Capítulo 11

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Rin Nohara tenía un mal sueño. Aunque lo supiera, fue imposible despertar; no porque no lo intentase —había estado luchando para hacerlo durante lo que sintió como una eternidad—, sino porque era honestamente imposible.

En medio de la pesadilla, se veía a sí misma encogida en un rincón con las manos llenas de sangre mientras miles de dedos la acusaban y voces gritaban furiosas «¡culpable!». Sin importar cuánto abriera la boca para defenderse o al menos explicar lo que había sucedido, nada salía de ella. Muda una vez más.

Muda aun ahora. Muda para siempre.

La escena cambió. Rin se veía desnuda, llorando sin consuelo mientras suplicaba auxilio. En cambio, los dedos acusadores empezaron a señalarla al mismo tiempo que las voces se reían. Lo único que pudo hacer fue cubrirse las orejas y llorar... como la última vez.

En medio de las sombras, alguien murmuró su nombre. Sin importar cuánto trató de esforzarse para reconocerla, no pudo. Así que comenzó a luchar cuando un par de brazos la rodearon para someterla. Rin gritó, pidiéndole que la dejara en paz de una vez, imploró y negoció. Hizo todo lo que estaba al alcance de sus manos para sobrevivir aunque se tratara de un sueño. Porque había sido así en la realidad y lo sería mientras permaneciera encerrada.

Entonces fue sacudida con firmeza y al fin pudo abrir los ojos. Lo primero que logró distinguir fueron los de Kakashi, preciosos como el ónice, mirándola con preocupación. Poco a poco, su rostro tomó forma ante ella: desde las cejas oscuras y la nariz recta hasta los labios de comisuras ligeramente caídas sobre un mentón fuerte... Su precioso dios hecho hombre le sonrió, fue un gesto casi imperceptible; pero para Rin representó el único cielo al que una vez le prohibieron entrar.

Con su mano temblorosa, le acarició la mejilla y suspiró al sentir la barba naciente cosquilleándole en los dedos. Él movió el rostro para besarle la palma y suspiró aliviado.

Grazie al cielo! [¡Gracias al cielo!] —murmuró apretándola contra su pecho tan fuerte que Rin casi no podía respirar—. Me asusto mucho cuando gritas así.

—Lo... lo lamento.

—No te disculpas, amore mio [mi amor]. No haces nada mal; pero me asusto porque pienso que no te despiertas nunca de la pesadilla, ¿y cómo te consuelo?

Rin tragó con dificultad la bola que le subió por la garganta y tuvo que cerrar los ojos para que las lágrimas no saliesen. Mientras abrazaba a Kakashi, se preguntó cómo es que alguien así, tan violento y despiadado con otros, podía tratarla de esta manera. A veces se preguntaba si acaso era parte de un sueño interminable en el que se encontraba atrapada y tenía esas horribles pesadillas también; sin embargo, cuando él la veía con aquellos ojos, cuando la tocaba como si pudiera romperla... Cuando tenían un momento a solas y le hacía el amor suavemente... Era entonces que lo entendía: estaba despierta y su realidad sin importar cuán espantosa pudiera ser también era hermosa gracias a Kakashi Hatake.

Lo amaba tanto que en ocasiones se asombraba de que no le doliera. Pero en su tiempo juntos, él le había mostrado que el amor verdadero no tenía por qué ser como caminar sobre vidrios o como púas calientes enterrándose en la piel. El amor no destruía; sanaba y hacía renacer las flores muertas del corazón. El amor era paz; no guerra. El amor, ese amor que él le daba, era medicina y no veneno.

Aunque hubo una época en la que Rin creyó conocer el amor. En la que entregó todo lo que tenía, hasta quedarse sin nada, y recibió en cambio... No deseaba pensar en eso; no lo hizo. Se concentró en su presente: la voz de Kakashi murmurándole al oído que todo estaría bien y sus brazos sosteniéndola. Solo eso importaba.

La mujer del Diablo | SASUSAKUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora