Cuando tropezó con Ibiki de camino hacia la biblioteca en la que había dejado a Sakura, supo de inmediato que no se trató de ningún accidente. Hubiera tenido que ser un completo tonto para creerlo y Sasuke de eso no tenía nada. El perro sarnoso de los Scarfo lo hizo con toda la intención de fastidiarlo, no solo demostrándole con su actitud que no lo respetaba en absoluto, sino también que se pasaba sus advertencias por el culo al ir a molestar a Sakura en durante su hora de lectura.
Sin embargo, Sasuke no tenía del todo claras sus razones. ¿Interés genuino hacia Sakura o alguna clase de plan macabro en su contra? Por primera vez en mucho tiempo —de hecho, podría jurar que era la primera ocasión— se preocupó por alguien más que él mismo. Podía enfrentar lo que fuera, se había criado en la mafia y sabía lo retorcidos que eran sus miembros; su mujer, por otro lado... Sin importar su antigua posición dentro de la FPEF ni los años de entrenamiento que debió de atravesar para conseguirla, continuaba siendo débil. Tal vez demasiado.
No la culpaba. Quienes trabajaban del lado de la ley tenían esa ridícula necesidad de conservar la bondad en su corazones. Hicieran lo que hicieran, aun cuando se infiltraban en el bajo mundo y cometían crímenes por el bien de sus causas, tenían límites perfectamente establecidos. Para ellos la casi invisible línea entre el bien y el mal se encontraba teñida de rojo y solo en contadas oportunidades se atrevían a cruzarlas. Él sabía que Sakura no era una de esas personas; se cortaría una mano antes de volverse ilegal.
Sasuke tendría que admitir que era una de las cualidades que lo atraían hacia ella. Eso a lo cual llamaría «humanidad» y que era como su propio canto de sirena, el fuego que atraía a la polilla de su alma o una cursilería similar. El hecho era que podía verlo y seguro también las personas a su alrededor; en la cárcel más que una virtud se trataba de un defecto que podría costarle la vida.
Por supuesto, él no lo iba a permitir. Sakura era suya —el infierno sabía cómo, tanto si era para bien o para mal— y nadie más que él asfixiaría esa luz. Esto último, para su absoluta sorpresa, no le parecía tan atractivo como en un primer instante. Qué raro.
Fue por ello, tal vez, que tomó a Ibiki del brazo momentos antes de que pusiera un pie en la biblioteca y casi le gruñó:
—Hablemos.
El maldito calvo le dio una de esas sonrisas altaneras, con el labio superior levantado, en la que le mostraba sus dientes. Sabiendo que lo provocaba, Sasuke la ignoró y también lo dejó ir. Mientras seguía su camino, notó que la mascota de los Scarfo lo seguía de cerca.
Se dirigieron hacia la sala de televisión. En la pantalla se reproducía una película familiar sobre perros y nieve. Las únicas personas en las sillas giraron las cabezas en su dirección; al verlos, se levantaron para salir del lugar. En cuanto estuvieron solos, Sasuke se volvió hacia Ibiki diciendo:
—Te quiero lejos de Sakura.
—Bueno, eso estará difícil; la princesa y yo somos... amigos ahora.
La sonrisa sucia en su labios y el tono con el que le habló desataron la furia de Sasuke; se contuvo, no obstante, sabiendo que era lo que buscaba, y se rio entre dientes.
—«Amigos» es a todo lo que puedes aspirar, ¿no?
—Quién sabe. Con lo imbécil que eres, seguro que la cagas pronto. ¿Cuánto te tomó darte cuenta, eh? ¿Dos o tres meses, tal vez más?
—No es tu asunto, deja de meterte.
—Pero ya te lo dije, quiero que lo sea y no puedes hacer nada para evitarlo.
Fue su turno para sonreírle con burla y malicia. Tanto como odiaba a la bestia en su interior, lo hacía con Ibiki; pero aún más con la idea de estuviera todo el día rondando a su mujer. Nada más de imaginarlos juntos, de pensar en él tocándola de cualquier manera, lo asqueaba y enfurecía por igual. Así que abrió las rejas de la jaula del lobo lo suficiente para que se manifestara, aunque sin tomar el control.
Lo sintió arrastrándose por sus venas y la piel como un calor difícil de soportar, que logró engrosarle los vellos y hacerle crecer las uñas hasta que le molestaron en las palmas de las manos. Cuando los ojos de Ibiki se ampliaron por la sorpresa, supo que los suyos se encontraban teñidos de sangre.
Lo acorraló contra la pared. A pesar de que le rodeó el cuello con la mano, Ibiki se mantuvo firme, todavía con esa arrogancia en el rostro.
—No me provoques.
—¿O qué?
—Te mato.
Ibiki resopló una risa burlona. Cuando su mano lo sostuvo por la muñeca, Sasuke no se asombró tanto de su verdadera fuerza como lo hizo del ligero cambio en su piel: una suave capa de pelo marrón la cubrió en un segundo y las uñas se extendieron adelgazándose hasta convertirse en pequeñas garras. No halló a un lobo en la profundidad de su mirada, sin embargo, los instintos brillaron en ella.
—No me asustas —respondió soltándose de su agarre—, así que deja de esforzarte. Y no me alejaré de ella, entiéndelo de una vez.
—¿Por qué?
—Me gusta. —Le sonrió de medio lado—. La quiero para mí.
—No le interesas.
Ibiki movió los hombros, desinteresado. Su mirada animal se volvió apática, pese a que los cambios corporales continuaban en él. Por un segundo, Sasuke creyó encontrar verdadero cariño en sus ojos cuando le dijo con voz suave:
—Ella a mí sí, es lo que me importa. Y estoy dispuesto a lo que sea —Le palmeó la mejilla—. Deja de interponerte, a diferencia de ti, me crie entre lobos.
—¿Y qué con eso?
—Sé cómo destronar al Alfa y quedarme con la Luna. ¿Sabías que cuando la unión no es sólida y la pareja muere, ella puede aparearse de nuevo?
Sasuke no había sentido la sangre helarse en sus venas antes, incluso el corazón en su pecho pareció saltarse un latido. Si lo que el perro de los Scarfo decía era verdad, entonces, Sakura... Se negó a terminar el pensamiento. En su lugar, se irguió ante Ibiki con fingida indiferencia y habló:
—¿Es una amenaza, Morino?
—Una promesa, Uchiha. Y algo más: tu cabeza tiene precio, yo no me confiaría tanto en tu lugar, puede que nadie te proteja de mí.
—Inténtalo, te mostraré cómo me convertí en el Diablo de La 'Ndrangheta.
—Una suerte que sea ateo y no me asusten los cuentos para niños.
Después de darle una última mirada, Ibiki lo empujó y comenzó a retirarse. Sasuke no se movió; sin entender las razones, sintió un nudo en el estómago.
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La mujer del Diablo | SASUSAKU
Hayran KurguDespués de ser condenada a prisión debido a un crimen que no cometió, Sakura sabe que sus días están contados. No solo porque es encerrada junto a los criminales más peligrosos del mundo, sino porque se trata de hombres violentos que no dudarán en d...