Capítulo 3

433 35 2
                                    


La agente especial K se había arrepentido de pocas cosas en el pasado. Una de ellas, y la más importante a su parecer, fue haber aceptado aquella aventura con Yutaka. La segunda, sin embargo, continuaban negándose a aceptarla aun cuando las consecuencias la escupieran en el rostro todos los días.

Desde que abandonó la celda de Sasuke Uchiha, sentía constantemente las miradas puestas en ella como esperando a que cometiese un solo error para saltarle encima y destrozarla. En vista de que al parecer no contaba con la protección del Don, la agente especial K no era más que un preso común y corriente. O, bueno, es lo que le hubiera gustado creer.

La realidad era que luego de haber sido encerrada por asesinar a su amante y siendo la federal culpable de haber enviado a esta misma prisión a muchos de sus nuevos compañeros, era cualquier cosa excepto común. Y lo sabía, también que debió haber aceptado la propuesta del hombre más poderoso en aquel infierno.

Pero ella tenía orgullo e incluso si era demasiado pequeño, este no le permitió ceder. La propuesta del Diablo de La 'Ndrangheta había sido cualquier cosa excepto inocente; pudo verlo en sus ojos: la ligera burla que se apoderó de ellos aún por encima de la lujuria. Sasuke lo sabía, tanto como su nombre y apellido, seguramente descubrió de alguna forma que ella...

La palabra «cobarde» le vino a la mente. La agente especial K trató de ignorarla tanto como los sentimientos que comenzaron a llenarla y la sofocaron. Necesitó respirar profundo un par de veces para calmarse, diciéndose que no le quedaban alterativas. Sin embargo, aunque trató de persuadirse con aquella afirmación, muy en el fondo también sabía que estaba mintiéndose.

«Siempre existen opciones», le susurró su mente con la voz de Yutaka. Habían sido las palabras que le dijo durante su última conversación como mejores amigos, tratando de convencerla de ser ella misma. Desde luego, la agente especial K se negó y dio por terminado el asunto; él no le insistió. Ahora se arrepentía de no hacerlo escuchado. Quizás, y solo se trataba de posibilidades, las circunstancias serían diferentes en todos los sentidos.

Pensaba en todas estas cosas cuando —por aquellas extrañas casualidades que la perseguían— volvió a quedarse sola, en la lavandería en esta ocasión, y supo al instante que tendría suerte si lograba salir de pie de lo que fuera que tuviesen planeado para ella.

Era un grupo pequeño compuesto por cinco hombres fuertes. Logró reconocer a quien los lideraba como un miembro importante del CJNG, que había sido apresado tiempo atrás gracias al trabajo de investigación del Heraldo de la Verdad, una reconocida periodista cuyo rostro continuaba siendo un misterio.

Por supuesto, la FPEF sabía que detrás del extravagante seudónimo se ocultaba una intrépida —y estúpida desde un punto de vista— mujer llamada Mei Terumī. En secreto, la agente especial K la admiraba no solo por su dedicación, sino porque era todo lo que a ella le gustaría.

En esta oportunidad ni siquiera adoptó una posición de defensa. Sabiendo que no existía escapatoria alguna, decidió que lo mejor sería no prolongar el sufrimiento más de lo necesario. Si bien el CJNG no era conocido precisamente por su compasión, tampoco eran de los que perdían el tiempo. Tal vez, con un poco de suerte, la apuñalarían hasta morir sin necesidad de torturarla.

Al menos, se dijo con una sonrisa burlona en los labios, no eran los miembros de La Hermandad Aria. Había visto la crueldad con la que se conducían; la agente especial K estaba segura de que cualquier cosa sería mejor que caer en sus manos.

Ocurrió exactamente como esperaba. Fue sostenida por tres de los hombres, quienes se encargaron de inmovilizarla y taparle la boca para que no gritara, mientras que los otros dos se envolvían los brazos con camisas y preparaban los puñales. La agente especial K suspiró por la nariz, resignada a poner punto final a su existencia. Si de cualquier forma fue condenada a cadena perpetua por un crimen que no cometió, ¿qué sentido tenía seguir viviendo? Para ser honesta, estaba harta; no solo de la injusticia y esta prisión, sino de la maldita piel que habitaba.

La mujer del Diablo | SASUSAKUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora