difícil enfrentar la realidad, pues pensó que amaba a Marcos y resulta que solo había sido una niña confundida por sus hormonas que por sus intentos bajos se dejo cautivar por la carne, ahora entendía muchas cosas, poseer internet con una basta red llena de información le había hecho entender muchas cosas, aún aprendía lo que era la vida y sentía que se ahogaría en la orilla, quería a Caesar pero no sabía el motivo, al igual que Marcos el solo se encargaba de cuidarla y estar a su lado, no obstante su corazón latía de forma irregular al verlo, sentía que podía contarle cualquier locura y este lo tomaría como algo normal, amaba el hecho de que podía confiar en el, refugiarse en su pecho y llorar, podía abrazarse a sus brazos, sentía que empezaba a conocer el mundo a través de sus ojos. Percibía lo tonta que se veía al lado de él pues se había entregado de forma completa, cuando esté en ningún momento le había dado la mínima señal de que ella le gustará, sólo era él mismo a su lado; se ejercitaba, fumaba, se distraía, extraña veces sonreía y compartían algunas mañanas de caminatas, era tan natural y desinteresado que le atraía mucho más cada día. Suspiro llevando sus manos al pecho queriendo de forma inútil calmar los latidos de su corazón, pensar en Caesar descontrolaba su cuerpo. En lo más profundo de su ser esperaba que aquel momento tan especial, al igual que ella, él lo pudiera guardar en una parte particular de su interior.

Tras culminar su ducha y vestirse, camino con cuidado hasta la habitación de Caesar, abrió la puerta con lentitud y vio la habitación vacía, encima de la cama había un arma de largo alcance, aquello le sorprendió. Una McMillan Tac calibre 50, arma digna para un franco tirador, vio su mira y al lado de esta una caja llena de balas, tomó una en su mano y se asombro al ver lo larga que era, la dejo caer por reflejó, miro el pizarrón que estaba a sus espaldas y busco alguna nota que fuera nueva entre todas las que había. Al cabo de unos minutos dió con una nota color azul y arrugada, debió esforzar su vista para leer el contenido "mirador rojo, esquina 2, tercer nivel. 2 pm, cuello blanco" faltaba una hora para ser las dos de la tarde, comprendio de forma rápida que eran las coordenadas donde se llevaría a cabo un asesinato, algún político o figura importante. Sabía que Caesar no era una blanca paloma, pero desconocía que aún se mantuviera activo en aquel tipo de actividades. Escucho un leve ruido en el cuarto de baño el cual llamo su atención, camino en puntillas y se quedó tras la puerta viendo por el pequeño espacio que dejaba ver el interior. Caesar estaba sentado en el retrete, vio sus botas pesadas de color negro, un pantalón de igual color con varios bolsillos y su dorso solo iba cubierto por un chaleco antibalas. Cubrió su boca para evitar que un ligero lamento se escapara de sus labios. Caesar se levantó con agresividad, y aquel suspiro fue tan demandante que retumbó en aquellas paredes, saco una pequeña bolsa del botiquín dónde guardaba sus utensilios personales, de forma calmada vertió el contenido de aquella en el lavamanos, dos rayas finas, una al lado de la otra, guardó en su lugar la bolsa. Alzó su cabeza y observó el techo por cortos segundos, resignado se encorvo y con maestría inhaló profundamente aquel químico que lentamente se apoderaba de la poca salud que su cerebro poseía. Abrió la puerta del baño de forma repentina golpeando sin intención el rostro de Juliet con la misma. Al percatarse de su presencia, por un momento observó su rostro, no había un sentimiento legible en este, solamente veía como sus ojos estaban bien abiertos, sus labios entre abiertos y sus manos unidas contra su pecho. Se lamentó en silencio, era difícil lidiar con los demás cuando el había pasado la mayor parte de su vida sólo, debía sobrevivir con los medios que buscaba, Juliet era una extraña que debía cuidar, una persona inocente como habían pocas en el mundo, dudaba si explicarle o siemplemente actuar como si nada hubiese pasado, actuar como si ella no supiera lo bastardo que era. Al ver que está no se atrevería a pronunciar una palabra, procedió para terminar de alistarse. Tomó el suerte color azul marino que reposaba sobre su mesa de noche, se colocó en cuclillas para sacar la pasada maleta color negro que ocultaba debajo de su cama, la instaló sobre esta para sacar de el un maletín, desarmo el arma y la colocó en el interior de esta, de igual forma entró la caja de balas. Sostuvo la pesada maleta en su mano izquierda sin ningún esfuerzo, se colocó una gorra de su armario y tomó la nota de color azul de su pizarra para guardarla en uno de sus bolsillos.

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